“Consolad, consolad a mi Ucrania”, dice el Señor; hablad al corazón de Kiev y decidle: todo poder humano es puro barro. Pero un día se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres (cf. Isaías 40).

¡Ay de aquel por cuya culpa muera un solo niño bombardeado! Más le valdría que lo arrojaran al mar con una piedra en el cuello… (cf. Lucas 17).

Protestemos contra la guerra: pero no por las repercusiones económicas que tendrán en nosotros las sanciones impuestas a Rusia (como ya sucedió en 2014), sino por el dolor de tantos muertos, heridos y refugiados, por solidaridad con la tragedia de tantas mujeres viudas e hijos huérfanos: “como el pastor que toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres” (Isaías capítulo citado).

El ser humano, de cualquier país que sea, tiene una gran capacidad para lo pésimo y para lo óptimo. Hay en él una solidaridad interna con lo peor y con lo mejor. Polacos son los que acuden espontáneamente a la frontera con Ucrania desde los pueblos cercanos, cargados con alimentos, ropa y cualquier utensilio que les parezca podrá ser útil. Y ucranianos son los que están subiendo desaforadamente los alquileres a sus vecinos, aprovechándose de las gentes que han perdido su vivienda o necesitan dormir cerca de la frontera para escapar a la mañana siguiente. Humanos eran todos los que en 1998, cuando el cincuentenario de la ONU, impidieron la propuesta de tantos otros humanos (mi vecino Vicenç Fisas entre ellos) que reclamaban la supresión del derecho de veto y dotar a la ONU de verdadera autoridad, para que no seamos una “aldea global” en lo económico, y una selva para la convivencia. De aquellos polvos vienen estos lodos.

Y humano también, antes que ruso, es Vladimir Putin. Estos días he tenido que explicar a más de dos gentes que también era ruso Dostoievski, rusos eran Tolstoi, Tchaikovsky, Rachmaninov (con sus magníficas Vísperas) y la santa María Skobtsova que a tantos rusos salvó del nazismo y cuyo libro más conocido se titula precisamente El sacramento del hermano.

Por eso, hermano Putin, quiero dirigirme a ti para que no manches la memoria de esos hermanos tuyos, que no sustituyas el sacramento del hermano por el sacramento de las bombas. Deseo pedirte perdón por todas las injusticias que ha cometido con tu país este Occidente nuestro que se asigna a veces una misión imperialista porque se considera el único civilizado. Pedirte perdón por ese imperialismo de la que ayer llamé Organización Traidora del Atlántico Norte que, incumpliendo lo prometido, se extendió por el Este. Reconozco que tu país tiene el mismo derecho de cualquier otro a una seguridad establecida…

Pero nada de esto justifica la barbarie de tu respuesta. Con ella pierdes casi toda la razón que pudieras tener. Y si alguna vez deseaste pasar a la historia como uno de esos grandes nombres antes citados, te auguro que ahora podrías pasar como un nuevo Hitler. El problema no reside en si tienes un temperamento más fuerte, como dicen algunos, sino en si ese temperamento lo pones al servicio de tu ego, o al servicio de la comunión entre todos los seres humanos.

He evocado antes las palabras de Jesús de Nazaret contra el que dañe a los niños. Pero Jesús añade a continuación que, a pesar de ello, también para esos verdugos existe la posibilidad del perdón. Te parecerá iluso y estúpido lo que voy a decirte. Pero en realidad solo es muy difícil, aunque te haría sentirte mucho mejor y en verdadera paz contigo mismo. Algún día se te abrirán los ojos (quizás como un mal sueño mientras duermes) y te torturarán las imágenes de tantos niños sacrificados y de tanto dolor causado a gentes que no tenían más pecado que el de vivir donde vivían. No intentes excusarte entonces con eso de que son “daños colaterales”, porque así te pondrías a la altura de lo peor de Occidente. Aprovecha esos intentos de conversaciones (me temo que hipócritas hasta ahora), para proponer algo parecido a esto: ofreces retirarte de Ucrania y contribuir a su reconstrucción, con esta doble condición: que la OTAN se retire de todos los país del Este, y que se cree una especie de comité permanente entre EEUU y tu país para tratar de la desaparición real de las armas nucleares en todo el mundo.

Me atrevo a asegurarte que, solo con eso, te sentirías mucho mejor. Y nuestros sucesores te bendecirían, alabando a Dios que nos enseña a sacar bienes de los males.

J. I. González Faus, SJ
Miembro del Área Teológica de Cristianisme i Justícia.
Escribe habitualmente en el diario La Vanguardia.
Autor de numerosos cuadernos de Cristianisme i Justícia.

Imagen e información de blog.cristianismeijusticia.net