Los Ejercicios Espirituales (EE) son el kerigma de San Ignacio, su «Evangelio»[1]. La práctica de los Ejercicios – en sus diversas modalidades, adecuadas a las necesidades de cada ejercitante, respetando siempre la integridad de los pasos que el proceso implica – se ordena a la elección de la vida o a su reforma. Por eso, en el corazón de la estructura temática de los Ejercicios hay una serie de normas y prácticas que forman parte esencial del kerigma. El ejercitante, guiado por quien le da los Ejercicios, se sitúa en medio de los misterios de la vida de Cristo, contemplados desde la perspectiva y según el ritmo de meditaciones propio de San Ignacio. En este proceso – el de las «cuatro Semanas de los Ejercicios», que se organizan en torno a la elección que hay que hacer (preparándola y confirmándola) – San Ignacio propone documentos que podemos llamar «normativos» y «prácticos» y que son propios del discernimiento de espíritus.

Los temas de los Ejercicios están estructurados – escogidos y ordenados – de tal manera que susciten necesariamente las mociones – consuelos y desolaciones – sobre las que se hará el discernimiento con las reglas relativas, que se tratan en los niveles normativo y práctico.

La estructura kerigmática de los «Ejercicios» en el plano normativo

En el plano normativo, observamos las reglas de discernimiento propiamente dichas. Tengamos en cuenta que no son sólo las que se titulan así explícitamente, sino también las que lo son de facto, como las de los escrúpulos, las de la distribución de la limosna, etc. Tales normas conciernen directamente a nuestra intención teológica[2].

Distinguimos entre normas o reglas de discernimiento propiamente dichas y su estructura kerigmática: las normas son más tradicionales y pueden encontrarse fácilmente en otros autores espirituales; su estructura es, en cambio, en San Ignacio, más original y personal.

Las normas o reglas de discernimiento son las que llevan explícitamente este título (cf. EE 313-336) y también las que sirven para discernir en casos concretos. O sea, las de distribuir limosna (cf. ES 337-344), las de entender escrúpulos (cf. EE 345-351), las de ordenarse en el comer (cf. EE 210-217), las de penitencia (cf. EE 82-90), y las reglas – que abarcan más de un caso – para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener (cf. EE 352-370)[3].

Tengamos en cuenta que los Ejercicios Espirituales están orientados a que la persona haga una opción de vida, ya sea que elija un estado de vida o que elija reformar una o más cosas importantes de su existencia. Por lo tanto, la estructura en la que se utilizarán las reglas de discernimiento, con la ayuda de la persona que da los Ejercicios, es fundamental. Por eso decimos que es una «estructura kerigmática».

Hay dos cosas que condicionan el uso de las reglas. La primera, más subjetiva, se expresa en el momento de la elección; la otra, más objetiva, se expresa en el tema de la elección. Aunque las reglas pueden encontrarse enunciadas – a veces textualmente – en otros autores, estas condiciones son originales de San Ignacio, y en este sentido son kerigmáticas.

Los tiempos de elección

Los tiempos de elección pueden considerarse como pertenecientes a la estructura kerigmática de las reglas para el discernimiento de los espíritus. San Ignacio discierne tres «tiempos», o «climas interiores», en los que puede encontrarse un alma. Los ordena en gradación: de un máximo de evidencia de la acción de Dios (primer tiempo: cf. EE 175) a un mínimo de esa evidencia (tercer tiempo: cf. EE 177), pasando por un momento intermedio, en el que la acción de Dios es mediada y al mismo tiempo se manifiesta con suficiente claridad a través de la variedad de consuelos y desolaciones (segundo tiempo: cf. EE 176).

La acción del Señor se realiza no sólo cuando Dios elige directamente, como, por ejemplo, en el caso de la conversión de san Pablo (primer tiempo), ni tampoco sólo en el segundo tiempo, cuando la persona percibe las mociones, distintas y contrarias, del buen y del mal espíritu, sino también en el tercer tiempo, cuando uno está tranquilo y elige mediante razones.

La diferencia estriba en que la acción de Dios en este último tiempo se manifiesta sobre todo en la tranquilidad con que el ejercitante puede hacer uso de sus potencias naturales (cf. EE 177): el hecho de que el intelecto pueda «discurrir y razonar» sin que interfieran las pasiones ni se interponga el mal espíritu es una gracia (cf. EE 182); asimismo, es una gracia que la voluntad pueda sentir sus inclinaciones (cf. EE 184) sin confusión y sin variedad desconcertante. Es aquí donde más se necesita la experiencia de un director capaz de utilizar la técnica adecuada para asegurar la elección en la práctica, sin necesidad de salir de la duda teórica.

Ahora bien, la dificultad intelectual que puede provocar la complejidad del momento de la elección nos da la oportunidad de hablar del que da los Ejercicios[4]. Dado que el tiempo es el único aspecto que no podemos controlar – aunque es el que percibimos con mayor claridad -, necesitamos la ayuda de otra persona para que nos dé los Ejercicios y cronometre el proceso. Esto en teoría puede ser muy difícil de explicar, pero en la práctica, con la ayuda de quien da los Ejercicios (y del Espíritu Santo, cuya asistencia nunca falta a quien desea orar), es fácil de hacer. Por eso, la teología kerigmática que proponemos no es una teología sistematizada en sí misma, que luego cada uno deba poner en práctica – si puede -, sino un reflejo de la práctica sencilla, aunque comprometida, de los Ejercicios Espirituales que cada cristiano puede hacer de cualquiera de las maneras posibles con la ayuda discreta del que los da.

La confirmación de la elección

Los comentaristas de San Ignacio suelen tratar de la elección, sin tener en cuenta, como su parte esencial, la confirmación. Ésta, sin embargo, es un elemento clave, ya que los Ejercicios tratan precisamente de elegir «lo que el Señor escoge para mí» en mi vida concreta. Por tanto, no se trata de una elección funcional y abstracta, como la de quien hace un plan analizando números y estadísticas; ni tampoco de una elección pasional, por la que uno elige para sí lo que más desea.

Es aún más importante señalar que, para San Ignacio, es posible una doble confirmación: una positiva, que consiste en una paz que se percibe como proveniente del Señor y con la que se manifiesta positivamente la aceptación de la elección; otra negativa o interpretativa, que la tradición posterior a la primera generación ha olvidado un poco y que requiere una explicación más detallada.

Puede decirse que este segundo modo de confirmación es también una paz, pero una paz que se reduce a una ausencia de experiencia negativa. Es decir, no se siente que el Señor rechace la elección, a pesar de que se le da tiempo y se le pide insistentemente que lo haga (cf. EE 183; 188). Este silencio del Señor se interpreta como una confirmación – de ahí que llamemos a tal confirmación «negativa» o «interpretativa» -, porque se cree que si al Señor no le agradara esa elección, después de ver que el ejercitante hace todo lo posible por elegir bien, se lo manifestaría de alguna manera sensible[5].

Esta confirmación silenciosa es una gran gracia, por muy inferior que sea en comparación con otras. Los que dan los Ejercicios ayudan al ejercitante a «interpretar» positivamente, como una verdadera confirmación de Dios, la ausencia de signos de rechazo de Dios. Desde el punto de vista kerigmático – es decir, de una teología de la gracia que no hace comparaciones teóricas, siempre odiosas, entre la gracia de un ejercitante y la de otro -, todos los tiempos de elección, considerados junto con sus respectivas confirmaciones, presentan, como tiempos de gracia, una profunda unidad kerigmática. En nuestra opinión, esta concepción es evangélicamente inclusiva. Elimina cualquier expectativa de recibir una «elección muy especial» de Dios o «experiencias místicas» de alto nivel. En comparación con la mera «ausencia de rechazo», éstas no aportan mayor confirmación del beneplácito de Dios, si se confía en el hecho de que el Señor no rechaza a nadie que se dirija a Él. Esta concepción despeja cualquier elitismo y facilita el camino de la vida espiritual, haciéndolo practicable para la gente corriente.

Hasta aquí hemos visto lo que desde el punto de vista kerigmático – y como reflexión teológica sobre la acción del Señor en cada ejercitante, en cada uno de los tres tiempos de elección – nos interesaba afirmar para poner de relieve la unidad kerigmática que existe entre el tema único de los Ejercicios – el misterio de Cristo – y el tiempo de elección y confirmación, como acción del mismo Cristo, que en definitiva es única, aunque pueda manifestarse de muy diversos modos a lo largo de los Ejercicios. Los documentos temáticos de los Ejercicios son inseparables de los normativos, como éstos de aquéllos; y todos forman un único kerigma, una única teología kerigmática del discernimiento de espíritus.

Ahora bien, una vez consideradas las condiciones subjetivas de la elección, o tiempos de la elección, nos queda considerar las condiciones objetivas, o materia de la elección.

 

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  1. Este artículo es la síntesis de un ensayo publicado en dos partes, bajo el título «Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus» en Ciencia y Fe 19 (1963) 401-417; y en Ciencia y Fe 20 (1964) 93-123. 

  2. Hay también otras importantes para la práctica del discernimiento de espíritus: las reglas de la oración (o notas complementarias), las de los exámenes, etc. 

  3. Incluye también todos los cuidados de discreción que, «de la abundancia de su corazón», San Ignacio esparció por sus escritos y que estas reglas resumen. 

  4. Cfr D. Fares, «Il direttore spirituale come compagno, maestro e padre», en Id., Aperti alle sfide, Milán, Àncora, 2016, 62 s. 

  5. Esta confirmación negativa e interpretativa es muy similar al argumento del silencio, utilizado en teología para probar la tradicionalidad de una sentencia teológica contra la que no existe una tradición opuesta y se aplica el principio: Qui tacet consentire videtur