La conversación se da en el taller de pintura y dibujo de Pablo Walker sj (52). Una habitación espaciosa, de techos altos y muros gruesos, parte de lo que fuera una antigua casona, y que hoy es una más de las dependencias de la Universidad Alberto Hurtado. Walker apura unas bancas para recibir a tres compañeros: Cristóbal Fones (44), Rubén Morgado (41) y Francisco Jiménez (48). Músico, director teatral y poeta, respectivamente, estos sacerdotes son parte de una larga lista de jesuitas que, en el mundo y en la historia, han compartido su ser religioso con una profunda vocación artística. Los convocamos a dialogar sobre el espacio que este lenguaje ha ido ocupando en sus vidas, y a compartir sus puntos de vista sobre el papel que le puede tocar al arte en la forma de vivir la fe.

—¿Cómo aparece el arte en sus vidas?

RUBÉN: El teatro ha sido una inquietud de siempre, pero que pude desarrollar cuando aparecen preguntas sobre cómo poder nombrar espiritualmente lo que viví durante el “Mes de Hospital”1, en el Psiquiátrico. La experiencia de un Dios “mágico”, que resuelve todo, no servía allí. Entonces, o dejaba de creer, o me daba cuenta que ese “dios” con quien me había relacionado, no era Dios.

PABLO: Con mi familia vivíamos en España y recuerdo que tenía un cuaderno donde mi papá me enseñó las primeras letras. Empecé a poblarlo con dibujos, batallas, cosas de cabro chico. Después, llegando de España, muy solo en el San Ignacio y siendo malo para el fútbol, en una Semana del Niño había una actividad de dibujo con tiza en pastelones. Hice uno y me dieron mención honrosa, pero para mí fue como ganarme el premio Nobel. Allí empezó una afición muy grande por crear.

CRISTÓBAL: En mi caso es muy difícil encontrar un hito. Creo que aprendí a cantar así como aprendí a hablar. Mi aprendizaje de la palabra y de la comunicación tuvo siempre que ver con el hecho de cantar, con mis hermanos… en familia y en el colegio.

FRANCISCO: Cuando chico, y veía tele, tenía cuadernos con palabras que decían en la televisión. Lo leía todo. Mucho después, a los 17, recuerdo que en un curso en el colegio aluciné: nos ponían música clásica, íbamos a obras de teatro, leíamos poemas y a mí eso me volvió loco. También recuerdo que cuando una polola me pateó, escribí mi primer poema. Me acuerdo que salgo a la calle sintiendo que soy otro, que veo de una manera distinta el mundo y digo “lo puedo escribir todo”. Desde ahí no he parado de escribir poesía.

—Por lo que expresan, en su relación con el arte hay una necesidad interna de comunicar.

CRISTÓBAL: Totalmente. Para mí cantar es un modo de amar. Al cantar, yo me siento realmente vinculándome con la Creación, con las personas, con la comunidad. Y de una manera mucho más honda que simplemente hablando.

RUBÉN: A mí el teatro me permite comprender. Antes, puedo entender algo cognitivamente, pero cuando de verdad empiezo a comprender de qué va la cosa, es cuando lo puedo trabajar teatralmente. Siento que es más bien una revelación; un trabajo que tiene que ver más con descubrir que con tener algo que decir previamente.

PABLO: Es expresar; pero me pasa que cuando dibujo o pinto no sé lo que expreso… más bien, como que sincero una búsqueda. Y cuando ella me rinde el homenaje de la gratificación, permitiéndome estar conforme, siempre la descubro como algo más grande de lo que tenía ideado.

FRANCISCO: Para mí la poesía tiene también algo de indagación, de saber cosas que no sabía hasta que me meto en el poema. Es la expresión de la interioridad, pero también es nombrar el misterio. Es descifrar la quemadura. A mí, por ejemplo, me han dicho “oye, tus poemas son tan tristes y tú no eres tan triste”. Y yo pensaba que tal vez muchos de mis poemas son tristes porque sale esa parte de mí con la que a veces mi vida no me permite conectarme.

—Ustedes hacen arte desde distintos lenguajes. ¿Ese lenguaje lo escogen ustedes o es el lenguaje el que a ustedes los escogió?

RUBÉN: Siento que voy descubriendo, cambiando metodologías. Por ejemplo, el teatro tiene una reflexión política, y eso inmediatamente te abre a universos distintos de palabras, de modos, de técnicas, de opciones.

PABLO: Cuando aprendo una técnica, que combina bien una línea con una curva, un color con otro, y ya la “manejo”, me suena como muerta. El resultado puede ser satisfactorio, pero se pierde algo, que es la experiencia de que ciertas líneas, curvas o volúmenes te eligen. No es una experiencia mística, pero sí estética: esa forma visual te atrae, porque la encuentras particularmente auténtica. El otro día en la playa, paseando por las dunas, me quedé en el tono gris y el tono salmón de una roca… ¡y ya!, ¡eso es!, con esa luz de la tarde, ¡aquí está el tono para una melodía visual! Es experimentar el ser escogido.

CRISTÓBAL: A mí me pasa que mi música está llena de rostros… nunca han sido ideas. Hay excelentes compositores y grandes músicos que trabajan conceptos. Pero no es mi caso. Siempre que canto, es en referencia a personas, a comunidades, a la persona de Jesús.

FRANCISCO: He experimentado el ser alcanzado por la poesía. Haber querido tantas veces sacarla de mi vida, y no poder. Recuerdo que muchas veces lo he dicho… periodos en los que no escribía nada. Y después ver un poema, tener un estremecimiento y decir, ¡chucha (sic), esto está vivo, sigue aquí! Cuando lancé mi primer libro, eso fue un hito. Desde ahí no he dejado de tener un proyecto. Y siento que si no tengo el proyecto me muero no más. Hay algo de lo que ya no puedo escapar.

—¿Y Dios? ¿Cómo aparece en esta experiencia?

RUBÉN: No puedo crear sin rezar. Tengo que discernir lo que voy a hacer. Por otro lado, siento que mi teatro es muy poco explícitamente religioso; más bien trata de lo que por ningún motivo puede ser considerado Dios. Mi materia es el ser humano y su estúpida y maravillosa contradicción. Eso es lo que a mí me hace ver y querer, lo que me permite acercarme más a la Encarnación.

CRISTÓBAL: Siento que mi música trata de decir lo que sí puede ser Dios. Lo que me ha tocado componer tiene que ver con los Mapuche, con la solidaridad, con los más pobres, y, desde ahí, rezarle a Dios… reconocerlo. Para mí es una cuestión de identidad: yo sin Dios no existo, no soy.

FRANCISCO: Mi vida espiritual y mi vida poética se identifican en estos tiempos. Cuando me conecto espiritualmente aparece la poesía altiro; o estoy leyendo poesía y tengo mociones espirituales, o le pongo nombre a mis mociones espirituales.

PABLO: Primero, por ser algo gratuito y que no sirve para nada. Eso para mí es motivo de escándalo y de mucho conflicto. Yo no rezo dibujando; en el dibujo más bien hay lucha, libido, frustración, fascinación. Al crear también concurre una experiencia muy marcada por mi madre: poetisa, creyente y enamorada de un Jesucristo muy jovial, travieso, humano y cotidiano. Con los ojos abiertos veo a Dios a cada rato, en signos de belleza, de autenticidad; en arrugas, en maneras de pararse de una mujer, en luchas… Sin embargo, tengo una certeza muy fuerte: que ni toda la belleza del mundo puede fabricar un gramo de fe. Hay un hiato entre la libertad de Dios y la libertad del ser humano, que se encuentran, para que surja la fe.

CRISTÓBAL: Miles de personas me preguntan “¿cuándo decidió usar la música para la evangelización?”. Y yo digo, ¡no, jamás! Eso sería una aberración. Lo que uno hace es compartir algo que, a lo mejor, puede suscitar una disposición, para que ocurra lo que tiene que ocurrir en este encuentro de dos libertades. Pero el día en que uno empieza a manipular a otro, primero, deja de ser arte, es inauténtico, y, luego, claramente no es cristiano.

—¿Qué sería lo auténtico?

PABLO: Un arte que no miente, que dice verdad. Y si la verdad que queremos transmitir es un misterio de gracia, las formas adecuadas para dar testimonio van a tener límite, porque no tienen dominio respecto de Dios. El arte puede explicitar su límite y, si lo hace, puede salir a buscar límites de todas las gentes, para que aparezca como el lugar donde puede manifestarse algo más grande que nuestros límites: las relaciones de gratuidad que el Espíritu desencadena. Un arte que pretenda develar qué es lo auténticamente humano.

—¿La crisis actual puede ser cantera para ustedes?

RUBÉN: Para mí sí. Primero, me di cuenta que como sacerdote y director de teatro tengo gran dominio del punto de vista. Y, en razón de eso, en ambos lados ejerzo poder. La crisis me ha ayudado a captar que hay modos de producción más democráticos. Por otro lado, en lo teatral me ha hecho comprobar que el arte no soporta canon… y no sé si la fe auténtica soporta canon. Es reticente, refractaria y contradice el canon constantemente. La actual crisis nos ha dado lecciones precisamente por eso.

PABLO: En realidad, lo que hemos perdido con la crisis es lo que Jesús no quería para nosotros. Es una buena noticia, por muy dolorosa que sea, darnos cuenta que vivimos apegados a posiciones. Entonces, me parece que el arte puede ayudar a dejarle espacio a un Dios más grande que me convierte, que da vuelta mis coordenadas, que libera y transforma la historia.

—Para terminar, ¿cuál ha sido el principal regalo que el arte les ha entregado?

FRANCISCO: La mirada contemplativa. Me ha integrado, me ha sacado de mí y de mis convicciones. La poesía es lo que me mantiene en mis cabales.

PABLO: La posibilidad de creer en Dios que me llegó a través del arte. Si no hubiera tenido muy cercaa un Dios travieso, creador, improductivo, no habría encontrado en Jesús un salvador. Necesitaba una buena noticia de esas características.

CRISTÓBAL: El cantar me ayuda a amar célibemente; porque integra placer y donación, elementos que para mí son básicos para sentir que soy capaz de amar y ser amado. La música me ha regalado comunidad, vínculos… Me siento una persona que puede amar cantando. A través de la música puedo ser mejor hombre, mejor jesuita, mejor sacerdote.

RUBÉN: Primero, la misericordia. Porque así te toque interpretar a Hitler, tú tienes que defenderlo escénicamente, y yo creo que una de las cosas que más he aprendido en medio de esta crisis es entender los motores de acción de las personas: creo que a veces somos menos perversos de lo que creemos y que estamos más hechos pedazos.

 

Fuente: Jesuitas Chile