Las visitas de los tres últimos papas a Cuba: Juan Pablo II (1998), Benedicto XVI (2012) y Francisco (2015 y 2016) han tenido el mérito de mostrar a la opinión pública internacional la realidad de la comunidad católica en la isla. Mucho menos conocida es la historia de la Iglesia cubana durante los primeros 25 años de la Revolución y el proceso de reflexión que involucró a todos sus miembros en la década de los ochenta[1]. Dos acontecimientos marcaron la fisonomía de la Iglesia universal y continental durante este periodo: el Concilio Vaticano II (1962-65) y la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968), siendo relevantes también para la Iglesia cubana que intentaba definir su misión en el inédito contexto de un sistema político socialista.

El presente trabajo busca explorar los rasgos fundamentales de la recepción conciliar en Cuba que prepararon las condiciones para la realización del mencionado proceso sinodal. Al mismo tiempo, intentamos superar una narrativa que presenta a la comunidad católica de la isla como una «Iglesia del silencio» centrada en la supervivencia cultual y ajena a todo interés evangelizador. La primera parte de este artículo pretende contextualizar históricamente la Iglesia cubana entre 1959 y 1985, según una periodización de cuatro etapas. En la segunda parte de este trabajo abordaremos la influencia del Vaticano II en Cuba según las categorías de participación y testimonio. El presente estudio se inscribe en los análisis de la recepción conciliar en América Latina y la recuperación de experiencias sinodales que pueden servir como ejemplos para el actual proceso de renovación eclesial impulsado por el Papa Francisco.

Optimismo (1959)

La victoria de enero de 1959 fue acogida con júbilo por la mayoría de la población y también por la Iglesia cubana. Para muchos, la Revolución era el contexto adecuado para recuperar el orden constitucional interrumpido por el golpe de estado de Fulgencio Batista en 1952 y construir una nación según los presupuestos de la Doctrina Social de la Iglesia. Estos deseos se vieron reforzados con la designación de algunos laicos comprometidos dentro del nuevo gabinete revolucionario. El apoyo episcopal a una de las primeras medidas del gobierno, la Ley de Reforma Agraria, es un ejemplo de este ambiente de optimismo que también reconocía el derecho a la indemnización de los antiguos propietarios y alertaba ante el peligro de un excesivo control estatal sobre la propiedad[2].

La jerarquía eclesial se consideraba representante de la mayoría del pueblo y por lo tanto rechazaba cualquier proyecto político que no reconociera al catolicismo como sinónimo de cubanidad[3]. El Primer Congreso Nacional Católico de Cuba en diciembre de 1959 fue el mejor ejemplo de esta postura, que no sopesaba suficientemente el anticlericalismo criollo fruto de la alianza entre el trono y el altar y la postura eclesial contra los movimientos independentistas del siglo XIX. Todos los católicos fueron invitados a participar en el Congreso de 1959 como una demostración de vitalidad religiosa y rechazo a la influencia comunista. Los numerosos contactos entre la jerarquía y el gobierno en la preparación de este evento muestran que a finales de 1959 todavía los obispos buscaban influir en el proceso revolucionario mediante la Doctrina Social de la Iglesia[4]. Este deseo se desvaneció rápidamente en el transcurso de los primeros meses del año siguiente.

Ruptura (1960-61)

Desde la segunda mitad de 1959 fue evidente un acercamiento del nuevo gobierno a la Unión Soviética, lo cual se concretó con la visita del Primer Ministro ruso Mikoyan en febrero de 1960. La presencia mayoritaria de clero español en la isla, que había sufrido las consecuencias de la Guerra Civil, marcó fuertemente la lectura de estos acontecimientos.

A lo largo de 1960 se sucedieron varios pronunciamientos episcopales para exponer la incompatibilidad entre el comunismo y la fe cristiana. La tensión de estos momentos llegó incluso a la agresión física y llevó a los obispos a escribir una carta pública a Fidel Castro denunciando una campaña antirreligiosa a nivel nacional y solicitando que tomara partido ante esta situación[5]. En su respuesta, Fidel enunció la identidad entre anticomunismo, contrarrevolución y una postura anticatólica. La presencia de tres sacerdotes y numerosos dirigentes laicos entre las tropas de la invasión de Bahía de Cochinos (abril de 1961) le ofreció al gobierno la prueba de la oposición activa de la Iglesia al giro marxista de la Revolución.

En junio de 1961 fue nacionalizada toda la enseñanza privada y con ello dos universidades y 324 escuelas católicas. También los medios de comunicación fueron intervenidos y en septiembre de este año fueron expulsados de Cuba más de un centenar de agentes de pastoral. Muchos otros sacerdotes y religiosas abandonaron el país por el temor de represalias y/o la pérdida de sus antiguas instituciones. Al final de este periodo prácticamente toda la infraestructura no parroquial había pasado a manos del Estado y la Iglesia había perdido el poder de movilización de la opinión pública[6]. Mientras que una minoría de laicos seguía reconociendo su identidad católica, muchos abandonaron el país como respuesta a las medidas del gobierno revolucionario y otros se apartaron de la Iglesia por sus ideas políticas o debido a presiones externas[7].

Resistencia (1962-69)

Este periodo es titulado por muchos autores como la «Iglesia del silencio», para describir una estrategia de la jerarquía encaminada a sobrevivir y evitar ulteriores enfrentamientos con el régimen socialista. Según esta narrativa la Iglesia fue confinada prácticamente a su dimensión cultual sin compromiso social y evangelizador[8].

La ausencia de documentos magisteriales durante este intervalo en la recopilación oficial La voz de la Iglesia en Cuba, parecería reforzar esta visión. No obstante, la categoría «Iglesia del silencio» es importada de la experiencia en Europa del Este y no corresponde exactamente a la realidad histórica cubana. Durante estos años la comunicación entre los párrocos y los obispos no se interrumpió y al menos uno de ellos mantuvo correspondencia con dirigentes revolucionarios para resolver cuestiones puntuales[9].

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Raúl José Arderí García, SJ
Licenciado en Ciencias de la Computación
por la Universidad de La Habana y en Teología
por Boston College, School of Theology and Ministry.

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[1] Este itinerario sinodal es conocido como la Reflexión Eclesial Cubana (REC) que culminó con el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) en febrero de 1986.
[2] A. M. Villaverde, «La Reforma Agraria Cubana y la Iglesia Católica (3 de julio de 1959)», en La voz de la Iglesia en Cuba: 100 documentos episcopales, México, D.F., Obra Nacional de la Buena Prensa, 1995, 80-83.
[3] Esta opinión contrasta con una encuesta de 1954 que mostraba que aunque la población cubana se consideraba creyente no podía ser clasificada como practicante. El 72,5% se declaraban católicos y de ellos el 27% admitían que nunca habían visto un sacerdote. Solamente asistían frecuentemente a la misa dominical el 24% (17,4% de toda la población). Cfr M. J. Marimón, «The Church», en C. Mesa-Lago (ed.), Revolutionary Change in Cuba, Pittsburgh (PA), University of Pittsburgh Press, 1974, 400 s.
[4] P. Kuivala, Never a church of silence : the catholic church in revolutionary Cuba, 1959-1986, Helsinki, University of Helsinki, 2019, 90.
[5] Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, «Carta Abierta del Episcopado Cubano al Primer Ministro Dr. Fidel Castro (4 de diciembre de 1960)», en La voz de la Iglesia en Cuba: 100 documentos episcopales, cit., 146-50.
[6] De 723 sacerdotes y 2.225 religiosas en 1960 solo habían en 1965, 225 curas y 191 monjas, el 15% de cinco años atrás. Cfr J. Marimón, «The Church», cit., 402.
[7] Alrededor de 200.000 cubanos abandonaron la isla entre 1960 y 1962, de una población de casi 7 millones.
[8] E. Dussel, Historia de la Iglesia en América Latina: medio milenio de coloniaje y liberación (1492-1992), Madrid – México, D.F., Mundo Negro – Esquilla Misional, 1992, 259.
[9] I. Uría, Iglesia y Revolución en Cuba: Enrique Pérez Serantes (1883-1968), el obispo que salvó a Fidel Castro, Madrid, Ediciones Encuentro, 2011, 527-530.

 

Imagen e información de laciviltacattolica.es