El autor comenta que siempre se sintió incómodo con una idea que la Congregación General XXXIV tomó prestada de un discurso del Pe. Kolvenbach (Detroit 26/06/91) al afirmar que “Dios ha sido siempre el Dios de los pobres porque los pobres son la prueba visible de un fracaso en la obra de la creación” (d. 2, 9). Piensa que ni la preferencia de Dios por los pobres tiene su razón de ser en el fracaso existencial que ellos “serían”, ni los pobres son, en manera alguna, prueba del fracaso de la creación. En este artículo comenta las dos ideas anteriores porque le parece que de su correcta compresión cristiana depende la experiencia del Dios Padre de Jesús de quien somos compañeros, y el servicio que nos invita a compartir con El. En la misma dinámica de reflexión sobre la riqueza del pobre y sobre el Dios de los pobres propone la experiencia de la Storta como clave de lectura de la misión de la Compañía: su esencia teológica. La capillita de la Storta es el santuario donde Ignacio fue escogido como compañero de Jesús crucificado.