Conferencia de Nurya Martinez-Gayol Fernández ACI, presentada durante la Asamblea Plenaria de la Unión Internacional de Superioras Geenrales (UISG) en Roma, realizado en mayo de 2022.
1. ¿Qué decimos cuando decimos espiritualidad?
- La espiritualidad: una cualidad relativa al espíritu (etimología)
Atendiendo a su origen etimológico[1] la Espiritualidad es una cualidad relativa al espíritu. La condición y naturaleza de lo espiritual.
- La espiritualidad como fuente de vida
Los diccionarios traducen “espíritu” como “aliento vital.” Como el aire que nos envuelve y respiramos es fundamental para la vida de cualquier persona, es la fuente de vida que nos hace existir. De ahí que podamos decir que la espiritualidad está presente como principio dador de vida para cualquier ser humano y como modo de relación de lo más hondo de uno mismo con dicha “fuente de vida”, o con una alteridad que nos trasciende. Para nosotras obviamente esa fuente es Dios (su Espíritu).
- La espiritualidad como habilidad social
La espiritualidad nos hace hondamente conscientes de que vivir es “con-vivir,” que la vida es “comunión”. No solo nos conecta con nuestra “fuente de vida”, también con los demás. Por lo tanto, el aspecto relacional es vital en toda espiritualidad.
De ahí que se haya definido la espiritualidad como la habilidad social para cuidar las relaciones a todos los niveles y así promover una vida plena y con sentido.
- La espiritualidad como motivación
La espiritualidad de una persona es lo más hondo de su propio ser, atañe a sus motivaciones, sus ideales, su pasión. “La espiritualidad es la motivación que impregna los proyectos y compromisos de vida” (Segundo Galilea). Y por lo tanto es algo que tiene que ver con la raíz que mueve la propia vida y sus relaciones fundamentales, su intencionalidad y su actividad. Podríamos decir que la espiritualidad define el modo de vida de una persona.
- La espiritualidad como talante, inspiración de la actividad de una persona o comunidad
Pero puesto que es también una realidad comunitaria, puede definirse como la conciencia y la motivación[2] de un grupo, de un pueblo[3].
La espiritualidad de un sujeto, colectivo o pueblo es su forma de ser y relacionarse con la totalidad de la realidad, con lo que ésta tiene de trascendente y de histórica
Preguntarnos por la "vida espiritual" es, por supuesto, preguntarnos por el cultivo del silencio, oración, contemplación, pero igualmente por la vida social y cívica, por el compromiso sociopolítico, por el uso del dinero y del tiempo, por la seriedad y honradez en el trabajo, por sus modos de buscar la felicidad, y afrontar el dolor, por el modo de vivir su vida cotidiana etc.
La espiritualidad debe enmarcarse en todas estas perspectivas entrelazadas. Cada dimensión es co-determinante y está co-determinada por otras.
- El Espíritu nos lleva a hacernos cargo de la Exigencia de discernimiento
La espiritualidad cristiana es una manera de vivir el Evangelio por la fuerza del Espíritu, pero es por ello y al mismo tiempo, una manera de aprehender la realidad y, por ende, de enfrentarse con ella. Por tanto, es la misma acción del Espíritu la que nos impulsa, con un talante específico, a hacernos cargo de la realidad.
Si entendemos, por tanto, que "espiritualidad es el el talante con que se afronta lo real, CON EL QUE NOS HACEMOS CARGO DE LA REALIDAD, de la historia en que vivimos con toda su complejidad, nos podremos preguntar qué espíritu/talante es adecuado y cuál no en cada momento de la historia”[4]. De ahí la importancia para ello, como “instrumento o mediación”, del discernimiento”.
En nuestro caso, la espiritualidad será entonces el espíritu con el que nos hacemos cargo de esa realidad en la que vivimos y a la que somos enviadas, es decir, de la Missio Dei. Y el discernimiento será la herramienta que nos permite armonizar este espíritu o talante al “Espíritu de Dios” que nos guía en esta empresa.
En realidad, las diversas espiritualidades que han surgido en la vida de la Iglesia y que se han concretado en las distintas formas de vida y familias religiosas, han sido exactamente eso, un dejar que el Espíritu guiara hacia una u otra forma de
«hacerse cargo de la realidad», respondiendo a sus necesidades a lo largo de la historia.
Desde esta concepción, preguntarnos qué espiritualidad tenemos, significa preguntarnos qué espíritu nos mueve en nuestro acontecer cotidiano, con qué espíritu afrontamos la realidad aquí y ahora, con qué espíritu afrontamos la Misio Dei.
Y esta va a ser una pregunta central para nosotras, y para poder ir oteando qué significa hablar de una espiritualidad sinodal. Y también para ir percatándonos de lo que nos exige este modo de entender la “espiritualidad” como un vivir “haciéndonos cargo” –y por ello “cargando y encargándonos”[5] de la historia, de la realidad, de los problemas sociales, políticos, económicos, religiosos, etc., de nuestra situación pluricultural concreta, en el “aquí y ahora” de la sinodalidad.
La espiritualidad se revela, así, como un camino de vida, un camino de experiencia, un camino de búsqueda, un camino humano-divino que abraza todo lo humano (cuerpo, sentidos, cultura, sociedad…), lo carga sobre sí y se encarga de orientarlo hacia su destino en Dios.
2. Sinodalidad: un término
La Comisión Teológica Internacional (CTI) describe la sinodalidad como una dimensión constitutiva de la Iglesia[6] en tres sentidos, yendo de lo más externo y concreto a lo más esencial. En primer lugar, la sinodalidad designa a ciertos acontecimientos que denominamos sínodos, convocados por la autoridad competente y de carácter puntual. En segunda instancia, la palabra apunta a las estructuras y procesos eclesiales que se encuentran al servicio del discernimiento. Por último, el significado más esencial del término remite a un estilo peculiar que caracteriza la vida y la misión de la Iglesia. Este es el sentido en que vamos a utilizarlo en esta presentación[7].
Inmediatamente somos capaces de percibir la conexión existente entre el modo de comprender la “espiritualidad” –un modo de hacerse cargo de la realidad–, y la “sinodalidad” –un estilo peculiar que caracteriza la vida y la misión de la Iglesia–.
La sinodalidad apunta hacia un modo de vivir y de actuar que define a la comunidad eclesial tanto en sus relaciones ad intra como ad extra. Pero además el significado etimológico de la palabra sínodo[8] nos permite entenderla como un “caminar juntos”.
Por lo tanto, a lo que le seguimos la pista es a un modo particular de caminar juntos como Iglesia (sinodalidad), para –más y mejor– poder “hacernos cargo” del mundo (espiritualidad). En esto consiste la espiritualidad sinodal, en un hacernos cargo de la realidad, del mundo, de la Missio Dei, caminando juntos.
¿Cómo “hacernos cargo” de la situación de nuestro mundo, para que este encargarnos sea sinodal, es decir, para hacerlo con ese peculiar estilo que afecta nuestra vida eclesial y nuestra misión y que implica “caminar juntos”?
Voy a tratar de identificar algunos rasgos que me parecen especialmente importantes, en este momento que estamos viviendo como Iglesia, que caracterizarían esta espiritualidad sinodal.
3. 5 rasgos de una espiritualidad sinodal que abraza la vulnerabilidad
La espiritualidad sinodal ha de ser una espiritualidad de la escucha porque lo primero que precisamos para “hacernos cargo del mundo” es “escucharlo” y “escucharnos”. ¡Siempre podemos escuchar! ¡Siempre hay alguien que precisa ser escuchado!
Escuchar es algo “Decisivo”, por ser una de las necesidades mayores que experimenta el ser humano: “el deseo ilimitado a ser escuchados” (Francisco); y es exigente, porque no basta cualquier tipo de escucha, hay que escuchar bien, prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y a cómo escuchamos.
La Biblia nos recuerda constantemente que la escucha es algo más que una percepción acústica, y que está ligada a la relación dialógica entre Dios y la humanidad. Toda la Torah, descansa sobre una disposición previa: “escucha Israel” (el Shema) (Dt 6,4). La iniciativa siempre es de Dios, que nos habla, y nosotros respondemos, en primer lugar, escuchando. Pero esa escucha es, en último término, posibilitada por su Palabra, proviene de su gracia.
Hasta tal punto que san Pablo afirma que “la fe proviene de una escucha” (Rm10,17). Creer, en último término es ver lo que nace de una escucha. De ahí que, para la Biblia, el oír –la audición– sea más importante que la visión. ¿Por qué?
Nurya Martinez-Gayol Fernández, ACI
Religiosa de la Congregación de las Esclavas
del Sagrado Corazón de Jesús.
Colabora con el Grupo de Investigación Ignaciana
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[1] El sustantivo “spiritus”, que puede traducirse como “alma”, pero también como álito, vida, fuerza, empuje, espíritu. La partícula “-alis”, que se usa para expresar “relativo a”. El sufijo “-dad”, que es equivalente a “cualidad”.
[2] La espiritualidad de una persona, comunidad, pueblo es: su motivación de vida, su talante, la inspiración de su actividad, de su utopía, de sus causas: CASALDALIGA, P.-VIGIL, J. Mª, Espiritualidad de la Liberación, Editorial Envío, Managua, 1992, 23. En esta misma línea "La espiritualidad es la motivación que impregna los proyectos y compromisos de vida, la motivación y mística que empapa e inspira el compromiso". GALILEA, S. El camino de la espiritualidad. Paulinas. Bogotá, 1985. ,26
[3] Es la espiritualidad "macroecuménica" de la que hablan CASALDALIGA-VIGIL, o.c. 23-25, o "la dimensión teologal fundamental de la espiritualidad" como la llama J. SOBRINO. Cf. "Espiritualidad y seguimiento de Jesús." en Misterium Liberationis. Conceptos fundamentales de la Teología de la Liberación. Trotta, 1990. T.II, 476
[4] J. SOBRINO o.c.,449-476
[5] IGNACIO ELLACURÍA, “Hacia una fundamentación filosófica del método teológico latinoamericano”, en Estudios Centroamericanos, 322-323 (1975) 411-425, aquí 419: Ellacuría comprendía la estructura formal de la inteligencia como “aprehender la realidad y enfrentarse con ella”, lo cual se desdobla en tres dimensiones: “hacerse cargo de la realidad” o dimensión intelectiva; “cargar con la realidad” o dimensión ética; y “encargarse de la realidad” o dimensión práxica. Sin embargo, al ver la vida y la obra de Ellacuría, según Jon Sobrino se hace necesario agregar una cuarta: “dejarse cargar por la realidad” o dimensión de gratuidad. Cf. JOSÉ LAGUNA, “Hacerse cargo, cargar y encargarse de la realidad”, Cuadernos CyJ 172 (enero 2011)
[6] Lo hace en el nº 70 del documento de la COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia: Texto y comentario del documento de la Comisión Teológica Internacional, Estudios y ensayos 244 (Santiago Madrigal Terrazas, Autor, Redactor), BAC, Madrid 2019
[7] No solo es el más amplio, sino que es el fundamento de los otros dos.
[8] La palabra sínodo viene del latín sinodus, vocablo procedente del griego σύνοδος (encuentro, reunión, asamblea), compuesta del prefijo griego συν- (reunión, acción conjunta) y la raíz de ὁδος (ruta, camino, viaje).
Información de uisg.org