El 5 de octubre pasado se dieron a conocer los resultados del Informe de la Comisión Independiente sobre Abusos Sexuales en la Iglesia (CIASE) de Francia. El informe fue solicitado por la Conferencia episcopal francesa y ahora está a su disposición para un examen profundo, de modo que se pueda dar un nuevo paso en el ámbito de la lucha contra los abusos. El documento da cuenta de alrededor de 3.000 sacerdotes y religiosos que cometieron abusos sexuales contra menores o personas vulnerables en 70 años. Actualmente, un total de 216.000 personas en Francia (con un margen de error de 50.000) fueron abusadas por sacerdotes y religiosos católicos. Si se incluyen las agresiones cometidas por laicos (sobre todo en las escuelas), la estimación aumenta a 330.000 personas. Pero esto solo es una pieza de un cuadro más amplio.

La crisis mundial de los abusos sexuales por parte del clero ha infligido heridas que tomará muchos años sanar. Es necesario reconocer que la negación de los abusos es todavía un problema. La terrible tragedia perpetrada contra niños y adultos vulnerables por parte del clero y sus consecuencias, deja cicatrices en todo el pueblo de Dios y hacen necesaria una teología que valore el papel de la memoria. Convencido de que una familia que no recuerda está destinada a desaparecer, creemos que el problema de la memoria es un imperativo teológico. ¿Pero qué tipo de memoria? ¿Cómo se curan los recuerdos? Como destacaba Johann Baptist Metz a propósito del Holocausto judío, los miembros del pueblo de Dios «no deben dejarse bloquear por recuerdos no reconciliados, ni siquiera a nivel teológico, sino que deben valorarse con fe y hablar con ellos de Dios»[1].

Teología y heridas del hombre

Si es verdad que la memoria constituye la matriz de la historia y de la teología, en un mundo violento la teología debe tomar posición desde el lugar de las heridas. Este artículo ofrece una revisión de la relación entre la humanidad y la Iglesia de Dios, dañada por los abusos sexuales del clero contra menores, pero también de la autoridad de la Iglesia, hoy minada por la pérdida de credibilidad. Es necesario formular una teología capaz de orientar la reconciliación de la memoria y, al mismo tiempo, re-imaginar el valor de la salvación en una Iglesia que se esfuerza por sanar las heridas de las personas. El objetivo, por tanto, consiste en afrontar los aspectos teológicos, antropológicos, eclesiales y morales de la memoria, es decir, en evaluar la ambivalencia de la culpa, sopesar qué recuerdos específicos deben tener prioridad sobre otros, confrontarse con memorias colectivas e individuales no reconciliadas y con el significado vital del perdón.

«Recuerdos no reconciliados», es la expresión precisa que usaremos a continuación para referirnos al contexto de la pedofilia. Estos se contextualizan en muchos casos; nombramos algunos: 1) El recuerdo no reconciliado se refiere a las numerosas víctimas que sobrevivieron a la violencia sexual de sacerdotes y que deben enfrentar el difícil camino de ser dejadas solas en el relato de sus historias en un contexto de negación de los abusos o de supresión de la memoria. 2) Se refiere a la memoria de los niños nacidos de una violación. 3) También da cuenta de muchas víctimas que decidieron alejarse lo más posible de quienes las hirieron. 4) Los recuerdos no reconciliados son propios también de los autores de los abusos, de quienes salieron de la cárcel y de los que se encuentran en casas de reposo, porque se les prohibió ejercer cualquier ministerio eclesial público o porque fueron reducidos al estado de laicos. Estos deben encontrar una forma de coexistir con las víctimas de sus abusos o con el peso interior que proviene de saber que, si no hubieran violentado personas jóvenes y vulnerables, la crisis actual de la Iglesia no habría alcanzado las dimensiones actuales. 5) Teológicamente, los recuerdos no reconciliados, se refieren al lugar que tiene Dios en el mar de sufrimiento provocado por los abusos. 6) Finalmente, muchas personas deben enfrentar las fallas institucionales de la Iglesia Católica, sus pecados institucionales, sus complicidades y la falta de reconocimiento de responsabilidad todavía presente. Yves Congar no podría haberlo dicho mejor: frente a la Iglesia, nuestros contemporáneos «más que de los pecados de sus miembros, se escandalizarán de su incomprensión, de sus mezquindades, de sus retrasos»[2].

El concepto de memoria en la teología

Si se tienen presentes estas memorias o recuerdos no reconciliados e irreconciliables, ¿cuál sería, entonces, el lugar de la memoria teológica? El concepto de memoria proviene del verbo hebreo zakar, que significa no solo «recordar», sino también «repetir», en el sentido de volver a contar, de dar testimonio[3]. No es difícil comprender la importancia que tiene recordar crímenes como los abusos sexuales del clero. En efecto, «los crímenes cometidos en el pasado no pertenecen al pasado, sino que son, por el contrario, totalmente actuales. Estos han marcado nuestras sociedades […], en las que el trauma que imprimieron permanece muy presente»[4].

Estas afirmaciones pueden parecer genéricas, sin embargo dan una idea de cuánto incide el pasado en las vidas y en la comunidad. El llamado a recordar no es solamente una invitación a mirar al pasado, sino también un llamado para enfrentar el presente y el futuro. Nos permite entender que para muchas personas el presente es doloroso. Para muchas víctimas de abusos sexuales del clero, el pasado no ha pasado; por lo tanto, «recodar significa estar presentes. Pero es también algo sobre lo que se puede actuar, actuar ahora, hoy y mañana, para construir una sociedad en la que acciones monstruosas y criminales como esas sean sencillamente impensables»[5]. Recordar a las víctimas de los ataques terroristas de Nueva York, Nairobi, París y Bruselas tiene este objetivo.

La teología cristiana reconoce que, desde la perspectiva del ser humano frente a Dios, somos esencialmente personas caracterizadas por la memoria. Los cristianos recuerdan lo que Dios hizo en la vida, muerte y resurrección de Jesús, a través de éste. Recuerdan la presencia viva del Espíritu de Dios en la Iglesia. Y celebran la invitación de Jesús a partir el pan y a compartir el cáliz de vino en memoria suya (cfr Lc 22,19; 1 Cor 11,24). La teología cristiana asume un papel fundamental en su relación con la memoria y en la definición de la identidad de las personas. «La inteligibilidad del cristianismo es extrapolable en términos no solo especulativos, sino también narrativos: cristianismo narrativo-práctico»[6].

De esta manera, se establece una correlación fundamental entre la fe de las personas y su situación actual. La teología tiene una dimensión relacional ineludible. Cuando se hace teología es necesario estar sumergido en la vida del pueblo de Dios y ver cómo el mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios puede orientar esa vida. En esencia, la teología es una incesante respuesta a Dios, que es el primero en permanecer en nosotros. Esta respuesta, enraizada en la fe, nos ayuda a comprender algo sobre el mundo, sobre la vida humana orientada hacia el Señor, sobre Dios que es, a la vez, trascendencia absoluta y realidad inmanente, y sobre nosotros.

La teología se encuentra enraizada en la historia y en las realidades políticas y económicas de nuestro mundo, con frecuencia marcadas por la alegría, pero también por el sufrimiento del pueblo de Dios. Se relaciona inevitablemente con la experiencia humana, el lenguaje, las ideas y las acciones. Estos son los medios a través de los cuales buscamos involucrarnos en una relación con Dios. Hay, pues, un horizonte intelectual y experiencial que está constituido por la teología como iniciativa humana, que recuerda cómo Dios continúa obrando en la historia.

La memoria es fundamental para la formación de la identidad humana. Para Paul Ricœur, se sitúa en la dimensión afectiva: tenemos la capacidad de recordar porque el objeto recordado está ligado a un amor o a un odio (disgusto) específico[7]. Aristóteles propone una reflexión similar en la Ética a Nicómaco, en la que afirma que lo que somos es el resultado de quienes nos precedieron y son parte de nosotros, y nosotros recogemos sus recuerdos. Destaca que la memoria nos permite respetar a los demás, recompensarlos como se debe. Es una cuestión de justicia.

Los teólogos contemporáneos están de acuerdo. Por ejemplo, Elizabeth Johnson escribe: «Recordar la gran multitud de amigos de Dios y de profetas abre una posibilidad de futuro; sus vidas expresan un programa inconcluso que está ahora en nuestras manos; su recuerdo es un incentivo para la acción»[8]. Para Elie Wiesel, la memoria reúne el pasado y el presente: «Me acerco a los hombres mis hermanos porque recuerdo nuestro origen común. Me acerco a ellos porque me niego a olvidar que su futuro es tan importante como el mío […]. ¿Qué sería del futuro del hombre si no tuviera memoria?»[9].

Si observamos los desgarradores recuerdos no reconciliados provocados por los abusos sexuales del clero, las expresiones que hemos leído se convierten en los supuestos y la lógica sobre los que podemos comprender lo que significa explorar el «funcionamiento de la memoria», e indican de qué manera la teología puede contribuir a liberar tanto a las personas heridas como a la Iglesia.

Transformar la memoria de las personas

La tarea de transformar y (re)formar la memoria de las personas y su identidad no puede quedar al margen de la reflexión teológica sistemática, pues la teología, a la luz de la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, reserva un espacio particular al recuerdo de la naturaleza del pecado y del sufrimiento, al papel de los testigos y de los espectadores.

Flora Keshgegian, pastora de la Iglesia Episcopal, afirma que el punto crucial no consiste en precisar lo que la teología podría hacer después de tanto sufrimiento, ni armar una reflexión sobre la historia y la memoria, sino más bien mostrar la «situación del cristianismo, que muchas veces se puso en peligro por su complicidad con regímenes dictatoriales que perpetraron abusos, persecuciones y violencia»[10].

No solo somos juzgados por Dios, sino también por nuestra solidaridad con el pecado y con el silencio frente a los que sufren. Es posible que «hayan momentos en los que no tenemos el poder para prevenir la injusticia, pero nunca deben existir momentos en los que dejemos de protestar»[11]. Bajo esta perspectiva, la neutralidad no es admisible y debemos tomar posiciones. Como dijo Elie Wiesel, «a veces tenemos que intervenir. Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes»[12].

Los teólogos no solo deberían reflexionar sobre las consecuencias del pecado humano, deberían tener en cuenta también el testimonio del pasado y del presente, ofreciendo esperanzas para el futuro y haciendo justicia a los muertos y a los vivos. Debe proponerse una apología de la esperanza y del carácter distintivo de la esperanza cristiana[13], para ayudar a los hombres a entender que la memoria tiene un impacto sobre quienes seremos, pero que eso solo puede ocurrir cuando una memoria constructiva plasma el modo de mirar el pasado, evitando así un impacto destructivo continuo en el presente.

La memoria en una época de abusos sexuales

¿Qué significa «reconciliar la memoria» en una época de abusos sexuales del clero y de encubrimiento? En parte, significa desenmascarar las mentiras del autor del mal, que se sirve de ellas para perpetrar el ultraje. Es un proceso liberatorio respecto del poder del pasado, que se logra trabajando con los recuerdos de las heridas infligidas[14]. La víctima y el culpable – los niños y los sacerdotes – están ligados por una relación de sospecha; pero una vez que aprenden de manera constructiva del pasado, pueden trabajar mejor para liberarse el uno del otro, y el que perdona realiza siempre una acción extraordinaria.

La transformación de la memoria puede implicar un proceso en el que se camine junto a las víctimas, intentando comprender lo que sucedió, como hizo Jesús con los discípulos de Emaús (cfr Lc 24,13-35). Este los ayudó a entender que en su caminar hacia algo, en realidad estaban huyendo de algo: de la terrible crucifixión de su amigo Jesús. Purificar la memoria significa decir que no, empáticamente, al que quiere clausurar el pasado[15]. Significa afirmar que el futuro está en el camino, en el esfuerzo dinámico hacia la liberación, ligado a la creación de un espacio de reconciliación, y es, al mismo tiempo, ofrecer el don divino del perdón a quien es «imperdonable». Se trata de un acto ritual que proclama la posibilidad – para el sobreviviente y para el agresor – de tener un futuro distinto. En este sentido, afirmamos que la memoria reconciliadora es un deber hacia los afligidos, los niños violados, y hacia los sacerdotes.

La complejidad de la historia de los abusos sexuales por parte del clero encierra cuestiones vitales para la teología: la importancia de la humildad, la necesidad de una perspectiva plural, la necesidad de la compasión, la profundidad del discipulado cristiano, la revisión de la formación del clero. Es indispensable escuchar la exigente palabra de Dios en una época en la que tantas personas fueron heridas, y escucharnos los unos a los otros. Karl Rahner afirmaba que: «cuando hayamos dicho todo lo que podamos decir de nosotros […], no habremos dicho nada de nosotros, si no […] agregamos que somos seres orientados a Dios, que es incomprensible»[16].

Ante los abusos sexuales cometidos por exponentes del clero que arruinaron la vida de tantos niños, debemos descubrir las implicancias de la realidad que Rahner llama «existencial sobrenatural» y «poder obediencial». La primera expresión se refiere al hecho de que somos una humanidad a la que fue dada la gracia: todo lo que somos está ligado a nuestra relación con Dios. «No hay nada de lo que somos como seres humanos que sea ajeno a nuestra relación con Dios […]. Con una capacidad de trascender cualquier cosa que controlamos […] estamos definidos por una apertura que en definitiva solo Dios puede satisfacer […]. No hay naturaleza humana sin Dios». La segunda expresión – «poder obediencial» – se refiere a nuestra capacidad de escuchar la palabra de Dios; hace referencia «no solo a lo que hacemos con nuestros oídos[…], sino a estar abiertos con toda nuestra humanidad a la palabra de Dios, estar abiertos a la presencia de Dios en todo el universo creado»[17].

Necesitamos entender cómo obra Dios en la historia y reconocer que las cuestiones fundamentales de la teología brotan de nuestra humanidad común, cuando afrontamos juntos el desafío del destino humano. La tarea de la teología consiste en formular preguntas fundamentales de sentido y de verdad sobre el modo de abordar el misterio de Dios y, en plantear preguntas sobre nuestra existencia en cuanto seres humanos, la sociedad y la entera creación; y hacer todo ello con fe, dando respuestas rigurosas. Las teologías nacen de quienes piensan por sí mismos, y buscan con la fe mostrar el misterio incomprensible de Dios y la manera en que esto da sentido a la vida de su pueblo.

La reconciliación de la memoria

En el contexto de las heridas de los abusos sexuales del clero, la teología debe liberarse del encierro de una Iglesia que fue plasmada por sensibilidades burguesas y clasistas y que estuvo condicionada por su preocupación por la respetabilidad, el éxito material, el autoritarismo, una concepción débil o fácil del Dios de Jesucristo y de un uso del Evangelio hecho solo de palabras. La Iglesia, lamentablemente, faltó a su deber de honrar a las personas, pecando así contra el Creador y renegando de sí misma.

No puede haber una auténtica teología cristiana si damos la espalda a las heridas de quienes fueron abusados por sacerdotes y obispos; de hacerlo, faltaríamos al deber de tomar en serio el pasado. Recordar las heridas de la pedofilia no consiste nunca en una mera re-presentación «factual» del pasado en cuanto pasado. Hannah Arendt nos ofrece una analogía adecuada: «Describir los campos de concentración sine ira no significa ser “objetivos”, significa absolverlos»[18]. Pero, ¿de dónde viene nuestra «ira», nuestra indignación? Para re-imaginar lo humano y la Iglesia es esencial reconciliar la memoria. Entonces, ¿cómo podemos enfrentar efectivamente los recuerdos no reconciliados?

(Seguir leyendo)

Marcel Uwineza, SJ Área de interés: relación entre la Iglesia Católica, DDHH,
religión y política internacional. Trabajó en la Red Jesuita Africana
contra el SIDA. Formó parte del proyecto del Centro Berkley sobre
la doctrina social católica y el futuro global del desarrollo.

----------------------------------------------------------------------------------------  

[1] J. B. Metz, A Passion for God: The Mystical-Political Dimension of Chris­tianity, New York, Paulist Press, 1998, 2.
[2] Y. Congar, Vera e falsa riforma nella Chiesa, Milano, Jaca Book, 2015, 58.
[3] Cfr C. Fournet, The Crime of Destruction and the Law of Genocide: Their Impact on Collective Memory, Burlington, Ashgate, 2007, XXX.
[4] Ibid.
[5] J. Chirac, «Discours prononcé lors de l’inauguration de la nouvelle exposition du pavillon d’Auschwitz», en Libération, 27 de enero de 2005.
[6] J. B. Metz, La fede, nella storia e nella società, Brescia, Queriniana, 1978, 162.
[7] Cfr P. Ricoeur, Memory, History, Forgetting, Chicago, University of Chicago Press, 2004, 17 (en es. La memoria, la historia, el olvido, Madrid, Trotta, 2003).
[8] E. A. Johnson, Friends of God and Prophets: A Feminist Theological Read­ing of the Communion of Saints, New York, Continuum, 1998, 169.
[9] E. Wiesel, From the Kingdom of Memory. Reminiscences, New York, Schocken Books, 1990, 10.
[10] F. A. Keshgegian, Redeeming Memories: A Theology of Healing and Trans­formation, Nashville, Abingdon, 2000, 17.
[11] E. Wiesel, «Discorso di accettazione del Premio Nobel per la pace», 10 de diciembre de 1986.
[12] Ibid.
[13] Cfr M. Uwineza, «On Christian Hope: What makes it distinctive and credible?», en America, 4 de abril de 2016, 24.
[14] Entre quienes han mostrado mejor lo que significa transformar recuerdos trágicos podemos mencionar a Nelson Mandela. Estuvo encarcelado por 27 años durante el régimen del apartheid en Sudáfrica. Cuando fue liberado, no olvidó el calvario que había vivido, sino que lo transformó en una ocasión de bendición para su país, buscando reunir en su gobierno a todos, en lugar de marginar a quienes lo habían torturado. Al mostrar a sus ex enemigos que el mundo era más grande que sus visiones restrictivas, Mandela reveló el fundamento de lo que significa ser humanos.
[15] Ciertamente este era el sueño de Martin Luther King y de otros activistas de derechos civiles, que supieron aprender de los horrores de la esclavitud e intentaron obtener la libertad para todos en Estados Unidos.
[16] K. Rahner, «Theology and Anthropology», en Id., Theological Investiga­tions, vol. 9, New York, Seabury, 1972, 216; cfr Id., «On the Theology of the Incar­nation», en Id., Theological Investigations, vol. 4, ibid, 1982, 108.
[17] R. Lennan, Karl Rahner: Theologian of Grace, 12 Lectures on 5 CDs, North Bethesda, NYKM, 2015, CD 1, track 23-25. Cfr K. Rahner, Hearer of the Word, New York, Continuum, 1994.
[18] H. Arendt, «Una replica a Eric Voegelin», en S. Forti (ed.), Archivio Arendt 2. 1950-1954, Milano, Feltrinelli, 1994, 175.

 

Imagen e información de laciviltacattolica.es