7 abril, 2025
Entrevista con Diego Iván Ávalos Viteri, S.J.
Por: Tiffany Trejo
Iván nunca imaginó que su vocación lo llevaría al corazón de la Amazonía peruana. Este escolar jesuita ecuatoriano aceptó el desafío de embarcarse en una experiencia apostólica en uno de los territorios más remotos y sorprendentes del Perú. «Cuando me lo propusieron, sentí una mezcla de sorpresa y entusiasmo. Sabía que sería un desafío, pero también una oportunidad única de aprendizaje», recuerda, mientras una sonrisa que refleja la intensidad de esos días se dibuja en su rostro.
En esta aventura no estaba solo. Junto a él, Junior, otro joven en formación jesuita, con quien compartió las jornadas de servicio, reflexión y convivencia con las comunidades amazónicas. Aunque sus caminos se cruzaron constantemente, cada uno vivió una experiencia única e irrepetible. Esta es la historia de Iván, quien descubrió que en el silencio de la selva también resuena la voz de quienes buscan un mundo más justo.
Primeros pasos en un mundo desconocido
La llegada a la Amazonía no fue sencilla. Los caminos irregulares, el calor agobiante y la humedad constante desafiaron su resistencia física y emocional. “Al principio me costó adaptarme. Todo era distinto: los sonidos, los olores, el ritmo de vida. Pero poco a poco, la gente me fue acogiendo con una calidez que no esperaba”, confiesa Iván.
El primer encuentro con la comunidad marcó un antes y un después. Iván se sorprendió al ver cómo, a pesar de las carencias materiales, las personas compartían generosamente lo poco que tenían. “Me conmovía su hospitalidad. Aprendí que el verdadero valor no está en lo que poseemos, sino en cómo lo compartimos”, reflexiona. Para él, las primeras horas en el territorio amazónico fueron una lección vivencial de solidaridad, que rompió con las expectativas que traía consigo, transformando su visión de la pobreza y la riqueza.
El joven jesuita, ya acostumbrado a la vida académica en Brasil, se vio de pronto sumido en un entorno que desafía los estándares urbanos de comodidad. No obstante, fue en ese contexto en donde comenzó a entender la misión en su verdadera esencia: no solo se trata de servir, sino de caminar junto al pueblo y aprender de él, de su lucha diaria y su fe inquebrantable.
El desafío de escuchar y acompañar
Una de las tareas más desafiantes para este escolar fue acompañar a las familias en sus dolores y esperanzas. Cada visita a las comunidades se convertía en un espacio de escucha profunda. “Había historias que me removían por dentro. Personas que habían perdido todo por las inundaciones o que vivían en situaciones de extrema vulnerabilidad. En esos momentos, comprendí que estar presente ya era una forma de esperanza”, afirma.
Uno de los momentos más significativos que recuerda Iván fue su visita a una mujer anciana que había perdido a su esposo recientemente. “No sabía qué decirle, así que simplemente me senté a su lado y escuché. Al final, me agradeció por estar allí. Fue entonces cuando entendí el valor de acompañar desde el silencio”, narra con humildad. Para Iván, el simple acto de estar presente para otros, sin prisas ni respuestas apresuradas, se convirtió en uno de los aprendizajes más profundos de la misión.
Las lecciones de compasión y acompañamiento marcaron su tiempo en la Amazonía, ayudándolo a descubrir la esencia del servicio: no siempre hay que ofrecer soluciones, sino estar ahí, en el presente, con el corazón dispuesto a compartir la carga emocional de quienes más lo necesitan.
“Me di cuenta de que acompañar no siempre implica hablar. A veces, lo más importante es el silencio, el estar ahí, el no apresurarse a ofrecer respuestas. Las personas solo necesitan saber que no están solas en su dolor”, dice, resaltando uno de los aspectos más poderosos de su experiencia.
Lecciones que dejan huella
A lo largo de los meses, Iván descubrió que la Amazonía no solo desafía el cuerpo, sino también el corazón. Las jornadas de trabajo se alternaban con momentos de oración y reflexión comunitaria. En esas pausas, comprendía más profundamente el sentido de su misión. “Aprendí a valorar las pequeñas cosas: una conversación al atardecer, una sonrisa compartida, un gesto de solidaridad. La vida en la selva me enseñó que no estamos llamados a hacer cosas grandiosas, sino a vivir con autenticidad y entrega”, asegura.
El trabajo diario en las comunidades reveló a Iván una realidad que no había experimentado antes: la constante lucha por sobrevivir, pero también el gozo genuino de vivir con lo esencial. “Uno pensaría que, en una comunidad tan vulnerable, el ánimo se pierde, pero me sorprendió ver la alegría en los rostros de la gente. Esa lección me ha quedado grabada: la verdadera felicidad no depende de las posesiones, sino de la capacidad de compartir, de dar, de estar”.
Iván también reflexiona sobre la forma en que la pobreza y la riqueza se entienden en la selva.
“La gente que conocí no tiene lo que nosotros entendemos por riqueza. No tienen acceso a las comodidades modernas, pero tienen una riqueza que no tiene precio: el sentido de comunidad, la solidaridad, el amor incondicional. Y eso es lo que realmente importa”, agrega con una mirada profunda sobre las lecciones aprendidas.
Uno de los momentos más impactantes de su experiencia en la Amazonía fue celebrar una pequeña liturgia en medio de la comunidad. “Ver a las personas rezando con tanta fe, a pesar de las dificultades, me hizo redescubrir la fuerza del Evangelio vivido en lo cotidiano”, recuerda con emoción. Iván llegó a comprender que la fe no solo se practica en las iglesias, sino que se vive en cada gesto, en cada acción cotidiana de quienes se esfuerzan por mantener la esperanza viva.
Un vínculo que trasciende el tiempo
Al hablar de su compañero de viaje, Iván destaca la fraternidad que se fue tejiendo con Junior. Aunque cada uno tenía su propio camino, las noches de conversación y los momentos de apoyo mutuo fortalecieron un lazo que trasciende la geografía. “Compartir con Junior fue un regalo. A veces, después de un día agotador, nos sentábamos a conversar bajo las estrellas. Esos diálogos me recordaban por qué había elegido este camino: para servir, acompañar y dejarme transformar”, confiesa con gratitud.
La relación con Junior fue fundamental para Iván durante la experiencia, ya que ambos, aunque con diferentes perspectivas, se apoyaban mutuamente para superar las dificultades y reflexionar sobre lo vivido. La amistad que se forjó en medio de la selva es un testimonio más de cómo la misión no solo transforma a las comunidades, sino también a los misioneros, quienes se enriquecen con las historias, los aprendizajes y las vivencias compartidas.
“Nos ayudábamos mutuamente a encontrar sentido en todo lo que hacíamos. A veces, en medio del cansancio, bastaba una conversación para darnos cuenta de que, a pesar de las dificultades, estábamos en el lugar correcto”, agrega Iván, destacando el valor del compañerismo y el apoyo mutuo en la misión.
Una experiencia que sigue latiendo
El regreso a la ciudad no significó el fin de la experiencia. Iván reconoce que la Amazonía dejó en él una huella imborrable. “Volví siendo otra persona. Ya no miro el mundo de la misma manera. Ahora entiendo que el compromiso con los más vulnerables no es una opción, es una llamada urgente”, afirma con convicción.
Para él, contar su experiencia no es solo un testimonio personal, sino una invitación a otros jóvenes a salir de sus zonas de confort. “Si tuviera que dar un mensaje, diría: atrévanse a ir más allá. Allí, donde la vida es más frágil, también se revela con más fuerza la belleza de lo humano”, concluye.
La historia de Iván se suma a las voces que, como Junior y Ademir, han encontrado en las periferias una razón más profunda para seguir caminando. Las comunidades amazónicas, con su resistencia y esperanza, fueron una escuela de vida para sí. Pero su misión no acaba aquí. En su interior sigue latiendo el deseo de continuar sirviendo, de seguir aprendiendo, y de seguir siendo testigo de la fe vivida en los lugares más olvidados.
Un llamado hacia lo que está por venir
Mientras Iván reflexiona sobre su experiencia, se siente esperanzado y motivado a seguir adelante en su formación. La misión en la Amazonía le ha dado una visión más clara de la vocación jesuita, entendida no solo como un servicio religioso, sino como un compromiso con la justicia social y el bienestar integral de las comunidades más necesitadas. Y aunque esta etapa ha concluido, el viaje continúa.
La próxima parada nos llevará a otra historia que merece ser contada: la última de las cuatro entrevistas realizadas a estos escolares jesuitas. En ella, conoceremos la segunda experiencia vivida en Cuba, donde otras voces esperan ser escuchadas.
Disponible en portugués e inglés
Oficina de Comunicación de la CPAL