En la mañana del día 2 de noviembre falleció el P. Bartolomeo Sorge, S.J. quien fue director de la revista La Civiltà Cattolica, durante una docena de años. El equipo de comunicaciones de la Curia General ha pedido al P. Antonio Spadaro, S.J. que nos ilumine sobre su compañero, una figura emblemática de la Compañía de Jesús en Italia, que supo conjugar ambos apostolados, el intelectual y el social.

Hoy en día, cuando la importancia de la formación política de los ciudadanos parece tan importante frente a las ideologías populistas, el pensamiento del P. Sorge es aún más actual. He aquí un extracto de su testimonio:

 

Por: Antonio Spadaro, SJ

Para Bartolomeo Sorge, Roma, Palermo y Milán eran los sólidos púlpitos de una exuberante concientización vivida con entusiasmo al servicio de la plena maduración de la conciencia democrática de los ciudadanos. Reafirmó la importancia del compromiso de los católicos en la política, colaborando con aliados de diferentes orientaciones culturales y buscando el mayor bien posible en cada contexto concreto. Para el padre Sorge, el problema más urgente era el de devolver un alma a la política, ayudando a la democracia a recuperar su fundamento ético. Por esta razón siempre trató de contrarrestar la tentación de refugiarse en un espiritualismo individual y desencarnado, que lleva a la Iglesia a la “auto referenciación”, a volverse sobre sí misma, a preocuparse sobre todo de sus problemas internos, a encerrarse dentro de los muros del templo, obsesionada por la observancia de las normas canónicas.

Ésta es la entraña de la inspiración del padre Sorge: Dios está presente y actuando en el mundo: no lo ha abandonado, sino que pide ser reconocido donde se encuentra. En ese sentido, Sorge era radicalmente jesuita, contemplativo en la historia, capaz de un discernimiento en la acción. Y también era un fiel intérprete del Concilio Vaticano II y de la inspiración de Gaudium et Spes que expresa la relación madura a lograr de la Iglesia y el mundo. Por esta razón propugnaba la mediación cultural en lugar del “presencialismo”, que se contenta con seguir procesos cuando hay que ocupar espacio. También recordamos que en 1974 el P. Sorge participó en la 32ª Congregación General de la Compañía junto con el P. Carlo Maria Martini y el P. Jorge Bergoglio. No es difícil reconocer, incluso más allá de todas las diferencias de personalidad, un hilo común que une a estas tres grandes figuras.

Fue la convicción del padre Sorge que, después del fin de las ideologías del siglo XX, todas negadas por la historia, tanto los creyentes como los no creyentes pueden converger hacia un programa reformista de cosas por hacer, inspirado en los valores de un humanismo trascendente, pero por mediación de elecciones seculares que pueden ser compartidas por todas las personas de buena voluntad. El presupuesto ignaciano de salvar lo más posible la afirmación del otro fue un elemento fundamental de su forma de dialogar.

Ello implica lo que el padre Sorge llamó “laicidad positiva”, que consiste en encontrarse en lo que nos une entre diferentes, para crecer juntos convergiendo hacia una unidad cada vez mayor, en pleno respeto de la identidad de cada uno.

Dos cosas en mi memoria han caracterizado el legado del padre Sorge, ahora que soy su sucesor en la dirección de La Civiltà Cattolica: por un lado, la lucidez de un pensamiento que se formó gracias al estudio, la profundización y la fuerza de una experiencia, a su manera, que vivió y de la cual fue testigo. El suyo era un apostolado culto, fruto del estudio y uno de sus objetivos era la formación de “multiplicadores”. Por otra parte, la “profecía” y la parresia, la inspiración espiritual, así como la honestidad, para decir que hoy en día no siempre tenemos todas las respuestas definitivas que quisiéramos tener, y que, por lo tanto, el compromiso real y concreto con la historia - incluidos los posibles errores - es fundamental para comprender y actuar bien en el futuro próximo.

El padre Sorge fue también un hombre espiritual que siempre puso entre sus actividades habituales la predicación, el ministerio de los Ejercicios Espirituales, las charlas personales y los encuentros con las comunidades de religiosos a los que acompañaba. En dichos apostolados llevó discretamente su experiencia y su forma de encontrar a Dios en el mundo. Y su espiritualidad personal era sencilla, además de “tradicional”, capaz de realzar la devoción popular. En este sentido también el padre Bartolomeo Sorge fue un jesuita que supo encarnar una amplia disponibilidad apostólica, siempre en busca de Dios en todas las cosas.

 

Fuente: Curia General de los jesuitas