II Domingo de Pascua

 

“Si no veo en sus manos las heridas (...) no lo podré creer”

Monseñor Francisco Múnera, arzobispo de Cartgena de Indias y antiguo obispo de San Vicente del Caguán, contó alguna vez que durante los años en que el gobierno colombiano despejó una inmensa zona del país para favorecer el diálogo con la guerrilla, vivió una de las grandes enseñanzas de su vida. Iba saliendo de San Vicente del Caguán, cuando lo detuvo un grupo de guerrilleros para hacer una requisa del vehículo e identificar a los que viajaban con él. Mientras lo interrogaban, uno de los guerrilleros se le acercó y le preguntó: «Sabe usted, padre, ¿qué es lo único que hay en el cielo hecho por manos humanas?» Monseñor Múnera no supo responder. Quedó con la pregunta clavada en su alma durante todo el tiempo que duró el retén guerrillero. Ya a punto de reemprender el camino, el guerrillero se le acercó al obispo y le dijo al oído: «Lo único que hay en el cielo hecho por manos humanas son las heridas de Nuestro Señor Jesucristo. Eso debería saberlo usted que ha estudiado tanto, padrecito».

Las heridas de Nuestro Señor Jesucristo, lo único que hay en el cielo hecho por manos humanas, según este joven guerrillero, fue lo que Tomás exigió ver antes de doblegar su terquedad ante la evidencia de la experiencia de la resurrección de sus hermanos. “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer”. Eso parece que tenían en mente los realizadores de la película sobre la Pasión de Jesucristo. Aun cuando se ha señalado que ha sido hecha ajustándose a los evangelios mismos, encuentro que la mirada que se de a una realidad, determina lo que se quiere acentuar en una experiencia. Es decir, considero que la mirada de los realizadores de esta película, que guían y determinan nuestra propia mirada sobre la vida y la Pasión del Señor, enfocan elementos que modifican los relatos que conocemos por los cuatro evangelios.

La pregunta que cabe hacer a la película en mención es si la atención a las heridas, a la flagelación –recogida con tanto detalle–, a los infinitos golpes que recibe el Señor, siendo reales e incuestionables, no son objeto de una exagerada atención. En cambio, el resto de la vida de Jesús, que aparece sólo en cortos recuerdos a lo largo del Camino de la Cruz, queda desdibujada y perdida en los recuerdos difuminados de un condenado a muerte. No parece suficiente el contraste entre lo uno y lo otro. Los evangelistas no se quedan en la Pasión del Señor... No se quedan en las heridas del Señor... Los evangelios contextualizan y enmarcan la Pasión en una historia de vida que no puede ser olvidada ni puesta en un segundo plano.

Cuando San Ignacio de Loyola, habla de la resurrección, en sus Ejercicios Espirituales, dice que en ella “la divinidad aparece y se muestra ahora tan milagrosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos de ella”. Es decir, que la resurrección, es perceptible por sus efectos en la vida de las personas. La pregunta que nos puede ayudar a vivir esta Pascua resucitada este año es si nuestras vidas muestran sólo las heridas del Señor, o son también manifestación de su resurrección gloriosa a través de los efectos que produce. La vida de Jesús no fue sólo herida, también fue una interminable lista de obras de misericordia que fue repartiendo entre todos los que se cruzaban en su camino. La vida entera de Jesús hace parte de lo que Dios quiso decirnos en la persona de su amado Hijo. Eso también hace parte de lo que está en el cielo, hecho por manos humanas.

Encuentros con la Palabra
II Domingo de Pascua – Ciclo C (Juan 20, 19-31)
Hermann Rodríguez Osorio, SJ