Se trata de una "especie de" biografía del P. Pedro Arrupe, en la que el autor habla de él mencionando, desde su familia, sus estudios. Cuenta que a partir de sus experiencias con su familia, universidad y el contacto con los pobres en Madrid, en Lourdes, fue surgiendo su vocación a la Vida Religiosa y al Sacerdocio en la Compañía de Jesús. Sentía a Dios muy cerca y en sus milagros, eso fue lo que, irresistiblemente, le atrajo. Lo descubrió tan cerca de los que sufren, de los que lloran, de los que naufragan en esta vida de exclusión, lo que hizo que se encendiera en él el ardiente deseo de imitarlo en esta voluntaria proximidad de los desamparados del mundo, personas que la sociedad desprecia, porque ni siquiera sospecha que hay un alma vibrando debajo de tanto dolor (cit. Lamet P. 59 s).
Continúa relatando la vida de Arrupe en sus diversos espacios, hasta su experiencia con la bomba de Hiroshima; su experiencia como provincial de Japón y, luego, como P. General. El General Arrupe era, como religioso y misionero, un hombre del siglo veinte, cultivando y recomendando un intenso y auténtico diálogo con el mundo secular. Conquistó la confianza de muchas Órdenes y Congregaciones religiosas, tanto así que fue Presidente de la Unión de los Superiores Generales de Roma desde 1965 hasta 1983.
No solo la Compañía de Jesús se benefició de ese liderazgo en el campo de la actualización de la Vida Religiosa, sino que muchas instituciones y Congregaciones buscaban inspirarse en las reflexiones del P. Arrupe para realizar su propia renovación espiritual y apostólica. El Papa Pablo VI, en su mensaje con ocasión de la clausura de la 32ª Congregación General (7 de marzo de 1975), consciente de la influencia del P. Arrupe y de toda la Compañía de Jesús, exhorta a los congregados: Exhortamos, pues, a todos los hijos de la Compañía de Ignacio a que continúen con renovado esfuerzo sus iniciativas y obras, alegremente emprendidas para el servicio de la Iglesia. Sepan que tienen puestos en sí los ojos de los hombres de hoy, no solo de la Compañía, ¡sino también de otras Familias Religiosas y hasta de la Iglesia entera! ¡Que no quede frustrada tamaña esperanza! Id, pues, avanzad en el nombre del Señor! (nº5).