Artículo publicado en la revista “Jesuitas 2022 - La Compañía de Jesús en el mundo”, escrito por Luis Fernando de Miguel SJ (Centro Loyola, Cienfuegos) y Maite Pérez Millet (Centro Loyola, Santiago).

 

No parece muy original relatar que las obras de la Compañía de Jesús se dedican a la educación, a la formación en artes, o a la promoción de emprendimientos para pequeños negocios. Sin embargo, en un contexto como el cubano, donde por más de seis décadas la educación ha sido exclusiva del Estado y la labor de los jesuitas se circunscribió de manera casi exclusiva al ámbito parroquial y espiritual, esto resulta novedoso. Tuvieron que pasar más de cincuenta años para que jesuitas y un amplio equipo de colaboradores volvieran a incursionar en la educación. Esta vez de la mano de los Centros Loyola. Esta iniciativa apostólica inició a finales del 2013, primeramente, en La Habana y en poco tiempo se extendió a Santiago de Cuba, Cienfuegos y Camagüey. Posteriormente se sumaron otros dos centros en los barrios de Juanelo y Diezmero, ambos al sur de la capital cubana. Así quedó constituida la Red Loyola.

Cada centro tiene su historia y su autonomía, pero a través de proyectos comunes pretenden convertirse en un espacio para acompañar el crecimiento de una ciudadanía responsable que desde edades tempranas se comprometa con su contexto a través de la promoción de valores humanos, la participación ciudadana y el fortalecimiento de la sociedad civil. La lista de proyectos y actividades que llevamos a cabo crece día tras día: refuerzo escolar, formación en artes, idiomas, informática, reflexión e investigación social, trabajo con familias, formación para la creación de pequeños negocios agrícolas o de manufacturas, cursos de espiritualidad ignaciana o de diálogo interreligioso. Igualmente aumenta el número de personas a las que llegamos.

Con frecuencia los usuarios de los Centros Loyola nos hablan de sus experiencias en nuestros espacios. En las escuelas del estado están acostumbrados a una educación ideológica y uniforme, pero aquí experimentan, casi con perplejidad, que pueden expresarse con libertad y en respeto a su individualidad. Muchos de ellos hacen de los Centros Loyola su segunda casa y poco a poco se van incorporando a una nueva manera de enfrentarse con la sociedad y con la vida, desde la contemplación de la realidad cubana y el deseo de transformación social, para vivir más dignamente.

Varios niños y adolescentes llegan corriendo y sudorosos por la tarde al centro, aún con su uniforme escolar, ávidos de encontrar algo diferente de lo que han vivido desde la mañana en las aulas. Sienten liberación y novedad. Muchos no son creyentes, pero descubren una puerta de entrada para el evangelio y para aprender a dialogar con lo diferente. Eso es esencial en la sociedad quebrada que vivimos en Cuba, que necesita de tanta reconciliación. Con frecuencia tienen pocos recursos económicos y valoran el servicio desinteresado que se les brinda, bien difícil de encontrar en otros lugares. Cosas parecidas expresan los campesinos acompañados por el Centro Loyola en sus pequeñas producciones agrícolas.

Madres, padres, y hasta maestros en las escuelas, perciben las mejorías en las capacidades académicas y por consiguiente en los resultados docentes de niñas, niños y adolescentes, vinculados al refuerzo escolar. Incorporan hábitos de estudio y lectura, muestran cambios en el comportamiento que transitan de agresivos, apáticos, egoístas a alegres, colaborativos, más seguros. La familia se integra progresivamente a los procesos educativos de sus hijos y los padres pasan de la despreocupación a dedicar tiempo al proceso de crecimiento personal de sus menores, reconociendo en ocasiones la necesidad de orientación familiar.

En los diversos públicos aumentan las habilidades para trabajar en grupos, para dialogar y aprender a participar desde la identificación de las fortalezas individuales. Emergen las capacidades artísticas, se educa la estética y se aprende a apreciar lo cotidiano desde el respeto a la diferencia. Presenciamos el despertar de actitudes de emprendimiento y la generación de fuentes de ingreso que devuelven vida. Los Loyola han ganado en reconocimiento y confianza dentro y fuera de la Iglesia, creciendo así el número de instituciones del Estado, independientes y eclesiales con alianzas de colaboración alrededor de objetivos comunes con los Centros.

Al permanente desafío de educar en una Cuba que históricamente desconfía del servicio que llega desde la «institución iglesia», el 2020 añadió nuevos retos; la imposibilidad de mantener la presencialidad como única modalidad para la formación, en un contexto de desigualdad en el acceso a las tecnologías, y la imposibilidad de obtener fuentes locales de financiación, han sido los más complejos. Entre tanto, seguimos reinventándonos y estableciendo alianzas con otras redes educativas de la Compañía a fin de que podamos seguir ampliando nuestros horizontes y hacernos más universales. De este modo, con una propuesta educativa que sea transformadora y de calidad, buscamos seguir sirviendo en el trabajo con jóvenes, en el cuidado de la casa común y en la promoción de una justicia social cada vez más inclusiva.

 

Imágenes e información de jesuits.global