From Angels to Aliens, un estudio de Lynn Schofiel Clark, indaga en el modo en que los adolescentes buscan su propia identidad espiritual y religiosa, recurriendo a menudo a narraciones, imágenes y personajes de la cultura pop, es decir, propias de diversas expresiones artísticas difundidas masivamente a partir de la segunda mitad del siglo XX[1]. Probablemente más que cualquier otro período de la vida, los años de la adolescencia marcan un momento de exploración de la identidad, y, al mismo tiempo, de la ubicación que uno ocupa al interior de un grupo de pares.
La académica observó que los adolescentes que buscaban un sentido religioso recurrían a la cultura pop independientemente de su nivel de educación religiosa: estas exploraciones eran frecuentes en cada uno de los diversos grupos de adolescentes que investigó, desde los «resistentes» (aquellos a quienes no interesaban las religiones organizadas o que incluso eran adversos a ellas), pasando por los «experimentadores» (aquellos que buscaban un elemento que proviniese de un reino sobrenatural) hasta los «comprometidos» (aquellos que adherían a una religión organizada)[2]. Buena parte del material de la investigación fue tomado de la cultura televisiva, material que la investigadora examinó junto a estos adolescentes.
Clark nos ofrece importantes indicaciones sobre el modo en que las personas crean relatos religiosos en su propia vida. Algunos de estos nacen de grupos vinculados a una experiencia con lo sagrado o a la vivencia de una conversión o a una tradición.
Sin duda, las organizaciones confesionales proponen algunos de los que podríamos llamar «relatos públicos» de la religión, que dan cierta legitimidad a determinadas historias y prácticas, al tiempo que deslegitiman otras. Pero esto no da cuenta del hecho de que los individuos se sienten autorizados a decidir personalmente lo que consideran «religioso» o «espiritual», aunque estas definiciones incluyan creencias y prácticas que pueden asombrar a quienes dan por sentado un vínculo más directo entre la religión institucional y la identidad «religiosa» o «espiritual»[3].
Resulta ciertamente eficaz lo que Clark define como el modelo de la «cultura como instrumento», una suerte de caja de herramientas que contiene conceptos o ideas de la cultura «popular» y que cada uno utiliza como quiere para configurar su propio yo. Uno de sus puntos fuertes es que libera a las personas individuales de una suerte de posicionamiento socio-económico, o incluso religioso, al interior de la sociedad, y destaca el hecho de que las acciones individuales ocurren «en relación con las prácticas o los hábitos: no solo los individuales, sino también los compartidos con muchos, en la medida que son coherentes con modos de ver el mundo que damos por sentado»[4]. Por otra parte, este modelo puede acentuar excesivamente la idea de que el individuo lo es todo, olvidando que la cultura no está separada de nosotros. «Los relatos de la cultura popular, como las de sus propias religiones, a menudo encarnan significados que sus miembros no son capaces de expresar»[5].
Los medios de comunicación son polisémicos
Antes de pasar a la fase analítica, la investigadora vuelve a advertirnos sobre los contextos. No cabe duda de que examinar las relaciones entre las expresiones pop y los credos religiosos es importante. Sin embargo, sostener que las primeras modifican directamente las segundas equivale a negar el modo en que los medios tienden a reflejar los valores culturales en el acto mismo de su representación. Esto no quiere decir que los medios de comunicación no sean influyentes. No obstante, debemos reconocer que los programas de televisión y las películas son polisémicos, es decir, permiten muchos niveles de interpretación: desde el más obvio y literal, al metafórico y mítico[6]. El estudio de Clark da cuenta del hecho de que los jóvenes examinados – y, por extensión, muchas otras personas – no dudan en recurrir a la cultura popular – incluso inconscientemente – para alcanzar un significado más amplio de su propia existencia.
En el libro Understanding Theology and Popular Culture, Gordon Lynch añade algunas precisiones teóricas a estas intuiciones[7]. Propone cuatro grandes áreas que se superponen: 1) el modo en que la religión se vincula con la vida cotidiana; 2) el modo en que la cultura popular desempeña funciones religiosas; 3) el modo en que las religiones responden a la cultura popular en clave misiológica; 4) el modo en que los grupos o los individuos religiosos utilizan los «textos» de la cultura popular como lugares de reflexión teológica[8].
Lynch entrega información útil sobre lo que dice la investigación académica en estas áreas. En cuanto a la primera, afirma que quienes estudian la religión en la vida cotidiana han intentado observar «los modos en que los textos y las prácticas culturales populares han influido en las creencias, las estructuras y la praxis de los grupos religiosos»[9]; los tipos de presencia de la religión en la cultura popular[10]; y «la manera en que los grupos religiosos interactúan con el vasto ámbito de la cultura popular»[11].
Dentro de la segunda área – las funciones religiosas de la cultura popular – Lynch identifica tres papeles clave de la religión:
- Una función social: la religión ofrece a las personas una experiencia comunitaria y las vincula a un orden social de creencias y valores compartidos que otorga una estructura para su vida cotidiana;
- Una función existencial-hermenéutica: la religión ofrece a las personas un conjunto de recursos (por ejemplo: mitos, ritos, símbolos, creencias, valores y relatos) que pueden ayudarlas a vivir con un sentido de identidad, con un significado y un objetivo;
- Una función trascendental: la religión otorga un medio a través del cual las personas pueden experimentar a «Dios», es decir, lo numinoso o trascendente[12].
Este enfoque funcional, afirma Lynch, se superpone a la cultura pop, en la medida en que los elementos de esta última (cine, televisión, arte, y podríamos agregar el mundo de la red digital) desempeñan algunas de estas funciones para un parte de la población.
La tercera área que señala Lynch – la misiología – implica un movimiento que va desde las Iglesias hacia la cultura popular: las primeras, de hecho, intentan evangelizar a la segunda mediante varios tipos de sensibilizaciones[13].
En la cuarta área, Lynch recorre la historia de las vías seguidas por quienes han usado materiales culturales pop como fuente de reflexión teológica[14].
Tres de los enfoques teóricos de Lynch sugieren ámbitos en los que la cultura popular podría desempeñar roles en la formación de la fe: el de impregnar la cultura en que viven los creyentes; el de la superposición de las funciones religiosas; y el de proveer de espacios de reflexión.
Paul A. Soukup, SJ
Profesor del College of Arts and Culture de Santa Clara University.
Colabora con la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y la American Bible Society.
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[1] Cfr L. S. Clark, From Angels to Aliens: Teenagers, the Media, and the Supernatural, Oxford, Oxford University Press, 2003.
[2] Cfr ibid, 20 s.
[3] Cfr ibid, 12.
[4] Ibid.
[5] Ibid, 13.
[6] Ibid, 47.
[7] Cfr G. Lynch, Understanding Theology and Popular Culture, Oxford (UK) – Malden (MA), Blackwell, 2005.
[8] Cfr ibid, 21.
[9] Ibid, 22.
[10] Cfr, ibid, 23.
[11] Ibid, 24.
[12] Cfr ibid, 28.
[13] Cfr ibid, 33.
[14] Cfr ibid, 36.
Imagen e información de laciviltacattolica.es