Compartimos un artículo de Víctor Codina, SJ, en donde nos cuenta cómo conoció a los mártires de la UCA en 1986 y además, a modo de reflexión, se pregunta: ¿Qué nos dirían hoy los seis jesuitas mártires de El Salvador? 

 

Cada 16 de noviembre conmemoramos a los seis jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martínez Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Pablo Moreno y Joaquín López y López, miembros de la Universidad Centroamericana (UCA) Simeón Cañas de San Salvador, que fueron asesinados por el ejército salvadoreño;  junto a ellos, Julia Alba y su joven hija Celina Ramos que trabajaban en la comunidad, también fueron eliminadas, para que no hubiera testigos de la masacre. Fue en el año 1989.

Su muerte produjo un enorme impacto internacional, desveló adónde se dirigía la inmensa ayuda de USA al gobierno y al ejército del Salvador y sin duda este sangriento asesinato propició el Tratado de paz, luego de varios años de lucha civil y más de 70.000 muertos.

Yo había conocido a Ellacuría y Montes cuando estudiábamos teología en Innsbruck. El año 1986, en una visita de Ellacuría, Rector de la UCA, a Cochabamba, Bolivia, donde yo residía, me invitó a dar un semestre de clases en la UCA. Allí conocí al resto de compañeros y pude ver de cerca su plena dedicación al trabajo por la fe y la justicia en El Salvador, siguiendo el ejemplo de Monseñor Romero martirizado en 1980.

No volví a visitar El Salvador hasta 2008, 24 años más  tarde, para un encuentro de teólogos. En el Museo de los mártires vi que el libro de Jürgen Moltmann, El Dios crucificado, había sido teñido con la sangre de uno de los mártires, ejecutado en su habitación. Otros compañeros fueron sido asesinados en el jardín. El jardinero, Don Obdulio, esposo de Alba y padre de Celina, plantó en el césped del jardín 8 rosas rojas.

Y cuando entré en la sala-capilla del Centro Monseñor Romero para nuestro encuentro teológico, vi que en el muro de la izquierda estaban enterrados todos mis antiguos compañeros. ¡Impactante! No se puede hacer teología al margen de las víctimas.

El teólogo alemán Martin Maier le dijo a Moltmann que su libro sobre el Dios crucificado había quedado empapado con la sangre de uno de los mártires. Moltmann fue expresamente a El Salvador y al llegar al verde jardín de las 8 rosas rojas, se arrodilló y oró en silencio durante una hora.

Han pasado ya 31 años de este martirio, su memoria subversiva nos sigue impactando. Pero quizás, hoy en plena pandemia de coronavirus, comprendemos mejor el mensaje que Ignacio Ellacuría, como portavoz de todo el grupo de la UCA, había formulado en su tiempo.

Muchas de las expresiones de Ellacuría, que hace años parecían exageración y fantasías utópicas, hoy, en medio del caos y colapso sanitario, tecnológico, laboral, económico, político, ecológico y religioso actual, nos parecen luminosas y esperanzadoras. Afirmar que hay que “revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”, como dijo Ellacuría al recoger el premio Alfonso Comín en el Ayuntamiento de Barcelona, el 6 de noviembre de 1989, 10 días antes de su muerte, parecía entonces una retórica exagerada.

Hoy cuando, en plena pandemia, todo se derrumba y existe el peligro de querer volver a la “normalidad de antes”, estas palabras abren un camino de esperanza: la historia actual ha generado muerte, destrucción de la naturaleza y exclusión de la mayoría de la humanidad. No podemos seguir igual, no hemos llegado al final de la historia, está en juego la supervivencia de la humanidad, hay que revertir el rumbo de la historia.

Pero Ellacuría no se limita a la denuncia, ofrece una pista positiva, opción preferencial por los pobres y ayudar a la construcción de una civilización del trabajo y de la sobriedad compartida, todo ello desde la inspiración de la fe cristiana. Esto implica hoy una vida sencilla, lejos del consumo y de la explotación de la tierra, pero compartida entre todos, sin exclusividad de unos pocos, sin marginar ni descartar a la mayoría de la humanidad. Para Ellacuría todo esto forma parte del proyecto del Reino de Dios que anunció Jesús de Nazaret.

Seguramente Ellacuría y sus compañeros mártires sintonizarían con el estilo evangélico de Iglesia en salida y samaritana, pobre y de los pobres, que hoy propone Francisco.

Este podría ser el mensaje de los mártires del Salvador a nuestro tiempo de pandemia: no querer volver a la “normalidad” de antes, sino aprovechar la ocasión para cambiar el rumbo económico, social, político, ecológico y religioso de nuestra historia. Otro mundo es posible y urgente, sobrio y compartido.

Quizás, para comprender mejor todo esto, podríamos arrodillarnos espiritualmente un rato en el verde jardín de la casa de los mártires, mientras en silencio contemplamos las 8 rosas rojas que plantó Don Obdulio.

 

Fuente: Religión Digital