Francisco, pastor y jesuita hasta el final

Últimos gestos y momentos de Francisco como una invitación y llamada a toda la Iglesia para abrir el corazón a lo realmente esencial.

Soy Jesús Manuel Roa Sanchez jesuita mexicano en formación y actualmente estudio teología en la ciudad de Roma, Italia. Estar en esta parte del mundo me ha permitido la gracia de vivir de manera muy cercana los últimos días del Papa Francisco sirviendo como pastor y jesuita a sus hermanas y hermanos hasta el final. En estos últimos días, hay algunos momentos y gestos que yo percibo como la despedida de Francisco y que, al mismo tiempo, son una invitación y llamada a toda la Iglesia para abrir el corazón a lo realmente esencial. Sobre todo, un recordatorio a nosotros jesuitas de cómo seguir siendo en estos tiempos compañeros de Jesús y peregrinos como Ignacio de Loyola. 

Un primer gesto fue el deseo de Francisco de estar el pasado Jueves Santo en la cárcel de Roma, Regina Coeli. En ese momento dijo muy pocas palabras por su dificultad para hablar, pero fueron muy claras las palabras dirigidas a los encarcelados: “Quiero estar cerca de ustedes, rezo por ustedes y por sus familias”. Veo que este deseo del Papa sigue expresando la llamada a toda la Iglesia para sentirse impulsada por el amor y la compasión a ir a esos lugares en donde más hace falta encarnar la esperanza. Tuve también la oportunidad de estar en la misa del pasado Domingo de Pascua en la Basílica de San Pedro. Ese día nos tocó a un grupo de jesuitas apoyar en la liturgia. Aquí recupero tres momentos muy significativos.

Un primer momento fue escuchar la homilía de Francisco (leída por el cardenal Ángelo Comastri) en donde insistió en la centralidad de Jesús. Nos invitaba a buscar a Jesús en lo cotidiano de la vida, sobre todo en las hermanas, en los hermanos y nunca en el sepulcro vacío. Sin duda, esto me recuerda la experiencia de San Ignacio y de los primeros compañeros de “encontrar a Dios en todas las cosas”. Un segundo momento fue ver al Papa dar la última bendición desde el balcón, en su silla de ruedas y decir su mensaje de Pascua.

Fueron palabras proféticas en donde mencionaba que es triste saber cuánta violencia percibimos en muchas partes del mundo, cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes. Recordó que quienes sufren el dolor y la angustia, sus gritos y silencios, han sido escuchados. Había un profundo silencio. Pude sentir que nos sentíamos muy tocados por sus palabras yen muchas personas había lágrimas. Después hizo un llamado al fin de las armas, a la paz global y expresó su anhelo de que volvamos a tener esperanza. La gente gritaba: ¡Viva Francisco!, y algunos jóvenes en español exclamaban: ¡Esta es la juventud del Papa! El tercer momento significativo fue ver bajar a Francisco del balcón e ir a saludar a la gente en el papamóvil.

Me detuve un buen momento a contemplar este gesto. El Papa se veía físicamente frágil y vulnerable, pero comunicaba al mismo tiempo una profunda paz y amor a la gente. Esto me recuerda que en nuestra vida como jesuitas nuestra vida centrada en Jesús es también la centralidad en las personas cercanas y presentes en nuestras vidas. Hace 3 años, en la Red Indígena de la Provincia Mexicana, decía nuestro hermano jesuita y mártir Javier Campos (el gallo) que es importante planear bien nuestros proyectos, hacer buenos análisis, pero, sobre todo, nunca olvidar la cercanía con la gente. Creo firmemente que la cercanía con las personas en la diversidad de nuestros apostolados, “ahí donde nos toca estar”, siempre es momento de aprendizaje, de confirmación de nuestras mociones y fuente de profunda consolación. 

El día después del Domingo de Pascua falleció Francisco. Fue un día antes de las ordenaciones diaconales de los hermanos que estudian el tercer año de teología. Entre nosotros decíamos, “murió el Papa, murió nuestro hermano, damos gracias a Dios por su servicio generoso a la Iglesia”. Ha sido impresionante ver el cariño de tantas personas que han querido esperar más de dos o tres horas haciendo fila para ir a despedirse del Papa. En la misa del funeral pude escuchar a un joven italiano que había llegado desde las tres de la mañana: “Por Francisco vale la pena todo esto”. Quiero mencionar tres puntos centrales del pontificado de Francisco que encarnó hasta el final de su vida también como testimonio sobre cómo recuperar hoy la atención a lo esencial. Un aspecto fue la simplicidad.

En lo personal me interpela cómo fue su vida de sencillez y profundidad espiritual porque me habla de un jesuita que vivía con libertad, sin aferrarse a nada, ni a nadie, y con la capacidad de encontrar y gustar la presencia de Dios en todas las cosas, sobre todo en las personas y en la sacramentalidad de la pequeñez y la cotidianidad. Esta simplicidad la vimos incluso en el desarrollo de su funeral. Cabe resaltar que, precisamente, Francisco ya había hecho algunas modificaciones al rito fúnebre de los Papas con un objetivo muy claro, despedirse como un amigo y pastor, y no como un poderoso del mundo. Otro aspecto es la importancia del diálogo. En la misa del funeral fue muy simbólico escuchar la oración de las Iglesias católicas de rito oriental que en lengua griega y mediante el rito de incensación, expresaban su despedida a su hermano Francisco.

Este gesto nos anima y recuerda la importancia de aprender a dialogar desde el corazón con el mundo, con otras religiones, con la riqueza de otras culturas, etc. El último aspecto es la centralidad en la esperanza, la misericordia, y en los pobres, migrantes y marginados. El Papa deseó que cuando llegara su cuerpo en la Basílica de Santa María la Mayor, las primeras personas en recibirlo fueran personas que representan hoy la exclusión de la sociedad. Fue profético y esperanzador ver en primera fila a personas en situación de calle, presos, personas transexuales y migrantes, portando cada una, cada uno, una rosa en la mano. Ellas y ellos que siempre estuvieron en el corazón de Francisco fueron los últimos en despedirse de él. Estos gestos hablan de una Iglesia abierta con misericordia a todas y a todos, y anosotros como jesuitas, nos recuerda que ver a Dios en todas las cosas, no es posible si no aprendemos también a contemplar, acompañar y aprender de quienes son “destinatarios y privilegiados del Evangelio”, a las crucificadas y crucificados de hoy. Al final, como buen hijo de Ignacio, vemos que no dejó nunca de pedir a Nuestra Señora ser puesto bajo los pies de su Hijo. Y así fue. Su cuerpo fue sepultado el pasado 26 de abril en la Basílica de Santa María la Mayor. 

Por: S. Jesús Manuel Roa Sánchez, S.J.

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