Entrevista al Secretario General del Sínodo de los Obispos, Cardenal Mario Grech.

 

Incluso durante el periodo veraniego, los Dicasterios Vaticanos siguen prestando sus servicios. Pero hay un grupo de trabajo que desde algunas semanas esta en el ojo del huracán. Es aquella de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, llamada a elaborar el documento preparatorio y a ayudar a las Iglesias locales en un nuevo camino, que el Papa Francisco quiere que sea verdaderamente participativo desde abajo. Hablamos de ello con el Cardenal Mario Grech, Secretario del Sínodo.

Eminencia, ¿cómo van los trabajos preparatorios?

¡Para hacer un sínodo hay que ser un sínodo! Antes de la publicación del documento sobre el proceso sinodal, escuchamos a los Presidentes de todas las asambleas de las Conferencias Episcopales Continentales junto con el Presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos de América y el Presidente de la Conferencia Episcopal de Canadá. Luego, inmediatamente después de la publicación del documento, invitamos a los Presidentes de todas las Conferencias Episcopales, a sus consejos permanentes y a los Secretarios Generales a una conversación fraternal durante la cual tuvieron la oportunidad de comentar, hacer sugerencias y también formular preguntas. En total, celebramos ocho reuniones divididas por idiomas. Se celebraron otras dos reuniones de consulta con los Patriarcas de Oriente y con los Arzobispos Mayores. Además, aceptamos la invitación de las Conferencias Episcopales de Brasil, Burundi y las Antillas, que nos pidieron que nos reuniéramos con ellos específicamente".

¿Cómo fueron estos primeros encuentros?

Debo decir que ha sido un ejercicio de colegialidad episcopal muy apreciado y fructífero. Con este enfoque hemos querido transmitir el mensaje de que la participación sinodal de todos es importante incluso en esta fase de lanzamiento del proyecto. Hemos emprendido un enfoque similar con la Curia, mediante conversaciones con varios Dicasterios. Hemos creado cuatro comisiones para apoyar el trabajo previo al Sínodo: una para el estudio teológico, otra para ayudarnos a crecer como Iglesia en la espiritualidad de la comunión, una tercera para la metodología y, finalmente, una cuarta que se centrará en la comunicación.

¿Qué se puede decir sobre la situación de los trabajos a propósito  del tema específico del próximo Sínodo?

Conozco el mar y sé que para un viaje largo en barco hay que prepararlo todo cuidadosamente. El cuidado que estamos poniendo en la redacción del documento preparatorio forma parte de esta cuidadosa preparación. Por supuesto, también hay que ponerse de acuerdo sobre el motivo del viaje. El Santo Padre ha asignado a la XVI Asamblea Ordinaria el tema de la sinodalidad. Ciertamente es un tema complejo, porque habla de comunión, participación y misión: pero son aspectos de la sinodalidad y de una "Iglesia constitutivamente sinodal", como dijo en su discurso con motivo del 50º aniversario de la institución del Sínodo. "Para una Iglesia sinodal": es hacia eso debemos avanzar, o mejor dicho, hacia eso nos pide el Espíritu.

El Papa ha subrayado repetidamente la importancia de la sinodalidad. ¿Por qué?

Me gustaría despejar el campo de un malentendido. Muchos piensan que la sinodalidad es un "proyecto favorito" del Papa. Espero que ninguno de nosotros comparta esta opinión. En las diversas reuniones preparatorias quedó claro que la sinodalidad era la forma y el estilo de la Iglesia primitiva: el documento preparatorio lo pone claramente de manifiesto; y destaca cómo el Vaticano II, con el movimiento de "vuelta a las fuentes" – el Ressourcement –, quiso recuperar ese modelo de Iglesia, sin renunciar a ninguna de las grandes adquisiciones de la Iglesia del segundo milenio. Si queremos ser fieles a la Tradición – y el Concilio debe ser considerado como la etapa más reciente de la Tradición – debemos recorrer con valentía este camino de la Iglesia sinodal. La sinodalidad es la categoría que mejor engloba todos los temas del Concilio, que en el periodo postconciliar se han opuesto a menudo. Pienso sobre todo en la categoría eclesiológica de pueblo de Dios, que desgraciadamente se ha contrapuesto a la de la jerarquía, insistiendo en una Iglesia "desde abajo", democrática, e instrumentalizando la participación como reivindicación, no muy lejos de la de los sindicatos.

¿Qué riesgos, cree usted, que conlleva esta interpretación?

Esta interpretación asusta a muchos. Pero no hay que fijarse en las interpretaciones, sobre todo si quieren dividir: hay que fijarse en el Concilio, y en los logros que ha aportado, recomponiendo el aspecto meramente jurídico, jerárquico e institucional de la eclesiología con el aspecto más espiritual, teológico e histórico-salvífico. El pueblo de Dios del Vaticano II es el pueblo peregrino hacia el Reino. ¡Esa categoría permitió recuperar la totalidad del bautizado como sujeto activo en la vida de la Iglesia! Y no lo hizo negando la función de los pastores, o del Papa, sino colocándolos como principio de unidad de los bautizados: el Obispo en su Iglesia, el Papa en la Iglesia universal. La Iglesia es comunión, reafirmó el Sínodo de 1985, iniciando la conocida eclesiología de comunión. La Iglesia es constitutivamente sinodal, estamos llamados a decir "nosotros". Las dos afirmaciones no son contradictorias, sino que una completa a la otra: la Iglesia-comunión, si su sujeto – ¡y no puede tener otro! – el pueblo de Dios, es una Iglesia sinodal. Porque la sinodalidad es la forma que realiza la participación de todo el pueblo de Dios y de todos en el pueblo de Dios, cada uno según su condición y función, en la vida y misión de la Iglesia. Y lo consigue a través de la relación entre el sensus fidei del Pueblo de Dios – como forma de participación en la función profética de Cristo indicada en Lumen Gentium 12 – y la función de discernimiento de los pastores.

La centralidad del Pueblo de Dios parece a veces luchar por ser comprendida y compartida en la experiencia concreta. ¿Por qué?

Tal vez debamos confesar que tenemos una clara – y quizá incluso querida, en el sentido de que la afirmamos y defendemos de buen grado – función jerárquica y magisterial. No tanto la del sensus fidei. Pero para comprender su importancia basta con subrayar el tema del bautismo, y cómo el sacramento del renacimiento no sólo permite vivir en Cristo, sino que también injerta inmediatamente en la Iglesia, como miembros del cuerpo. El documento preparatorio subraya bien todo esto. Si sabemos reconocer el valor del sensus fidei y mover al pueblo de Dios a tomar conciencia de esta capacidad dada en el bautismo, habremos emprendido el verdadero camino de la sinodalidad. Porque habremos plantado no sólo la semilla de la comunión, sino también la de la participación. Por el bautismo, todos los bautizados participan en la función profética, sacerdotal y real de Cristo. Por eso, escuchando al pueblo de Dios – para eso está la consulta en las Iglesias particulares – sabemos que podemos oír lo que el Espíritu dice a la Iglesia. Esto no significa que sea el pueblo de Dios el que determine el camino de la Iglesia. A la función profética de todo el pueblo de Dios (incluidos los pastores) corresponde la tarea de discernimiento de los pastores: de lo que dice el pueblo de Dios, los pastores deben captar lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia. Pero es a partir de la escucha del pueblo de Dios que debe comenzar el discernimiento.

Hay quienes dicen estar asustados por la cantidad de trabajo que el proceso sinodal supondrá para las Iglesias locales. ¿No temen el riesgo de complicar la vida ordinaria de la Iglesia?

En realidad, no se trata de un proceso que complique la vida de la Iglesia. Porque sin saber lo que el Espíritu dice a la Iglesia, podríamos estar actuando en el vacío e incluso, sin saberlo, en contra del Espíritu. Una vez redescubierta la dimensión "pneumatológica" de la Iglesia, no podemos dejar de adoptar el dinamismo del discernimiento profético, que subyace en el proceso sinodal. Esto es especialmente cierto cuando pensamos en el tercero de los términos implicados: la misión. El Sínodo de los Jóvenes habló de la sinodalidad misionera. La sinodalidad es para la misión, es escuchar cómo la Iglesia se hace a sí misma viviendo, testimoniando y llevando el Evangelio. Todos los términos propuestos por el título están vinculados: ¡se mantienen o caen juntos! Pidamos también convertirnos profundamente a la sinodalidad: significa convertirnos a Cristo y a su Espíritu, dejando la primacía a Dios.

 

Imagen e información religiondigital.org