En The Good Lie, una película de 2014, Jerry y Mike, dos «jóvenes perdidos de Sudán», encuentran trabajo en un almacén de Estados Unidos. Ahí se enfrentan a un shock cultural cuando ven cestos de alimento botados a la basura. Jerry va donde su jefe y le pregunta: «¿No hay nadie que quiera este alimento o necesite de él?». Un día se encuentra con un vagabundo que husmea entre los tarros de basura y le regala comida más fresca tomada del almacén. Este gesto irrita al jefe. Jerry deja el trabajo, porque no logra comprender qué falta hay en dar de comer a quien lo necesita.

Este episodio ilustra la punta del iceberg de lo que el papa Francisco define como la «cultura del descarte», especialmente evidente en el sector alimenticio, en el que abundan las «pérdidas de comida» y los «desperdicios alimenticios». En base al conocimiento de la hermenéutica ecológica, este artículo sostiene que los relatos sobre las multitudes hambrientas que ofrecen los Evangelios son claras refutaciones de la cultura de lo desechable, y del desperdicio alimentario en especial. El artículo asevera, además, que la sabiduría evangélica puede sostener los progresos de una agenda conservacionista.

La cultura del descarte

Entre las críticas que el papa Francisco lanza a la sociedad contemporánea destaca la crítica a la «cultura del descarte», que define y describe como parte de lo que denomina la «economía de la exclusión». Esta cultura se distingue por practicar el descarte de bienes y relaciones como expresiones de opulencia y como consecuencia de la inextinguible sed de lo nuevo. Esta invade diversas dimensiones de la vida humana, como la alimentación, la vestimenta, la tecnología y las relaciones. En esencia, la cultura del descarte da cuenta de una mentalidad y una visión de mundo que conduce, e incluso alienta, a deshacerse de cosas, valores, personas y vínculos comunes cuando parecen haber agotado su utilidad[1].

A pocos meses del inicio de su pontificado, el 5 de junio de 2013, el papa Francisco sostuvo que la cultura del descarte había anestesiado la sensibilidad de las personas acerca del valor del alimento: «Esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles también al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. El consumismo nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos»[2].

Además, en la encíclica Laudato si’ (LS) (2015) el papa Francisco denunció las consecuencias negativas de la cultura del descarte en el medioambiente. Escribe al respecto: «Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería. […] Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura» (LS 21-22).

En noviembre de 2019, dirigiéndose a los miembros del Consejo para un capitalismo inclusivo, Francisco afirmó que la proliferación de la cultura de lo desechable se debía a una evidente ausencia de preocupaciones éticas en el modelo económico moderno, que exalta el consumo y el despilfarro. Expresó su deseo de que sea reemplazado por un modelo inclusivo de capitalismo que «no deja a nadie atrás, que no descarta a ninguno de nuestros hermanos y hermanas»[3].

La crítica a la cultura consumista resuena también en la exhortación apostólica post-sinodal Querida Amazonia (QA), publicada en 2020. En ella el Papa describe la «cultura del descarte» – sinónimo de la «cultura del usa y tira» – como síntoma de un problema espiritual más hondo, que no se puede resolver con instrumentos meramente técnicos (cfr QA 58-59).

La sociedad consumista

El concepto de «cultura del descarte» constituye la extensión de una formulación mucho más antigua de «sociedad de consumo», que despunta en escritos académicos al menos desde los años setenta. Pero ya en 1955 la revista Life publicaba un texto titulado «Throwaway Living», en el que se describía la práctica de deshacerse de objetos domésticos. El concepto se fue consolidando en los ambientes académicos, sobre todo después de la publicación de The Waste Makers (1960), un libro de gran éxito en el que el sociólogo y periodista Vance O. Packard expone nueve estrategias de marketing que las empresas emplean para combatir el fantasma de la saturación, que tiene lugar cuando una sociedad produce más de cuanto consume. Entre estas se cuenta lo que se conoce como «obsolescencia programada», que se divide a su vez en obsolescencia funcional, obsolescencia de la calidad y obsolescencia del deseo.

Tales estrategias sostienen y mantienen lo que Packard define como «Cornucopia City», una ciudad en la que todo está programado para no durar mucho, obligando a los consumidores a comprar regularmente nuevos productos. Con un lenguaje que recuerda la ciencia ficción, Packard describe Cornucopia City: «En Cornucopia City, supongo, todos los edificios estarán hechos de un cartón piedra especial. Así, las casas podrán demolerse y reconstruirse cada primavera y cada otoño, en el momento en que se hace la limpieza doméstica. Los coches de Cornucopia estarán hechos de un plástico ligero que, después de recorrer cuatro mil kilómetros, se deteriorará y comenzará a deshacerse»[4]. La cultura del consumo, alimentada de lo que Packard llama la «economía hipertiroidea», exalta la compra compulsiva como mecanismo para mantener en funcionamiento las maquinarias industriales.

La tesis de la «sociedad del descarte» ha ganado adeptos en el curso de décadas. Sin embargo, no faltaron voces críticas. Gregson, Metcalfe y Crewe, por ejemplo, sostienen que el concepto es demasiado superficial y genérico. En base a un estudio del Reino Unido, los tres investigadores descubrieron que las personas de ninguna manera se deshacen negligentemente de los objetos domésticos o personales. Identificaron tres razones que impulsan a las personas a tirar las cosas: identidad, movilidad y relaciones. La gente se esfuerza constantemente por negociar nuevas identidades que respondan a los cambios contextuales o a la percepción que tienen de sí mismos. Dado que la cultura material es un elemento importante de la identidad individual, a veces las personas no tienen más opción que tirar objetos personales: es una forma de deshacerse de su vieja identidad. Las mudanzas también obligan a abandonar determinados objetos. Del mismo modo, quienes empiezan una nueva relación sienten que tienen que liberarse de lo que les recuerda las relaciones anteriores. De todo esto, los tres autores concluyen que quien difunde el concepto de «sociedad del descarte» confunde el «acto de descarte» con el «proceso de descarte». Afirman que esto último implica una decisión importante, quizá dolorosa, porque las personas toman en cuenta las consecuencias económicas, ambientales y emotivas que derivan del acto de deshacerse de cualquier cosa[5]. Sin embargo, las justificaciones que se esgrimen en el acto de tirar las cosas no afrontan de ningún modo el problema del desbordamiento de la basura en los vertederos[6]. Incluso se puede pensar que Gregson y sus colegas ofrecieron, inconscientemente, una coartada a la cultura del usa y tira.

Pérdida y desperdicio de alimento

De acuerdo al Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, la «pérdida de alimento» se define como la eliminación de productos alimentarios de la cadena humana de suministro antes de que este llegue a los mercados de alimentos y/o a las familias. El «desperdicio de alimento», en cambio, se refiere al desecho de productos alimenticios que tiene lugar en las familias o en los locales de restauración, como los restaurantes[7]. Se estima que se pierde o desecha un tercio del alimento producido para el consumo humano, equivalente a 1.300 millones de toneladas anuales. La pérdida o el desecho de alimento representan en conjunto un déficit de ingresos anuales superior a 1 billón de dólares[8]. Antonio Guterres, Secretario general de las Naciones Unidas, ha definido justamente la pérdida y el desperdicio de alimento como un «ultraje ético», sobre todo si se considera el número creciente de personas en situación de hambruna en las comunidades pobres. Por ejemplo, de acuerdo a las estimaciones, 690 millones de personas padecerán hambre en el mundo en 2020. El Covid-19 empujó a la hambruna a 132 millones de personas adicionales. En África subsahariana, la pérdida de alimento cuesta a la economía hasta cuatro mil millones de dólares al año[9]. Es tan relevante el problema que el 29 de septiembre de 2020 fue declarado «Jornada internacional de la consciencia de la pérdida y del desecho de alimentos». Además, uno de los «Objetivos de Desarrollo Sostenible» de las Naciones Unidas (SDGs 12) enfrenta precisamente el problema de la pérdida y el desperdicio de alimento.

(Seguir leyendo)

Wilfred Sumani, SJ Doctor en Liturgia Sagrada.
Enseña en el Hekima University College de Nairobi, Kenia.

-----------------------------------------------------------------------

1. Cfr L. A. Silecchia, «“Laudato si’” and the tragedy of the “Throwaway culture”», en CUA Columbus School of Law Legal Studies, Washington, DC, 2017 (scholarship.law.edu/scholar/982).
2. Francisco, Audiencia general, 5 de junio de 2013.
3. Id., Discurso al Consejo para un capitalismo inclusivo, 11 de noviembre de 2019.
4. V. O. Packard, The Waste Makers, New York, David McKay Company, 1960, 4.
5. Cfr N. Gregson – A. Metcalfe – L. Crewe, «Identity, mobility, and the throwaway society», en Environment and Planning D: Society and Space 25 (2007) 682-700.
6. Cfr K. Hellmann – M. K. Luedicke, «The throwaway society: A look in the back mirror», en Journal of Consumer Policy 41 (2018/1) 83-87.
7. Cfr UNEP, Food waste index report 2021, Nairobi, Unep, 2021, 9.
8. Cfr A. Craigen – K. Davis, «How cities can fight food loss and waste», en United Nations Development Programme Blog (www.undp.org/blogs/how-cities-can-fight-food-loss-and-waste), 4 de noviembre de 2020.
9. Ibid. 

 

Imagen e información de laciviltacattolica.es