Los Ejercicios se nos revelan no como una «lista de temas sobre los cuales predicar», sino más bien como una «pedagogía hacia una experiencia espiritual». Y una experiencia que, a su vez, no es puntual, sino histórica: va desarrollándose a lo largo de todo un proceso. Y dentro de este proceso, cada paso no se encadena con el siguiente por una lógica deductiva y racional, sino más bien por una especie de lógica «psicológica» o, si se quiere, por una concatenación afectiva, en la que cada estado anímico suscita aquellos otros que se complementan, le compensan o le hacen avanzar hasta la totalidad de la experiencia espiritual perseguida. Desde estas claves el autor pasa a describir la experiencia espiritual de los Ejercicios destacando las siguientes expresiones: en primer lugar, la palabra «misericordia» [61] y el «conocimiento interno» [104]. En segundo lugar, la observación de que «la Divinidad se esconde» [196]. Y, finalmente, el consejo de atender «al oficio de consolador del Resucitado».