Compartimos un artículo de la Red de Solidaridad y Apostolado Indígena (RSAI) de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina y el Caribe (CPAL), escrito por Jeannette Curinao Alcavil, hija de Florinda y Nazario y bisnieta de machi.

Jeannette es nacida en plena dictadura militar en una población periférica de Renca, Santiago (Chile). Actualmente vive en la comuna de Tirúa,  VIII región. Trabaja como profesora de religión católica en una escuela básica y como profesora mentora de la educadora tradicional en el liceo comunal. Acompaña la vida de la comunidad católica desde lo cotidiano y sencillo. Estudia chedungun en la fundación licán.

 

Una vez terminada la reja de mi casa pude comenzar a armar el jardín que tanto deseaba para hermosearla. Estaba terminando la temporada de siembras o trasplante.

Comencé mi labor rescatando de un basural un par de rosales. Una amiga me dio tres especies nativas que se estaban secando en bolsitas plásticas. Encontré por ahí ganchitos mustios de hierbas medicinales destinados a la quema. Todas corrían riesgo de secarse o de no arraigarse lo suficientemente en un suelo arenoso.

Guiada por la intuición y casi sin darme cuenta comencé a hablarles y de vez en cuando a cantarles mi repertorio “comunista”. Las plantas fueron tomando fuerza alegrando mi corazón con sus colores. Los brotes, las flores, las semillas, las nuevas especies que aparecieron misteriosamente forman hoy mi “Jardín de la resistencia”.

Hay personas que nacen cercanos a los saberes relacionados al cultivo de la tierra. En mi caso, la experiencia más cercana fue un par de maceteros, cuidados por mi hermana, en un patio pequeño de cemento.

Pertenezco a una generación de descendientes mapuche, nacidos en la ciudad, producto de la migración forzada de nuestros padres y/o abuelos para poder ayudar a mantener económicamente a sus familias en tiempos del empobrecimiento obligado del territorio y de alguna manera sobrevivir al despojo.

Crecí sabiendo que era mapuche pero sin saber lo que significaba realmente ser mapuche. En la escuela y en la población me decían india. En mi inocencia infantil, me defendía diciendo: “India, pero no tonta” (no puedo dejar de reír al recordarlo). Y en el campo, en casa de la abuela, mis familiares me decían “la santiaguina”, haciéndome entender que yo no pertenecía a ese mundo que solo visitaba en las vacaciones de verano. No sabía hablar el mapudungún[1], nunca había estado en una rogativa y desconocía totalmente mis raíces. En la adolescencia, me inquietaba esto de ser mapuche pero no vivir como mapuche hasta que logré definirme con orgullo como una joven mujer pobladora mapuche (cuatro conceptos cargados de discriminación) para calmar en parte una necesidad profunda de sentirme perteneciente a mi propio pueblo. Sólo pude traducir mis dos apellidos.

Ser mapuche ignorante de la cultura y la cosmovisión y ser católica activa en la comunidad me significó un mar de incomprensiones y duras críticas de parte de “la mapuchada” y aún así opté por vivir la fe católica con férreo compromiso de seguir al Maestro Jesús y el Reino.

Hace tres años dejé la gran ciudad para vivir en territorio mapuche respondiendo así a un llamado ancestral que exige la deformación de mi historia para volver a formarme. Sigo comprometida con la comunidad católica, pero mi experiencia espiritual se va nutriendo, fortaleciendo y limpiando con la experiencia mapuche. Puedo intuir que la sabiduría de mis ancestras habita en mí. Sus historias de vida cargadas de miedo, de dolor y de injusticias necesitan de mí para curarse, para repararse. La teoría de la epigénesis se aplica en mi vida. El jardín de la resistencia es el símbolo de este proceso personal.

 

Un sabio mapuche del territorio afirma: “La espiritualidad cristiana y la espiritualidad mapuche deben caminar juntas pero no revueltas”. La evangelización de los primeros misioneros arrasó con los saberes y espiritualidades propias de los pueblos originarios. Más tarde Puebla las reconoce como “semilla del Reino” y en un intento de integración se fueron mezclando elementos propios de la espiritualidad mapuche, por ejemplo, el uso del kultrung[2] (que tiene un simbolismo en sí mismo) en las misas y oraciones, reduciéndolo a acompañamiento de instrumentos musicales. Esto es violencia religiosa-espiritual de la que poco o nada se ha hablado y es necesario hacerlo. Son muchas las deudas que la Iglesia tiene con mi pueblo.

El Reino de Dios y el Küme Mongen, (Buen Vivir), como modelo de vida en sociedad comparten el propósito de alcanzar una vida digna para todos y todas, sin ningún tipo de exclusión, respetando la diversidad, abrazando la justicia y la paz.

Las mujeres mapuche católicas tenemos doble lucha ante el patriarcado dentro de la Iglesia y dentro del pueblo mapuche. Por el lugar de opresión al que nos empujaron, nuestras voces cansadas se unen para gritar más fuerte porque ya casi lo perdimos todo, menos a nuestras hermanas y compañeras, nuestras sabias y sanadoras. Estamos cambiando la historia. No llegaremos a vivir el Reino ni el Küme Mongen si no es con nosotras en relaciones justas y reconciliadas.

 

Escrito por: Jeannette Curinao Alcavil

 

 

[1] Idioma mapuche

[2] Tambor ceremonial de las rogativas mapuche.