Al iniciar el artículo, el P. José Javier Aizpun, cuenta que durante sus años en India tuvo un trato muy cercano con un jesuita a quien respetaba, apreciaba y quería mucho. Era el Superior de Provincia cuando llegó a la India a los 19 años. El le guió, le acompañó y alentó incansablemente. Cuenta que como su salud era precaria en ese entonces, el Superior le dio un cuidado verdaderamente maternal, a pesar de ser por temperamento –aragonés- un tanto seco y duro. Continúa hablando de esos primeros años hasta llegar al tema de la soledad y que, de un amigo, entendió de que cada uno tiene que aprender a armarse su propia soledad. Señala que una de las cosas que él hace para armar su propia soledad es escribir. De ahí surgen las reflexiones que compare con quien se atreve a leer este artículo.
Escribe que la soledad es una experiencia profundamente humana; muchas veces asociada con el celibato. Es más, hay quien cuestiona el celibato precisamente por esa soledad que conlleva. Sin embargo la soledad no es una experiencia asociada ni exclusiva, ni siquiera predominante con el estado de vida célibe. Es una experiencia inherente a la condición humana, sea cual fuere el estado de vida. La soledad es parte de la vida humana; es importante comprender esta experiencia para poder vivirla en forma que no nos deshumanice pero que nos ayude a crecer y madurar humana y espiritualmente. Tenemos que aprender a “armar” nuestra soledad.
Hay que diferenciar la soledad estéril de la soledad habitada para finalizar diciendo en la conclusión, entre otras cosas, que: Parafraseando el refrán “Dime con quién andas y te diré quién eres” también se puede decir, “Dime qué deseas y te diré quién eres”. Los deseos que anidan en lo hondo de uno mismo son los que dan dirección a una vida. Vivimos en una cultura consumista que está organizada para crear deseos y necesidades artificiales. Y esos deseos tienden a ahogar los deseos profundos, los que me dicen quién soy y qué quiero hacer de mi vida. Y es en la soledad donde esos deseos afloran y llaman a la puerta insistentemente. Lo importante es “que no sea sordo a su llamamiento”. ¡Qué importante es, en la vida, hacer ese camino desde la soledad temida a la soledad buscada y habitada!