21 enero, 2025
Del 14 de diciembre al 14 de enero, 19 jesuitas en formación teológica participaron en el Mes Arrupe, una experiencia de oración, reflexión y formación, en torno al ministerio ordenado, y la dimensión del “para siempre” que este implica. La experiencia fue realizada en El Salvador, bajo la guía del P. Hernán Quezada SJ, delegado para la formación de la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL), los participantes como ya es tradición, tuvieron talleres, actividades apostólicas y Ejercicios Espirituales. El taller de afectividad y sexualidad fue facilitado por la Mtra. Fabiola Cervantes y Carlos Manuel Álvarez SJ (CAM), El taller de sacerdocio lo presentó Uriel Salas SJ (COL) y los Ejercicios Espirituales fueron dirigidos por el mismo P. Quezada y acompañados por Carlos James SJ (BRA) y Carlos Manuel (CAM).
Como parte de esta experiencia, los participantes compartieron con la comunidad de la Parroquia María Auxiliadora, Altavista, donde fueron acogidos con calidez por las familias locales y participaron en diversas actividades pastorales. Otros momentos significativos fueron las visitas a las tumbas de los mártires en la Universidad Centroamericana (UCA); el día Romero, en el “hospitalito” y la catedral, con la charla de Mons. Urrutia, promotor de la causa de canonización de San Romero y el Beato Rutilio, y la visita al Paisnal, en donde participaron de la misa dominical con ese pueblo al que tanto amó nuestro hermano el Beato Rutilio.
La experiencia culminó con ocho días de Ejercicios Espirituales, momento de profunda intimidad con Dios. El Mes Arrupe reafirmó el compromiso de los participantes de servir al Pueblo de Dios como ministros consagrados.
Reflexiones experienciales de algunos jesuitas que participaron.
Por: Julián Andrés Bustos Jaimes, S.J. – Escolar Jesuita
Diferentes experiencias, inclusive aprender a descansar juntos o tomarnos un café mientras esperábamos la siguiente parte de un curso, llevaban a preguntarnos por nuestros propios carismas y “compañeros de camino”. Tanto lo “brasilero” como lo de quienes eran hispanohablantes formaban una mixtura de diálogos que no sólo eran para hacer contrastes y manifestar identidades, también era tiempo de compartir la alegría de quienes vamos preparándonos en atención a un ministerio particular.
“Rutilio, monseñor Romero, demás compañeros jesuitas, sacerdotes, religiosos, laicos y todas esas personas que han apoyado con una vida entregada hasta hoy, fueron testimonio para reconocer que la muerte no es el fin de una Vida más plena, tanto para el pueblo salvadoreño como para nuestras sociedades en otros territorios.
Reconocer una vocación sacerdotal más allá de nuestras costumbres también fue contemplar la necesidad de pedir el auxilio de Dios y la luz de su Espíritu para poder sentirnos llamados a no dejar pasar la sangre que ha corrido para darnos Vida. Reconocer nuestros límites y apoyarnos en una comunidad, sentirnos soportados no sólo por los nuestros, sino por los deseos de quienes confían en nosotros, es un agradecimiento que se traduce en un amor por frutos que quedan como Promesa. Esto en cada uno de nosotros para apoyar lo sagrado que Dios nos da y recrea en la Tierra.
La diversidad de tantas mentalidades, provincias y encuentros nos ayudó a ver otros modos en que también se puede ser fiel al seguimiento de Cristo, en que nuestra vulnerabilidad puede ser compartida y transformada, de modo que un servicio al modo de Jesús parte de una entrega de lo que tenemos y somos por un llamado de Dios.
Fue un tiempo de reactivar la gratitud, de revitalizar los llamados que ya los años de Compañía a veces pasan por alto o nos despistamos que están en nosotros, de ir con el viento de estos nuevos tiempos, pero con un discernimiento en la marcha sobre lo que cada uno como jesuita contempla interiormente y comparte a los demás. Cada tiempo nos hace “novatos” en ciertos caminos, pero también nos hace volvernos a encontrar con amores que no habían sido explorados o tanteados lo suficiente, o de aquellos amores que quedan en el tintero para otra “charladita” con el Señor.”
Por: Andrea Marelli, S.J. – Escolar Jesuita
“Para mim, o Mês Arrupe foi essencialmente um momento de graça com que a Companhia me presenteou e que me ajudou a revisar esse tempo da formação, contemplando como o Senhor tem sido presente na minha história e me convida a seguí-lo.
Os elementos centrais que constituem a experiência do Mês Arrupe são duas oficinas, uma sobre sexualidade e afetividade e outra sobre o sacerdócio na Companhia, e o retiro espiritual de oito dias. Alternamos estas oficinas com momentos de descanso, missão em paróquia e visitas a lugares significativos de El Salvador.
Os motivos de agradecimento que trago no coração são muitos. Em primeiro lugar, certamente, está a riqueza de viver esse tempo com companheiros de tantos lugares diferentes – bem 12 nacionalidades! – compartilhando histórias e vivências diversas, num clima de abertura e confiança fraterna. É muito encorajante partilhar desejos, sentimentos, desafios, medos e incertezas que acompanham o tempo de preparação rumo à ordenação diaconal e presbiteral, especialmente com pessoas que estão passando pelo mesmo caminho. Afinal deste breve mas intenso mês, a sensação era aquela de estar em meio a irmãos e saboreei o que significa ser parte de uma Companhia.
Outra razão para agradecer foi a pequena experiência de missão que fizemos na Paróquia Maria Auxiliadora, no Residencial Altavista (Soyapango), nos dias próximos ao Natal. Foi inspirador o exemplo do pároco, padre Manuel, com a sua capacidade de criar comunidade ao seu redor. A recepção das famílias que nos hospedaram fez-me sentir o calor, a acolhida e a generosidade, que muitas vezes é mais fácil achar nas pessoas singelas.
Mas, o que torna a experiência em El Salvador realmente especial é a possibilidade de conhecer de perto o testemunho de tantos jesuítas e homens de Deus que proclamaram o Evangelho a ponto de darem suas vidas. A Igreja em El Salvador tem uma história impregnada de sangue e violência, que chegou ao culmen nos anos ‘80 do século passado. Neste mês, fizemos vários passeios: a El Paisnal, na paróquia do beato Rutilio Grande, para participar da missa com a sua comunidade; ao Hospitalito, onde Oscar Romero viveu e onde foi assassinado por um franco atirador durante a celebração eucarística; à Universidade Centro-Americana, onde 6 jesuítas e duas leigas foram matadas pelos militares. A oportunidade de visitar os lugares nos quais essas pessoas trabalharam e onde foram mortos por causa do evangelho e da justiça, conversar com aqueles que os conheceram e ver como a memória deles ainda traz frutos foi um grande presente para mim, pelo qual agradeço imensamente. Os exemplos dessas pessoas tocaram-me profundamente e mostram-me uma maneira radical de estar perto dos últimos, de dar a vida a Deus e ao Seu povo, e de ser a presença de Cristo no mundo, em outras palavras, de viver o sacerdócio ministerial.
Ouvindo as pessoas que conheceram esses mártires, percebe-se como o dom da vida foi transformado em uma semente e continua a animar o compromisso com um mundo mais fraterno e justo. Como disse Oscar Romero: «Se me matarem, eu ressuscitarei no povo salvadorenho».
Diante desses modelos, que souberam reconhecer o chamado de Cristo no tempo em que viveram, as perguntas que surgem e me acompanham nos exercícios são: o que significa para mim dar minha vida no contexto e no tempo em que sou chamado a viver? Quais são as «batalhas cruciais» nas quais o Senhor me chama para servir «sob a bandeira da cruz»?”
Por: Elkin Ariel Tejeda Cuesta, S.J. – Escolar Jesuita
Tres palabras que definen el tiempo del mes Arrupe en El Salvador son: gratitud, búsqueda y confirmación.
Gratitud por todas aquellas personas, lugares, encuentros y relaciones que han construido pequeños momentos de confirmación de la vocación durante este tiempo de formación en la Compañía de Jesús. Que, sumados, me ayudan a confirmar aquello que Dios quiere para mí. Ha sido un tiempo para reconocer y agradecer, porque lo que soy es la suma de lo que muchas personas han aportado en este camino y de lo que Dios mismo ha ido moldeando en mí.
También ha sido un tiempo de búsqueda, marcada por la comunidad que hemos formado quienes participamos en la experiencia, todos deseando servir a la Iglesia al modo de Jesús y en el estilo particular de ser jesuita. El misterio de la fraternidad se ha manifestado de manera especial desde el primer día. Un grupo de escolares, muy distintos y muchos desconocidos entre sí, se ha integrado como “amigos en el Señor”, con confianza y apertura, compartiendo un mismo horizonte, pero cada uno desde su particularidad.
Esta búsqueda estuvo también profundamente marcada por el contexto en el que vivimos la experiencia. Dios ha hablado a través del testimonio de Monseñor Romero, de Rutilio Grande, de los mártires de la UCA y de muchos otros mártires de El Salvador. Ellos me invitaron a reflexionar sobre mi fidelidad al Evangelio, a la llamada y a la búsqueda de la justicia, que, como afirmó la Congregación General 32, la misma fe exige, que en este contexto adquirió un sentido muy particular. Este entorno también me llevó a contemplar el “para siempre” que implica esa fidelidad, una invitación fundamental del mes Arrupe, que se concretó en el encuentro con estas vidas entregadas y con la vida de muchos que hoy caminan en la Iglesia salvadoreña.
Finalmente, ha sido un tiempo de confirmación. He vivido esta experiencia con mucha consolación. Una consolación que confirma aquella invitación o llamada, y, al mismo tiempo, promesa, que me llevó a entrar en la casa de discernimiento, que en mi país, República Dominicana, era conocida como Casa Nazaret, donde comenzó todo este camino.
Dos palabras me acompañaron durante este tiempo, y particularmente durante los Ejercicios Espirituales con los que culminó la experiencia: “heme aquí” y “hágase”. Estas se han convertido en expresión de mi disposición para acoger y responder a la llamada de Dios, para ser “presto y diligente” en seguir a aquel que me ha hablado al corazón, que camina conmigo, que me invita y me acompaña a nacer de nuevo, sosteniéndome de la mano, quitando mis vendas y desatando mis nudos, para que camine plenamente en la vocación regalada. Un Dios que se entristece con mis oscuridades, pero que como amigo cercano me da un espaldarazo y me muestra su profundo amor en hechos y personas concretas.
Después de esta experiencia, encuentro mucho sentido en la petición sabia del padre Arrupe de que los escolares en teología tengan un tiempo para realizar un ejercicio profundo de reflexión sobre su respuesta definitiva a la llamada a la ordenación presbíteral. Ha sido una experiencia que me ha permitido encontrar claridad y crecer en libertad frente a un futuro ministerio ordenado para toda la vida, cuyo centro y “vid verdadera” es Jesús.