Presentamos algunos extractos de la homilía del P. Arturo Sosa, Superior General, en conmemoración de la fiesta de San Francisco de Borja (3 de octubre).

 

La pandemia ha puesto de manifiesto con claridad las consecuencias que tiene el uso del poder, cuando significa el dominio de unos pocos, en lugar de convertirse en instrumento que sirve al Bien Común. La diferencia entre concebir el poder como instrumento de dominio o de servicio se refleja en los diferentes aspectos de la vida humana, desde las relaciones más primarias en el seno de la familia y las comunidades, hasta las relaciones de vecindad, dentro de un país o en el ámbito internacional.

La vida de San Francisco de Borja constituye una parábola de cómo el poder de dominación puede llegar a convertirse en poder de servicio. S. Francisco pasó de frecuentar a los “grandes” del mundo, a no tener más Señor que Jesús crucificado y resucitado. Por él se dedicó con alma, vida y corazón al servicio de los más necesitados según el carisma de la Compañía de Jesús, que había conocido de cerca bajo la guía del propio Ignacio de Loyola.

Inspirados por la memoria de nuestro patrón, San Francisco de Borja, e iluminados por la Palabra de Dios, nos reunimos en esta Eucaristía y pedimos luz para el nuevo curso que comienza, pedimos por las víctimas de la pandemia, especialmente los que hemos llegado conocer de cerca, por los miembros del cuerpo apostólico de la Compañía, así como por el más de un millón de personas que el Covid-19 ha arrebatado de nuestro lado.

Nos reunimos alrededor de la Eucaristía, sobre todo, para alimentar nuestra fe y aumentar nuestra esperanza. La pandemia no ha terminado y desconocemos cuánto tiempo durará todavía. Tampoco podemos predecir con certeza sus consecuencias a medio y largo plazo. De modo que pedimos que el Señor aumente nuestra fe y nos de fuerza para ser testigos de esperanza ante nuestras compañeras y compañeros de trabajo, ante nuestras familias, ante nuestros amigos.

Como habitantes de este país y del mundo, queremos dar testimonio de que esperamos y creemos posible un mundo mejor del que hasta ahora hemos conocido. Esperanza que nos llevará a actuar en consecuencia y a contribuir a su llegada de acuerdo a lo que cada uno es y conforme a objetivo que todos deseamos alcanzar.

La expresión ignaciana “en todo amar y servir” adquiere una fuerza especial en estos momentos y significa un impulso en nuestra vida cotidiana. Este es nuestro deseo como comunidad de vida y de trabajo de la Curia General de la Compañía de Jesús: en todo amar y servir.

Que Nuestra Señora del Camino sea quien nos acompañe en esta conversión a la vida de amor y servicio que puede significar un gran cambio en nuestras vidas.

 

Fuente: Jesuits Global