El pastor que vende la herencia gratuitamente recibida [1]
A finales de la década de 1970 y comienzos de 1980, el entonces padre Jorge Mario Bergoglio escribió lo que luego fue un artículo titulado «El mal superior y su imagen»[2]. Se refería, obviamente, al superior dentro de la Compañía de Jesús, que tiene una misión pastoral precisa. Resulta tocante que en aquel escrito el actual Pontífice no utilizara la imagen del mercenario que Jesús mismo contrapone al buen pastor, y que en cambio tomara la de aquel que «vende la herencia gratuitamente recibida» (RE 215).
La venta de la heredad es siempre una «mala venta». Por eso los que venden la heredad son calificados de «guías ciegos». Su ceguera, su falta de discernimiento, el no reconocer al Hijo de Dios venido en carne es la raíz de esta profanación, que resulta siempre un mal negocio. Bergoglio toma como marco la Carta a los Hebreos, que dice: «¿Cuánto más grave castigo pensáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios, y que tuvo como profana la sangre de la Alianza que lo santificó y ultrajó al Espíritu de la gracia?» (cf. Hb 10,26-31) (RE 216).
La venta de la heredad afecta no solo la relación entre el pastor y el Señor, sino que repercute y daña a todo el pueblo fiel de Dios. Por eso Bergoglio dice que, para Jesús, el guía ciego es «quien no pastorea a su pueblo con lealtad» (RE 216).
Pastores con olor a oveja[3] y vendedores de la heredad recibida de manera gratuita de los mayores: dos imágenes fuertes para caracterizar la figura del pastor, la del bueno y la del malo.
La imagen olfativa, del olor de las ovejas, y la imagen económica, del que malvende una heredad que no es suya sino de todo el pueblo, se graban a fuego en la memoria mejor que mil conceptos morales y definiciones abstractas.
Más allá de consideraciones románticas, la figura de Judas, el mal apóstol, quedó ligada al hecho de haber malvendido a su amigo y Señor por treinta monedas de plata. Como telón de fondo está la imagen de los viñadores homicidas y resuena la frase funesta que «Al ver al hijo, se dijeron: es el heredero. Lo matamos y nos quedamos con la herencia» (Mt 21,38).
La trilogía sobre la imagen del superior
Reconstruyendo la historia de aquellos años podemos decir que el artículo titulado «El mal superior y su imagen» nació y se completa con otros dos: «El superior local» y los «Ejercicios para superiores»[4] que Bergoglio predicó a comienzos de 1976, en los que hablaba de «La imagen del superior ideal» (MpR 219). Se trata, pues, de una pequeña trilogía en la que Bergoglio reflexiona sobre los superiores. Al igual que ahora, como Obispo de Roma, reflexiona sobre los obispos.
Para Bergoglio-Francisco, el superior y el pastor es un hombre Ad aedificationem (MpR 96ss.). Y edificar, además de construir la Iglesia con piedras vivas, supone también la capacidad de condenar: «San Ignacio nos enseña que edificar supone capacidad de condenar» (MpR 218).
Esta capacidad de condena ha sido y es un rasgo distintivo de Bergoglio-Francisco. Son claros sus «noes»: «la cosa no va». Su primera homilía programática en torno al Caminar-Edificar-Confesar estuvo centrada en la condena a lo que «no va», lo que «no funciona»: «Caminar: nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona». «Si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona». Sin la cruz del Señor «no somos discípulos del Señor, somos mundanos»[5].
Y lo mismo sucede con sus «no se puede»: «No se puede conocer verdaderamente como pastores al propio rebaño, caminar delante, en medio o detrás de él, cuidarlo con la enseñanza, la administración de los sacramentos y el testimonio de vida, si no se permanece en la diócesis»[6]. «No se puede hablar de Jesús de manera quejumbrosa»[7]. «Esto no se puede realizar aisladamente (tener la mirada de conjunto de María) sino solo en comunión»[8]. «No se puede taponar (la misericordia)»[9].
En una cultura como la nuestra, abierta a la pluralidad de las interpretaciones, para hacerse entender no basta con afirmar algo bueno; es necesario explicitar lo malo que contradice de manera absoluta ese bien. Más aún, es decisivo que la condena sea concreta. No basta con condenar el mal en su estadio final o puro, con una formulación que termina siendo abstracta. Y es también importante estar atentos al momento y a los límites de toda condena. El paradigma lo encontramos en la parábola del trigo y la cizaña, en la que el Padre es cuidadoso a la hora de tratar el problema y no deja que actúen los servidores que pretenden extirpar la cizaña de raíz.
Francisco tiene esta gracia de saber poner límite temporal a la condena: «esto, ahora, no», o «por ahora, no». No se trata de condenas dogmáticas y absolutas, sino de condenas netas y fuertes, aunque humildes: «así no, por ahora no…», o «ahora sí». «En la vida y en el amor el “no” está al servicio del “sí” […]. Los principios negativos ayudan a que la vida no se transforme en muerte, pero la vida no avanza y madura a fuerza de “noes” multiplicados, sino gracias a la gradualidad de muchos “síes”»[10].
El bien no se termina de afirmar y realizar hasta que no se condena el mal contrario, pero esta condena, humanamente, nunca puede extirpar el mal del todo, cosa que solo Dios hará a su debido tiempo. Humanamente, la discreción consiste en neutralizar el mal, de manera que la gracia pueda seguir su cauce. Esta concepción de «neutralizar» (cf. MpR 174) el mal, de no pretender «extirparlo» de raíz, forma parte de la pedagogía discreta de Francisco y de su capacidad de condena, que se muestra eficaz a la hora de quitar impedimentos para que sea el Espíritu el que conduzca a la Iglesia.
Las características del mal superior
Después de brindar una «rica tipología bíblica acerca de los rasgos de maternidad y paternidad de un superior religioso en referencia a recibir bien, custodiar atentamente y transmitir con fecundidad la herencia recibida» (RE 219), Bergoglio individualiza tres características del superior que vende la herencia. La primera es la del «perezoso», y el signo distintivo es «el mal cansancio». La segunda es la del que «pierde la memoria», y el signo es «el aburrimiento de la vida». La tercera imagen es la del falto de pietas, y el signo es un «espíritu quejumbroso» (RE 219-223).
Dado que las apariencias engañan, porque los que venden la herencia a veces pasan por justos, como en el caso de Ananías y Safira y, en cambio, los que no la negocian son humillados y acusados de malhechores, como en el caso de la casta Susana, Bergoglio da como criterio seguro el de la Cruz. Cuando lo que media es la cruz del Señor, se puede olfatear al buen superior; cuando en la mediación aparece el «negocio» y el «quedar bien», se puede olfatear al mal superior.
La pregunta clave que tiene que hacerse todo superior es acerca de sus penas, sufrimientos y tristezas. Para ver de qué signo son: «¿Lo despojan cada vez más de sí y lo adhieren a Cristo crucificado? Entonces son de Dios, son el crisol de la pasión. ¿Lo alimenta algún resentimiento? ¿Le proponen ambiciones futuras como compensación de fracasos presentes? Entonces son de mal espíritu, forjadoras de fariseísmo en su alma, los llevan a la esterilidad y los convierten en asnos: “Homo cum in honore sit, quasi asinus”» (RE 224). El criterio de las humillaciones —soportadas o deseadas por amor a Jesús— es el criterio fuerte de Ignacio y ha sido y es el criterio fuerte de Francisco.
La última profundización la da Bergoglio en clave de paradoja: la que se da entre «no ver» y «ser ciego». «Si un superior acepta la heredad recibida y quiere transmitirla con fidelidad, no le queda más remedio que asumir el “no ver” la plenitud de tal heredad. Porque la ley de fidelidad a toda herencia pasa por el “entregarla” y renunciar al goce de su plenitud» (RE 224). La muerte del testador es lo que permite que se haga efectiva la transmisión de la herencia. Este «no ver» es lo contrario del negocio, que enceguece al que no quiere pasar la herencia sino gozarla. Las imágenes bíblicas que inspiran a Bergoglio son las de Abraham y las de los ancianos Simeón y Ana: gente que saluda las promesas de lejos y salta de júbilo en esperanza (Jn 8,56).
Esta imagen de los ancianos se contrapone totalmente a las imágenes que elige Bergoglio para ilustrar lo que es un mal superior: Sansón, aburrido de la vida y atrapado por la sensualidad, pierde la fuerza y cae en manos de los enemigos que lo ciegan y debe recurrir a una catástrofe para reparar en algo el mal producido; Esaú errante y quejumbroso, que vende la primogenitura por un plato de lentejas; Ananías y Safira, que engañan y se hacen pasar por piadosos aunque son calculadores y mezquinos.
Bergoglio contempla los personajes bíblicos y actualiza sus actitudes poniéndolas en imágenes actuales, en cosas que vemos de manera cotidiana. La contemplación es conducida al discernimiento práctico, con un deseo apremiante de incidir realmente en la vida. Esta caricaturización del mal superior brinda un servicio a la verdad: permite que se neutralice el poder del mal espíritu, que se basa sobre todo en su escondimiento, en no hacerse notar hasta que está instalado.
En el Evangelio vemos cómo las ironías de Jesús, por ejemplo, al fariseo Nicodemo, obran un efecto bueno en su corazón y, en cambio, en otros fariseos que no quieren convertirse el efecto es el contrario: el corazón se les endurece más. Pero esto no es habitual en nuestro mundo, en el cual lo común es que se alabe en todo a los amigos y se condene en todo a los enemigos. No es fácil discernir que el que nos dice una dura verdad acerca de un pecado lo haga con deseo de ayudarnos. Y, sin embargo, en el Evangelio las bienaventuranzas siempre van acompañadas de las malaventuranzas, de los: «¡Ay! de ustedes», con que el Señor condena a los malos dirigentes con la misma fuerza e intención de salvar con que alaba y bendice a los que practican el bien.
El mal superior y el mal obispo
Convengamos, antes de continuar, en que no todas las imágenes del mal superior son aplicables sin más al mal obispo. Exacerbar algunas imágenes de malos obispos, caricaturizándolas, como a veces hacen los medios, puede ser no solo destructivo sino distractivo. No todo el que anda con cara seria o es acusado de algo es un vendedor de la herencia recibida. Como bien hace ver Bergoglio: «El justo aparenta ser malo —las circunstancias lo ponen allí— por defender su pertenencia a la heredad que no quiere vender. El injusto, como Ananías y Safira, vende cualquier cosa con tal de aparentar ser bueno» (RE 223).
Recordemos que en Bergoglio-Francisco siempre está presente la espiritualidad de los Ejercicios, y al hacer ver el proceso de toda tentación, sigue el que Ignacio describe en la meditación de «Dos Banderas», los «tres escalones»: tentación de codicia de riqueza, de vano honor mundano y de soberbia (cf. EE 142). En el discernimiento de Bergoglio-Francisco la falta de pobreza se suele concretar en eludir el trabajo; la vanidad, en mundanidad espiritual y la soberbia en falta de pietas.
Con respecto al valor de los «perfiles» tengamos en cuenta que, para Francisco, «El perfil de un obispo no es la suma algebraica de sus virtudes. […] Todas estas dotes imprescindibles —integridad, equilibrio, solidez, rectitud, etc.— deben ser con todo una indicación de la centralidad del testimonio del Resucitado, subordinados a este compromiso prioritario. Es el Espíritu del Resucitado quien forma a sus testigos, quien integra y eleva las cualidades y los valores edificando al obispo»[11]. La «herencia recibida gratuitamente», por tanto, es la de ser «testigos de Cristo resucitado». Esta es la herencia que no se puede vender, dejar que se devalúe, alquilarla ni hipotecarla.
Al comienzo de su pontificado, sin embargo, Francisco trazó un perfil del mal obispo[12], al cual siempre hace referencia y en el que se pueden reconocer las características del que vende la heredad por eludir el trabajo —psicología de Príncipe—, por mundanidad espiritual —ambición del episcopado— o falta de piedad —no ser «esposos de una Iglesia»[13].
Ahora nos centraremos en esta tentación principal —la de vender la herencia gratuitamente recibida— e intentaremos remarcar algunos puntos en los escritos de Francisco a los obispos en los que están presentes, como una especie de estructura primera, estas tres realidades fundamentales que hacen de un obispo un vendedor de la heredad.
El obispo distante de sus sacerdotes y del pueblo fiel
En el caso del mal obispo, Francisco fustiga la pereza pastoral cuando hace que se devalúe el tesoro y la riqueza más grande de la herencia recibida, que para un obispo es el pueblo fiel y sus sacerdotes.
A los obispos mexicanos, por ejemplo, los exhortaba a no dejar que se pierda la herencia de la religiosidad popular, custodiándola con un trabajo constante[14]. Pero si hay una nota característica de esta tentación en un obispo es la distancia: «Es necesario para nosotros, pastores, superar la tentación de la distancia —y dejo a cada uno de ustedes que haga el catálogo de las distancias que pueden existir»[15].
Francisco, siempre que puede, se complace en repetir una especie de teatralización del obispo distante que no responde a las llamadas telefónicas de sus curas: «Yo he oído —no sé si es verdad, pero lo he oído muchas veces en mi vida— de sacerdotes, cuando daba ejercicios a sacerdotes: “¡Bah! He llamado al obispo y el secretario me dice que no tiene tiempo para recibirme”. Y así durante meses y meses y meses. No sé si es verdad. Pero si un sacerdote llama al obispo, el mismo día, o al menos al día siguiente, la llamada telefónica: “He oído, ¿qué deseas? Ahora no puedo recibirte, pero intentemos buscar juntos la fecha”. Que oiga que el padre responde, por favor. Al contrario, el sacerdote puede pensar: “Pero a este no le importa; este no es padre, es jefe de oficina”. Pensad bien en esto. Sería un buen propósito: ante una llamada de un sacerdote, si no puedo este día, al menos responder al día siguiente. Y después ver cuándo es posible encontrarlo. Estar en continua cercanía, en contacto continuo con ellos»[16].
También la gente necesita la cercanía de su Pastor: «¡La presencia! La pide el pueblo mismo, que quiere ver al propio obispo caminar con él, estar cerca de él. Lo necesita para vivir y para respirar»[17]; «El rebaño necesita encontrar espacio en el corazón del pastor»[18].
Hay muchas, muchísimas maneras, de poner distancia… y una sola de acortarla: la cordialidad que se juega por los suyos a lo largo del tiempo y que se juega especialmente por los más problemáticos y necesitados.
La distancia no es solo afectiva. Hay una distancia peor que consiste en hacer inaccesible la Palabra de Dios y los Sacramentos. Por eso Francisco exhorta a los obispos a ser «kerigmáticos»[19]. El kerigma siempre es anuncio de que «el reino está cerca».
La distancia es una categoría espacial, y como el tiempo es superior al espacio, la virtud que supera estas malas distancias es la paciencia. La paciencia es el signo concreto del obispo que sabe encontrar la distancia justa en cada momento porque apuesta al tiempo, porque es capaz de iniciar, sostener y acompañar procesos de crecimiento en la vida espiritual.
Para hacer ver la importancia de la paciencia, recuerda Francisco: «Dicen que el cardenal Siri solía repetir: “Cinco son las virtudes de un obispo: primero la paciencia, segundo la paciencia, tercero la paciencia, cuarto la paciencia y última la paciencia con aquellos que nos invitan a tener paciencia”»[20].
La paciencia de la que habla Francisco es dinámica en alto grado. El Papa habla de «entrar en paciencia» delante de Dios: «El obispo debe ser capaz de “entrar en paciencia” ante Dios, mirando y dejándose mirar, buscando y dejándose buscar, encontrando y dejándose encontrar, pacientemente ante el Señor»[21].
La paciencia para rezar es la misma que la paciencia para llevar adelante el apostolado: «Y esto vale también para la paciencia apostólica: la misma hypomone que debe ejercitar en la predicación de la Palabra (cf. 2 Cor 6,4) la debe tener en la oración»[22].
Con esta paciencia se hace frente a la tentación del «frenesí de la eficiencia» del mundo actual, que es una forma de pereza, porque se privilegia el trabajo con las cosas, al ritmo frenético del dinero, y se pierde el ritmo humano, el que necesitan las personas para crecer y vivir[23].
El obispo que no tiene coraje de discernir para el bien de su pueblo
La segunda característica del que vende la herencia es la de alguien que ha perdido la memoria de la herencia recibida y eso hace que no tenga coraje para discernir. Duda, se retrasa o no ve lo que es para bien y para mal —dramáticamente hoy— en la vida de su pueblo. Y esto tiene que ver con la vanidad, con el mirarse a sí mismo, en vez de mirar el bien y el mal de los demás que requieren intervención.
En los escritos de Francisco puede verse un signo de esta falta de memoria en la imagen del obispo «personaje». Lo discierne Francisco en un texto breve pero muy fuerte dirigido a los nuevos obispos: «Hoy en día muchos se camuflan y se esconden. Les gusta construir personajes e inventar perfiles… No soportan el escalofrío de saberse conocidos por Alguien que es más grande y no desprecia nuestra pequeñez, que es más santo y no nos reprocha nuestra debilidad, que es verdaderamente bueno y no se escandaliza de nuestras llagas. Que no sea así para vosotros: dejad que os recorra ese escalofrío, no lo remováis, ni lo acalléis»[24]. Y más adelante agrega: «El mundo está cansado de los encantadores mentirosos. Y me permito decir de los curas a la moda, o de los obispos a la moda. La gente “olfatea”, el pueblo de Dios tiene olfato, y se aleja cuando reconoce a los narcisistas, a los manipuladores, a los defensores de sus propias causas, a los proclamadores de cruzadas vanas»[25].
Construir «personajes» e inventar «perfiles» es vanidad superficial y más en lo profundo es falta de memoria. La memoria es «el colirio que purifica los ojos de los pastores»[26] y les da ese «sentido deuteronómico de la vida como historia de salvación», liberándolos de «la enfermedad del “alzheimer” espiritual»[27].
Diego Fares, SJ
Fue un miembro del Colegio de Escritores
de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022.
El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022,
dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.
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[1] Este artículo fue publicado como epílogo del volumen publicado por la Congregación para los Obispos con ocasión del octogésimo cumpleaños del papa Francisco. Véase D. Fares, «Il cattivo pastore e la sua immagine», en Congregazione per i Vescovi, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2016, pp. 287-299.
[2] Cf. J. M. Bergoglio-Papa Francisco, «El mal superior y su imagen», en Reflexiones espirituales sobre la vida apostólica, Bilbao, Mensajero, 2013, pp. 215ss. (de aquí en adelante citaremos RE y el número de página). El artículo fue publicado primero en el «Boletín de Espiritualidad» de la Provincia Argentina de la Compañía de Jesús, n.º 84, diciembre de 1983; luego en la Editorial Diego de Torres (creada por Bergoglio), Buenos Aires, 1988, pp. 228ss.
[3] D. Fares, El olor del pastor, Maliaño, Sal Terrae, 2015.
[4] Cf. J. M. Bergoglio-Papa Francisco, «El superior local» y «Ejercicios para superiores», en Meditaciones para religiosos, Bilbao, Mensajero, 2014, pp. 93ss. y 215ss. (de aquí en adelante citaremos MpR y el número de página). En estos textos Bergoglio comenta las «Directrices para los superiores locales…» del padre Arrupe (cf. P. Arrupe, «Guidelines for local superiors, Acta Romana Societatis Iesu, vol. XVI, III 1975, p. 595ss.)
[5] Francisco, Homilía en la Misa con los Cardenales, 14 de marzo de 2013.
[6] Íd., Discurso a los participantes en el Congreso para los Obispos de nuevo nombramiento, 19 de septiembre de 2013.
[7] Íd., Discurso a los participantes en la 66º Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, 19 de mayo de 2014.
[8] Íd., Discurso a los Obispos mexicanos, 13 de febrero de 2016.
[9] Íd., Discurso a los participantes en el Curso de Formación para los nuevos Obispos, 16 de septiembre de 2016.
[10] D. Fares, «Educar a los hijos según Amoris Laetitia. La pedagogía del papa Francisco», en La Civiltà Cattolica Iberoamericana 4, p. 63.
[11] Francisco, Discurso a la Reunión de la Congregación para los Obispos, 27 de febrero de 2014.
[12] Íd., Discurso a los participantes en las Jornadas dedicadas a los Representantes Pontificios, 21 de junio de 2013.
[13] Íd., Discurso a la Reunión de la Congregación para los Obispos, 27 de febrero de 2014 y Discurso a los participantes en un encuentro de Representantes Pontificios, 17 de septiembre de 2016.
[14] Íd., Discurso a los Obispos mexicanos, 13 de febrero de 2016.
[15] Ibíd.
[16] Íd., Discurso a los participantes en el Congreso para los Obispos de nuevo nombramiento, 19 de septiembre de 2013. La misma descripción la hará a los Obispos de Corea el 14 de agosto de 2014.
[17] Íd., Discurso a los participantes en el Congreso para los Obispos de nuevo nombramiento, 19 de septiembre de 2013.
[18] Íd., Discurso a la Reunión de la Congregación para los Obispos, 27 de febrero de 2014.
[19] Ibíd.
[20] Ibíd.
[21] Ibíd.
[22] Ibíd.
[23] Cf. Francisco, Discurso en el Encuentro con el Episcopado brasileño, 27 de julio de 2013.
[24] Íd., Discurso a los participantes en el curso de formación para los nuevos Obispos, 16 de septiembre de 2016.
[25] Ibíd.
[26] Francisco, Homilía en la Profesión de fe con los Obispos de la Conferencia Episcopal italiana, 23 de mayo de 2013.
[27] Íd., La curia romana es el Cuerpo de Cristo, 22 de diciembre de 2014.
Imagen e información de laciviltacattolica.es