Con este texto, el autor, José Corella, hace una semblanza de san Ignacio empezando por afirmar que nos atrae por la totalidad de su persona, por su modo de pensar y de sentir, su manera de decidir y de relacionarse, por la unción llena de buen sentido con el que encara los asuntos mas diversos. Ante las preguntas: ¿Cómo llegó a este modo de ser? ¿Dónde está el secreto de tanta armonía, de su personalidad tan realizada y tan fecunda? Y sobre todo ¿Cuál fue el papel de Dios en esta transformación y crecimiento, al mismo tiempo tan humano y tan divino? Su respuesta es que su vida tiene mucho de peregrinación, de búsqueda y encuentro, de tenacidad y docilidad y, de este modo, él y Dios consiguieron un estilo de vida de gran calidad cristiana, en donde, por un lado se hace transparente la acción divina en este mundo y, por el otro, vive en profunda plenitud, totalmente dedicado al servicio de los demás. Sentimos que vale la pena conocerle y aprender de su peregrinación, desde su propia libertad. En el fondo, muchos sentimos el mismo deseo, la misma urgencia no solo de crecer sino también de anunciar el Evangelio y ayudar a los demás. Su peregrinación interior continua válida para nuestro tiempo; no porque queramos reproducir su vida sino porque intentamos acompañarle en su itinerario espiritual, como si quisiéramos reproducir, de lejos, lo que Emaús fue para los desorientados discípulos de Jesús. Un compañero que hoy nos sale al camino: Ignacio de Loyola.