Encuentro de mujeres mapuche de Argentina y Chile

Compartimos el testimonio de Karinawel, compañera mapuche de la Red de Solidaridad y Apostolado Indígena:

“Cuando sanamos juntas, sana la tierra”

A orillas del lago Lleulleu, en el corazón del territorio Lavkenmapu, Chile, participé junto a dieciocho mujeres en el Pu Domo Trawün Wallmapu, el gran encuentro de mujeres mapuche realizado del 5 al 7 de septiembre. Llegamos desde distintos lugares del Lavkenmapu y del Puelmapu, trayendo nuestras palabras, cantos y medicinas ancestrales.

Nos reunimos con un propósito profundo: sanar, fortalecer los vínculos entre mujeres y reavivar la memoria espiritual del Wallmapu, nuestro territorio ancestral.

Un reencuentro con mi ser mapuche

Al ver a tantas mujeres reunidas compartiendo sus vivencias, dolores y alegrías, sentí una alegría profunda en mi corazón. Al mirarlas, comprendí que, aunque nuestros territorios estén separados por la cordillera, llevamos la misma fortaleza en el espíritu. Me sentí orgullosa de nuestra diversidad, de cómo cada una sostiene su identidad en medio de distintas realidades. Fue un reencuentro conmigo misma, con mi ser mapuche reflejado en el rostro de las demás.

Este encuentro llegó en un momento en que lo necesitábamos. Estamos viviendo tiempos de cambio, de confusión y de desarraigo, pero también de resistencia. Reunirnos fue una manera de sanar esas heridas invisibles, de reconocernos entre mujeres que compartimos una misma raíz. Sentí que estábamos llamadas a volver a mirarnos, escucharnos y fortalecer nuestros lazos como mujeres del Wallmapu.

Sanar juntas para sanar la tierra

Durante el encuentro comprendí que la salud de las mujeres no está solo en el cuerpo, sino que está profundamente entrelazada con la tierra, el agua, el aire y las relaciones que cultivamos. Aprendí que el bienestar individual no puede separarse del bienestar comunitario y territorial. Sanar no es una acción personal: es una forma de caminar juntas, reconociendo nuestras heridas y acompañándonos con ternura y palabra.

Nos acompañamos unas a otras con canciones, silencios, medicinas naturales y abrazos sinceros. Cada día, el fuego del fogón nos reunió para conversar y compartir los saberes de nuestras abuelas. Entendí que nuestra salud está unida a la salud de la Mapu. Cuando el territorio enferma, también nosotras enfermamos. Por eso, cuidar la tierra, el agua, los árboles y las plantas es cuidar nuestro cuerpo, nuestra memoria y nuestro espíritu.

Una de las experiencias más significativas fue escuchar a las mayores hablar en chedungun, nuestra lengua. Sentí la urgencia de aprenderla antes de que se apague en nuestros hogares, porque en ella vive nuestra forma de mirar el mundo. Hay palabras que no se pueden traducir al castellano; solo en chedungun se puede expresar la relación espiritual que tenemos con la vida. Recuperar nuestra lengua es recuperar la salud del alma de nuestro pueblo.

También reflexionamos sobre la importancia del küme mogen —el buen vivir— como una práctica cotidiana de respeto, equilibrio y cuidado mutuo. Entendí que el buen vivir no es una meta lejana, sino un modo de andar con conciencia, agradecimiento y amor hacia toda forma de vida.

Tejer vínculos que cruzan la cordillera

Uno de los momentos más hermosos fue el mapeo corporal. Al sentir las cintas en mis manos y reconocer mis heridas junto a las demás, comprendí que no estoy sola. Pude mirar mis dolores sin miedo, sostenida por la presencia de otras mujeres que también buscan sanar. Las rogativas de la mañana me conectaron con la energía de las ancestras y con nuestras hermanas del Puelmapu. En ese silencio compartido escuché el murmullo del agua y sentí que la cordillera no nos separa, sino que nos une.

Siento que estamos unidas por una gran trenza invisible que atraviesa la cordillera y nos mantiene en comunicación espiritual. Esa trenza nos enlaza más allá del tiempo y la distancia, como una memoria viva que sigue creciendo. Creo que podemos seguir acompañándonos a través de la palabra y la acción, manteniendo viva la red de mujeres que hemos tejido.

Podemos comunicarnos mediante voceras, encuentros locales o medios digitales, pero sobre todo acompañándonos en los momentos difíciles. Hacer nütram —conversar desde el alma— es una manera de mantener vivo este tejido. Cuando hablamos y compartimos nuestros procesos, seguimos alimentando el fuego del encuentro. Cada palabra amorosa y cada gesto de solidaridad mantienen encendida esa trenza que une nuestras vidas y territorios.

La voz de las ancestras

Durante el trenzado con cintas blancas sentí profundamente la presencia de mis kuvikeche domo, las mujeres ancestras. Mientras caminaba sosteniendo la cinta, sentí que ellas estaban conmigo, hablándome con el viento y el canto de los pájaros. Fue un momento de conexión espiritual tan profundo que no pude contener las lágrimas. Comprendí que no estamos solas, que nuestras ancestras siguen acompañando cada paso que damos, guiándonos hacia la sanación colectiva y recordándonos la importancia de caminar con respeto, fe y alegría.

Al finalizar el encuentro, la emoción más fuerte en mí fue la gratitud: admiración por las mujeres que sostienen la vida en sus territorios, por su sabiduría y su resistencia silenciosa. Gratitud por el espacio compartido, por la confianza y la energía amorosa que se tejió entre nosotras. Me fui con el espíritu renovado, con el corazón contento y con ganas de seguir caminando junto a mis hermanas.

Me llevo el compromiso de seguir practicando el cuidado integral de la salud en mi comunidad a través del uso consciente del lawen. Quiero mirar las hierbas con respeto y atención, entendiendo que cada planta tiene un espíritu que nos enseña a vivir mejor. Quiero seguir aprendiendo de las mujeres que sanan con plantas y transmitir ese conocimiento a las más jóvenes.

A las jóvenes de mi pueblo les diría: las mujeres del Wallmapu estamos vivas, fuertes y despiertas. Cuando nos reunimos, algo se enciende en nosotras que ninguna frontera puede apagar. Sanamos juntas, y al hacerlo, también sana nuestro territorio y el alma de nuestro pueblo.

Porque cuando una mujer mapuche recuerda quién es, toda la tierra respira con ella.

RSAI

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