Santiago Aguirre Espinosa es director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh), obra jesuita en México. Él comparte la misión que tiene la institución que dirige, los valores que transmite, así como su compromiso siendo director de la misma.

 

Mi vínculo con el Sector Social de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús se ha desarrollado en el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez A.C. (Centro Prodh), obra que lleva el nombre de un jesuita mexicano, ejecutado extrajudicialmente por su fe.

En el Centro Prodh he trabajado por más de una década. Entre muchas otras cosas, ahí he aprendido el valor de lo colectivo: la certeza de que en el trabajo que realizamos dentro del sector social, siempre será mejor conjugar en plural que en singular.

Así que más que un recuento individual sobre mi historia, quiero en esta narrativa que se nos solicitó a las y los asistentes al Congreso del Apostolado Social, referirme a lo que distingo que compartimos en el Centro Prodh. Prefiero hablar del camino recorrido colectivamente por nuestra organización; más que mis experiencias individuales de consolación o desolación, quisiera compartir vivencias colectivas; y más que agradecimientos propios, quisiera referir aquí una parte de la inmensa gratitud que, percibo, el equipo del Centro Prodh comparte.

El Centro Prodh nació a finales de la década de los ochenta cuando un grupo de jesuitas visionarios constató que en distintas regiones de México había incrementado la represión. Esta realidad interpeló a la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús que, tras un proceso de discernimiento, estimó pertinente crear un Centro para la promoción y la defensa de los derechos humanos en México, para investigar abusos; ofrecer educación popular; brindar apoyo legal; y hacer vinculación con redes; entre otras actividades. Se buscaba así incursionar en lo que entonces emergía en México como un nuevo campo de reivindicación de la dignidad humana, continuando con la larga trayectoria de numerosos jesuitas, laicos y laicas, que se habían comprometido con el impulso de la justicia en el país. La influencia de jesuitas que habían caminado sendas similares en América del Sur, como Luis Pérez Aguirre SJ en Uruguay, o en Centroamérica, como Ignacio Ellacuría en El Salvador, alimentó esta iniciativa.

El Centro Prodh comenzó su labor en 1988 y, desde entonces, se constituyó en uno de los principales referentes sobre los derechos humanos en México, posición que hasta hoy mantiene. No ha sido fácil. El Centro Prodh ha intentado construir un modelo institucional que pone en el centro a las víctimas para transformar positivamente la vida de las personas y las comunidades que depositan su confianza en nuestro equipo, al tiempo que busca impulsar cambios más amplios y estructurales. De ese modo, participamos de la Misión de la Compañía en tanto “servicio de la fe y la promoción de la justicia”, asumiendo cabalmente que “el respeto de la dignidad de la persona humana creada a imagen de Dios está latente en la creciente conciencia internacional de la amplia gama de los derechos humanos” (Congregación General 34, 3,6.).

La presencia de Dios, en la defensa de derechos humanos, la experimentamos sobre todo al caminar de cerca con las personas y comunidades que incansablemente buscan justicia y verdad, en un país como el nuestro, donde la impunidad es la regla y no la excepción. La fortaleza y la determinación de las víctimas, especialmente de las más empobrecidas, lo mismo que su perenne esperanza en que la justicia es posible, hace presente entre nosotros y nosotras al Dios que es amor y que es también anhelo de justicia. Cuando alcanzamos victorias en sus procesos y constatamos que ello les resulta significativo, recibimos aliento y ánimo para seguir adelante.

También experimentamos consolación en los momentos de cohesión grupal en el equipo. Históricamente, el Centro Prodh ha sido un lugar de encuentro entre jesuitas y laicos, entre creyentes y no creyentes, que suman esfuerzos para trabajar en colectivo por compartir una misma ética: la ética del cuidado del otro y de la otra, que responde amorosamente a la interpelación del rostro concreto de las víctimas. Como alguna vez escribió David Fernández SJ, quien fuera Director del Centro: “Lo que hemos hecho en el Centro Pro en materia de derechos humanos, lo hemos pensado, dicho o propuesto, lo que hemos padecido, ha querido ser, sin más, un acto de fe y un acto de amor”.

Pero el trabajo de derechos humanos no es siempre luminoso. Palpar el dolor tangible de otros y otras o topar con los muros de la impunidad institucionalizada, en ocasiones nos puede llevar a sentir que la labor es infructuosa. Esta sensación se encuentra especialmente presente en el México contemporáneo, donde las secuelas de la guerra contra las drogas han dejado miles de personas -sobre todo, jóvenes- asesinadas y desaparecidas, con cifras propias de una guerra civil, sin que las instituciones gubernamentales alcancen a brindar justicia y verdad. Una de las atrocidades más emblemáticas de este presente -la desaparición forzada, en una sola noche, de 43 jóvenes estudiantes- ha sido particularmente dolorosa, pues a siete años de los hechos el paradero de las víctimas no ha sido cabalmente esclarecido, pese a todos los esfuerzos de las familias, asesoradas por el Centro Prodh y otras organizaciones.

Frente a desafíos como este, cuando la impotencia asfixia y no permite ver un horizonte prometedor, recordamos las palabras de Jesús “Chuche” Maldonado SJ, fundador del Centro: “Para lidiar con la desesperanza diaria, hay que tener una visión histórica y de largo plazo. Ver de dónde venimos y cómo eran las cosas antes, ayuda a aquilatar los avances, aunque sean pequeños”.

En el Centro Prodh somos conscientes de las muchas bendiciones que hemos recibido a lo largo de 30 años de historia. Agradecemos nuestra historia, tan cargada de esperanza y luchas, y también de momentos de fragilidad y equívocos. Agradecemos a nuestros compañeros jesuitas que, con una visión de largo aliento, fundaron el Centro, cobijándolo, haciéndolo crecer, y colaborando hasta el día de hoy en una obra donde todos y todas interactuamos como iguales. Agradecemos a las y los laicos, que inspirados o no por la fe, con mucha generosidad, han puesto sus capacidades profesionales para colaborar al servicio de la Misión, encontrando en la defensa de derechos humanos una vocación más que una profesión. Sobre todo, agradecemos a las personas y a las comunidades que han depositado en el Centro Prodh su confianza, poniendo en nuestros manos una parte de sus sufrimientos pero también de sus anhelos y esperanzas. Mediante todas estas presencias, desde una perspectiva de fe sabemos que Dios camina con quienes buscan justicia.

 

Información de sjesjesuits.global
Imagen de piedepagina.mx