La crisis climática que sufrimos no puede dejarnos indiferentes. Toca tomar acciones conjuntas, como la COP26. Más en estos tiempos de crisis sanitaria mundial.
El cambio climático es la crisis que sigue viviendo el mundo desde su descubrimiento a principios del siglo XIX, pero cualquier debate global en estos momentos tiene que empezar por la COVID-19. Estas son las dos crisis existenciales a las que se enfrenta la humanidad hoy en día y la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático COP26, que se celebrará en Glasgow en noviembre, no puede dejarlas de lado mientras los países se ponen de acuerdo para gestionar la pandemia.
El 2020 es uno de los tres años más calurosos de los que se tiene constancia y el contenido del calor de los océanos también está en niveles récord crecientes, ya que no hay tregua ni reducción de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Sólo en 2020 se produjeron incendios en Australia, el Ártico, España y California. En el Informe Mundial sobre Desastres 2020 se habla de continuos fenómenos meteorológicos extremos en toda Asia. Hubo una grave sequía en América del Sur, escasez de agua en la India, aumento de la vulnerabilidad de los pequeños Estados insulares a la subida del nivel del mar y grandes invasiones de langostas en África, y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación describió la situación como una crisis de langostas del desierto.
Todas estas crisis regionales, a menudo consideradas como temporales, exigen una acción urgente, integral y duradera de lo local a lo global. Estas crisis siguen dando vueltas, socavando la resistencia humana y la capacidad nacional de actuación.
Mientras el virus hace estragos en todo el mundo, aplastando a los migrantes ya vulnerables y empobrecidos, a las poblaciones rurales y urbanas del Sur y del Norte, persiste una acción inadecuada ante la realidad social crónica. Más allá de la disponibilidad y el acceso a las vacunas, muchos siguen sin tener agua para lavarse las manos, alimentos para nutrir a la familia, refugio o transporte para practicar el distanciamiento social.
Pero también es el momento de hablar más del clima que del virus y pasar a la acción. No se puede seguir sonámbulo ante las necesidades más amplias del mundo, ya que el mundo en el que vivimos no será un lugar mejor y curado de sus males a menos que la acción sea integral. Responder a un problema a la vez no va a cambiar la situación actual de mal en peor. Se necesitan enfoques consolidados y complementarios.
La economía mundial necesita crecer, pero sobre todo necesita ser compartida. Hay que entender la economía como un hogar en el que todos participan, y la mayoría no se queda con las migajas en el suelo.
El compartir en esta economía necesita incluir a todos para que esta economía se sostenga, y esto incluye a la ecología excluida, a la hermana del oikos que está excluida, bloqueada, y que necesita pleno reconocimiento y restitución. Los servicios ecológicos deben ser contabilizados y la devolución de décadas de destrucción y despilfarro necesita una rectificación radical.
Sin esta justicia no se consigue el equilibrio antes de que muchas tierras se vuelven improductivas y se pierdan las bondades de los mares.
¿Cómo de global tiene que ser esta crisis socio-ecológica para ponernos de rodillas en las Wall Streets de este mundo, en nuestras Iglesias y salas de reuniones, en las Instituciones del Estado y en las negociaciones globales de los sonámbulos? Las negociaciones sobre el clima llevan cinco años arrinconadas como un elefante blanco.