Compartimos el artículo del P. Roberto Jaramillo SJ, donde reflexiona sobre las acciones necesarias y urgentes que necesita el planeta ante la crisis ecológica.

 

Posibilidades presentes y futuras del cuidado de la Casa Común, para el fortalecimiento de la acción educadora y de transformación social

 

Sobre Casa Común y Cuidado

Creo sinceramente que la instalación del concepto de “Casa Común”, y de “Cuidado” son dos posibilidades educativas extraordinariamente ricas que han sido abiertas en las últimas décadas, probablemente en las últimas tres, cuando el planeta empezó a echar humo, a asfixiarse, a morir.

Ha sido una adquisición de la sociedad civil, de la conciencia humana (algo parecido a la prohibición del cigarrillo en zonas comunes: como un consenso instalado), un trabajo ciudadano hecho especialmente de la mano de las generaciones jóvenes (incluso niños), y de la denuncia de la ciencia (aún muy condicionada por los sistemas financieros), de los ciudadanos alternativos. Una conquista secular, laica.

Sin embargo, ha sido asumida, entendida y, últimamente, alimentada también por la Iglesia de una manera especial en la última década, con la enseñanza y preocupación, con la sensibilidad especial del Papa Francisco a las cuestiones de actualidad.

Son, pues, dos realidades nuevas profundamente demandantes, elocuentes, convocantes e incluyentes que sin duda han de marcar y estar presentes en cualquier acción educativa actual, so pena de quedarnos hablándole a las paredes; es decir, de ser absolutamente irrelevantes.

La Casa Común y el Cuidado en la acción educativa

No es evidente que la mayoría de las personas entienda lo mismo cuando dice “cuidar de la casa común”, y mucho menos cuando lo relaciona con la acción educativa. Tengo la sospecha de que nos referimos a cosas bastante difusas, muchas veces diferentes, poco precisas o concretas; y de que estos procesos de discusión, de evaluaciones, informes, publicaciones, etc., con no poca frecuencia terminan remanejando (“refritando”) conceptos confusos o vagos que, al final del camino, en lugar de ayudar van a entorpecer más lo que desearíamos que ocurriera. En último, hablamos mucho sin saber de qué en concreto estamos hablando; y por eso estamos convirtiendo el asunto del Cuidado de la Casa Común en un “lugar común”, cada vez más vacío de sentido: un comodín intelectual, una entelequia distractora.

Por eso, estamos dándonos un tiro en un pie y en lugar de verdaderamente cuidar de la Casa Común o contribuir para que ello suceda, lo que estemos es muy distraídos (y casi contentos en seminarios, conferencias, estudios, artículos) discutiendo ideas difusas, como en un lodazal de palabras y expresiones bonitas y de citas ajenas, estéticamente excitantes (generalmente del Papa), que nadie entiende completamente; como en un barrizal de buenas intenciones del que no somos capaces de salir, mientras que descuidamos cada vez más la casa en que vivimos.

Las pruebas están a la mano: el calentamiento global no se detiene, la deforestación es una realidad gritante, la contaminación de las aguas, la tierra y el aire es cada vez peor. Surgen, una tras otra, epidemias y amenazas de pandemias, abundan las inundaciones y las sequias extremas, se multiplican las plagas y las disfunciones de la naturaleza por causas antrópicas, se aumenta la taza de desaparición y de extinción de especies, y el empobrecimiento de las mayorías ya empobrecidas es cada vez más evidente, etc. No es el momento para abundar en datos y auscultar el moribundo planeta donde habitamos con más detalle.

A un enfermo terminal hay que darle un tratamiento de choque, masivo, de grandes dimensiones si se le quiere salvar la vida. Y los cuidados diarios y detalles pequeños, tan necesarios (criar lombrices, separar basura orgánica, cultivar las propias verduras, apagar la luz, cambiar los bombillos por unos de menor consumo, reciclar aceite quemado…) han de ocurrir, ¡sin duda!, pero lo que exige la situación es un tratamiento intensivo, inmediato, hasta que el moribundo esté estabilizado. Sobre todo, si somos actores sociales, como los proyectos e instituciones educativas: llamadas a cambiarle la cara a la sociedad y a informar la conciencia colectiva; no solo a formar individuos, sino ciudadanos mundiales. Mientras dure el estado de emergencia, las buenas intenciones o acciones simbólicas son importantes, ¡pero de ninguna manera suficientes!

No creo que el común de los mortales –el 90% de la humanidad que habla de Casa Común y de Cuidado- esté dimensionando la gravedad de la situación y escuchando con oídos atentos de verdaderos actores sociales -aún más- de educadores (!!)- como para estar a la altura de ofrecer instrumentos, métodos, programas, propuestas, verdaderamente recuperadoras (no sólo paliativos), reconstructoras.

Tengo la impresión de que todos jugamos un poco a lo que denuncia la película “No mires arriba”: haz de cuenta que no existen, que no te importa, que hagas lo que hagas (aunque sea lo mejor que crees poder hacer) estarás siempre jodido; pero no te enteras que, si osas hacerlo, ¡no serás feliz!

Nos resignamos, entonces, a hacer cosas que en nada cambian la realidad del enfermo terminal. Vivimos con la ilusión de que estamos cambiando el mundo; y eso es válido para una persona que hace su deber, pero no para una institución o para un proyecto como el de una escuela, un centro social, una universidad o una parroquia, que tienen que pensar en colectivo. Hacemos muy poco... nos contentamos con acciones simbólicas sin asegurar que su significado perdure, tenga futuro, que haya condiciones en las cuales lo que se siembra permanezca, crezca, se multiplique.

Esto puede sonar, para muchos, atrevido (porque puedo estar equivocado) y para otros pueda sonar muy pesimista, pero creo que un gran desafío antes de continuar adelante (y no hablo en el sentido cronológico porque la urgencia es grande y no hay que esperar, sino que hablo en el sentido más profundamente intelectual) es indagar más agudamente, discutir más profusamente para aclarar los conceptos al ritmo de la praxis educativa. Necesitamos claridad respecto de lo que realmente significa (no ética, conceptual o idealmente, sino en la práctica) Cuidar de la Casa Común.

No quiero desconocer el hecho de que toda acción educativa tiene ritmos, procesos diferentes, particulares, lentos pero firmes; muy diferentes a los procesos de producción en serie o a los esquemas pragmáticos que se basan en indicadores de resultados inmediatos. En esta materia vale bien recordar las palabras del papa Francisco cuando invitaba a los jesuitas, en su última Congregación General, a desatar procesos más que a ocupar espacios. La verdad es que se necesitan dos miradas al mismo tiempo: la contemplativa de la semilla que se planta, se quiebra, transforma y va saliendo y creciendo lentamente en un terreno local; y al mismo tiempo la de la articulación en acciones globales eficaces, que ofrezcan al enfermo terminal esperanza de vida y no simplemente cuidados paliativos resignados a la muerte inminente: porque esa esperanza, esa proactividad, ese esfuerzo es también parte del proceso educativo. ¡No podemos resignarnos a educar para perder, para desaparecer, a actuar sin mirar hacia arriba!

Necesidad imperiosa - ALIANZAS

Hay experiencias muy importantes que intentan ver esa realidad y evidenciarla, pero si no somos capaces de trabajar en alianza con ellas, y de escalar juntos la soluciones al mismo tiempo en que se hacen diagnósticos y estudios serios, no podremos ofrecer vidas verdaderamente transformadas y realidades sociales nuevas, liberadoras, humanizadoras a las personas con las que trabajamos. Y para ello la(s) escuela(s) y todas las instituciones que desarrollan una labor educativa (formal o informal) tienen no sólo la capacidad sino la responsabilidad de hacerlo.

Una de las urgencias es articularnos entre nosotros y aprender a colaborar con otros colectivos, ONGs, asociaciones civiles y mixtas, agencias gubernamentales y multilaterales que están trabajando maciza y masivamente en proyectos que pueden hacer la diferencia, dada la envergadura, el tamaño, el impacto de las soluciones o de las acciones propuestas.

Es urgente ‘dejar de mirarse el ombligo’ (personal e institucional) y hacer alianzas multi-actor cada vez más amplias; y muy especialmente con los responsables públicos: agencias gubernamentales, secretarías locales y municipales, departamentales o nacionales, organismos multilaterales que tienen por función y tarea la trasformación de esas macro condiciones que hacen que la Casa Común esté muriendo, y que tienen además los recursos, la expertisse, el personal, y sobre todo el mandato cívico y constitucional de hacerlo.

Colocar nuestras instituciones, colocarnos nosotros mismos, y colocar a la gente que pretendemos educar – en cualquiera de las acciones que desarrollemos – en ese nivel de cooperación interinstitucional, internacional, intersectorial, no sólo para discutir y hacer informes, congresos y seminarios, sino para co-laborar en el plano de las prácticas concretas y eficaces de Cuidado de la Casa Común, creo que es lo más educativo – a largo plazo – que podemos realizar.

Roberto Jaramillo, S.J.