6 junio, 2024
El lunes 3 de diciembre de 1984 sigue siendo un día nefasto en la India. El escape de gas de Bhopal, el peor desastre industrial del mundo, mató a unas 20.000 personas pobres, la mayoría de las cuales vivían en barrios marginales. Medio millón de los que sobrevivieron sufrieron y siguen sufriendo aún hoy problemas respiratorios, irritación ocular o ceguera y otros trastornos derivados de la exposición al gas tóxico. En medio de batallas legales en la India y en Estados Unidos y de protestas de las víctimas y de activistas medioambientales, la «justicia» sigue siendo un espejismo esquivo y un sueño lejano para millones de personas.
Recuerdo la conmoción que me produjo ver aquellas espantosas imágenes de cadáveres en las calles. Una pregunta que no ha dejado de atormentarme desde entonces es: ¿por qué los pobres tienen que ser siempre las víctimas de esas catástrofes «provocadas por el hombre»? ¿Son realmente naturales?
La justicia ecológica puede verse desde dos ángulos. El primero, una genuina preocupación por la biodiversidad, la amenaza a la naturaleza y a todas sus especies cuando el medio ambiente pierde su equilibrio y su belleza. Proteger, conservar y restaurar los ecosistemas es el objetivo principal. El otro, percibir la interconexión entre la naturaleza y los seres humanos, especialmente en lugares donde las comunidades indígenas o rurales se enfrentan a las consecuencias de la degradación de la naturaleza y el medio ambiente y a proyectos a gran escala, como la minería y las presas hidroeléctricas.
humanas han dañado nuestra interconexión con la naturaleza. El grito de la tierra y el grito de los pobres, en concreto de las comunidades indígenas vulnerables, se escucha cada vez con más fuerza y claridad. Como dice el papa Francisco, «no nos enfrentamos a dos crisis separadas, una medioambiental y otra social, sino a una crisis compleja que es a la vez social y medioambiental» (Laudato si’ 139).
Tras la publicación de Los límites del crecimiento en 1972 y la Cumbre de Río en 1992, en la que participaron seis jesuitas que trabajaban en el campo del medio ambiente, surgió una preocupación creciente por parte de las Provincias jesuitas que reconocían la relación entre la promoción de la justicia y los retos de la degradación medioambiental. El sentimiento general era que la opción por los pobres y el cuidado de nuestra casa común eran inseparables, ya que la degradación ecológica afectaba drásticamente a los más pobres más que a otros sectores.
En 1995, durante la Congregación General 34, la Compañía de Jesús reconoció oficialmente por primera vez los crecientes problemas ecológicos y medioambientales del mundo y su impacto en los pobres y vulnerables y en la naturaleza. Esta preocupación surgió de jesuitas que ya veían y experimentaban sus efectos en algunos de sus países de misión. De ahí que la CG recomendara al P. General que hiciera un estudio y orientara a toda la Compañía para su futura misión en materia de ecología. Se encargó este estudio al Secretariado para la Justicia Social (SJS) y sus resultados se publicaron en 1999, en el documento Vivimos en un mundo roto: Reflexiones sobre la Ecología.
Posteriormente, en 2008, la CG 35, continuando la reflexión sobre los retos ecológicos a los que nos enfrentamos, hizo un llamamiento a todos los jesuitas para que establecieran una relación justa con Dios, con los demás y con la creación. Invitó a todos a reconciliarse con la creación y a «ir más allá de las dudas y la indiferencia para asumir la responsabilidad de nuestro hogar, la tierra». Para hacerlo de forma organizada y colaborativa, la CG invitaba a los jesuitas a «tender puentes entre ricos y pobres y establecer vínculos de apoyo mutuo».
Tras la CG 35, reconociendo que la justicia social solo es posible con la justicia ecológica, en 2010 el P. General confió al Secretariado la responsabilidad de coordinar tanto la justicia social como la medioambiental y lo rebautizó como Secretariado para la Justicia Social y la Ecología (SJES). Con este mandato, se formó un grupo de trabajo para discernir, planificar y preparar colectivamente un plan de acción para la justicia ecológica a todos los niveles. El resultado fue el documento Sanar un mundo roto, de 2011, una especie de precursor jesuita de la encíclica Laudato si’ del papa Francisco. El Secretariado buscó responder a la llamada a trabajar en red, creando las Redes Globales de Incidencia Ignaciana (GIAN, siglas en inglés) en 2008. Una de las cuatro redes se conoce como Ecojesuit.
Tras haber dedicado un año de discernimiento al interior de la Compañía de Jesús – en comunidades, Provincias, Conferencias y en la Compañía universal –, el P. General promulgó las cuatro Preferencias Apostólicas Universales (PAU) en febrero de 2019, después de que el papa Francisco las confirmara. Para la Compañía de Jesús, colaborar en el cuidado de nuestra casa común junto con la Iglesia y toda la sociedad humana puede ser una puerta de entrada para concretar la misión de las PAU de llevar a cabo la reconciliación y la justicia durante los próximos diez años o más.
Con información de jesuits.global