El P. José Andrés Bravo, presbítero de la Arquidiócesis de Maracaibo (Venezuela), recuerda en este texto a Abraham Reyes, un hombre humilde que, junto a su esposa Patricia García, donó su casa para que funcionara la primera escuela de Fe y Alegría en el país. Hace unos días se inició el proceso de la Causa de Beatificación y Canonización de este matrimonio.

 

En estos días, en rueda de prensa, el Cardenal Baltazar Porras anunció el feliz inicio del proceso de beatificación del hermano Abraham Reyes y de su esposa Patricia. Eso me llena de alegría y agradezco a Dios haberme dado la gracia de andar por los cerros de Caracas en apostolado con un santo. Esa experiencia espiritual y pastoral formó parte de mi formación sacerdotal.

Del Diácono Abrahám Reyes, llamado por nosotros hermano, aprendí a amar a los pobres como son, unos buenos y otros malos. Pero, Jesús no los ama porque sean buenos o malos, sino porque son los que más necesitan de su bondad y misericordia. Los sábados y domingos subíamos cerro arriba hasta el barrio "Ojo de Agua", más allá de "Plan de Manzano", por la carretera vieja de la Guaira. Su vida es santificada en medio de los pobres, al servicio de ellos con toda humildad y sencillez.

La subida hacia el cerro era un aprendizaje de auténtico seguimiento a Jesús, de respeto a los pobres y servicio de amor. El hermano Abraham solía acercarse a los jóvenes drogados, tirados en la calle a pleno sol. Él los acomodaba al amparo de un árbol para que recibieran sombra. Al principio subía con miedo, pero poco a poco recibía una extraña sensación de seguridad que no se podía entender. Caminar con él era desafiante, pero agradable. Me acostumbré a sus acciones y hasta aprovechaba del respeto y admiración que inspiraba en los señores, jóvenes y niños. Todos lo saludaban, le ofrecían café y otros se unían a nosotros.

En el barrio "Ojo de Agua" la gente era muy pobre, vivían realmente en miseria. Al llegar nos daban noticias de lo sucedido en la semana: que un niño murió mientras bajaban al hospital, que violaron a una niña, que mataron o hirieron a alguien, entre muchas cosas muy lamentables. Así, nuestra primera acción de apostolado era tocar el sufrimiento humano. El hermano Abraham me enseñó con su valentía a acompañar a los pobres en sus dolores. Muchas veces nos esperaban para rezar a un difunto en su velorio, había muchos "velorios de angelitos", es decir, de niños. También visitábamos enfermos y orábamos por ellos. Consolábamos a los padres cuando la policía mataba a sus hijos o se los llevaba presos. Para el hermano Abraham no importaba si eran culpables o no, sólo bastaba que sufrían y necesitaban de la bondad y misericordia de Jesús.

Celebrábamos la Palabra de Dios en plena calle, enseñábamos catecismo y preparábamos a los niños para que recibieran la Primera Comunión. Hacíamos teatro y actos culturales con los jóvenes. El hermano Abraham era un gran catequista. Con diapositivas y grabaciones, con un estilo impresionante y original, se hacía entender. Una vez nos presentó una guía para la catequesis escrita con sus propias manos y cosida con hilos.

Muchas situaciones difíciles a la que el hermano Abraham asistía con resultados milagrosos. Un señor tenía una pierna muy infectada, con mal olor, nadie podía pasar por el frente de su casa. El hermano se acercó, lo tomó en su brazo, se montó con él en un taxi y lo dejó en la puerta de un hospital. Después de un tiempo largo, por las calles del barrio se encontró a un señor con una pierna amputada y con muletas, vendiendo lotería. Se postró como pudo para besar los pies del hermano Abraham, y así agradecerle por haber salvado milagrosamente su vida. Era el mismo señor que llevó al hospital. Yo sigo pensando que el milagro es producto del encuentro de la bondad y misericordia de Dios con la fe del humano. El hermano lo alzó y abrazó con el mismo cariño de Jesús. Mis compañeros y yo nos pusimos a orar.

Agradezco al Señor por tan maravillosa experiencia espiritual y pastoral que recibí del hermano Abraham Reyes. No tuve la gracia de conocer a su esposa Patricia. Hoy oro con profundidad para que la Iglesia lo proclame beato con su esposa. Me sentiría feliz y comprometido con dar a conocer el testimonio de un auténtico seguidor de Jesús.

 

Por José Andrés Bravo H.
Sacerdote de la Arquidiócesis de Maracaibo (Venezuela).
Director del Centro Arquidiocesano de Estudios de Doctrina
Social de la Iglesia. Universidad Católica Cecilio Acosta