A continuación una reflexión del P. Paul Tu Ja, S.J. sobre descubrir la presencia de Dios en la naturaleza y como su amor por la ecología ha despertado su vocación jesuita.


¿Qué significa la ecología en mi vocación jesuita? Recuerdo que de niño barría con fervor el terreno que rodeaba nuestra casa, reunía las hojas y las llevaba luego a un arroyo cercano. Me atraía la jardinería y aprendí a labrar tierra y a cultivar hortalizas de temporada en el patio trasero. Ya a tierna edad me resultaba una experiencia fascinante observar el crecimiento y florecimiento de las plantas. En Myanmar abunda el agua y la tierra favorece el crecimiento de la vegetación.

Cuando ingresé en el noviciado, tuve otra oportunidad de cultivar la tierra del enorme recinto. Poco a poco, aquello se convirtió para mí en un medio de descubrir la presencia de Dios y de trabajar en la naturaleza. A algunos novicios se nos encargaba cuidar del huerto, en el que crecían fresas, manzanas, aguacates y algunas hortalizas de temporada. No se contrataba a ningún trabajador externo. Una vez a la semana se nos permitía salir del recinto del noviciado durante medio día para el dies villae. Yo recorría el pueblo cercano pidiendo plantas de semillero para plantar en el noviciado. Una “penitencia” más bien inusitada, pero memorable, que nos imponía el maestro de novicios era darnos un baño de árboles, sumergirnos conscientemente en la naturaleza.

Durante el juniorado pasé un tiempo en el centro de agricultura ecológica que la Compañía de Jesús tiene en Indonesia. El trabajo allí era fácil y entretenido y me hacía recordar a los campesinos de Myanmar. Me di cuenta de cuánto podía beneficiar a los campesinos un centro de capacitación sencillo y bueno. Los campesinos tienen que ser reconocidos, equipados y apoyados por el gobierno, porque su esfuerzo y dura labor proporciona los alimentos que necesita el país.

Mi interés por la ecología creció durante mis estudios de filosofía en Indonesia. Decidí escribir mi trabajo final sobre ética ecológica. Más tarde pude sumarme al Círculo de Escolásticos y Hermanos que se reunió en Camboya en 2013 para reflexionar sobre Sanar un mundo herido. Y otra reunión de este círculo, celebrada en las Filipinas en 2015, se centró en la gestión de riesgo de desastres naturales. También me incorporé a un movimiento ecológico juvenil. Todo esto contribuyó a ampliar mi horizonte en lo relativo a cuidar la Casa Común como una forma de mostrar solidaridad a –y vivir en solidaridad con– el conjunto de la creación. Cuidar y amar la Tierra es una acción global que puede ser traducida a –e integrada en– los contextos locales. Cualquiera puede hacerlo.

Los dos años de mi magisterio los pasé con alumnos del Campion English Language Institute en Rangún. Fue una experiencia memorable, porque era mi primer destino como escolástico jesuita. Los encuentros en el aula con alumnos de diferentes edades procedentes de regiones y etnias diferentes me ayudaron a cobra concienciar de –y valorar– la diversidad de mi país. Además, fui nombrado capellán y se me autorizó a formar con un pequeño grupo de alumnos la Comunidad Verde de Campion. Visitamos áreas rurales cercanas a la ciudad y de cuando en cuando realizábamos actividades diversas, como recoger basura alrededor de colegios y en las calles, plantar árboles y visitar orfanatos para jugar con los niños allí internos. Los alumnos crecieron en solidaridad y en la conciencia de la necesidad de cuidar y amar el medio ambiente, así como a los necesitados.

Al terminar el magisterio, fui enviado a las Filipinas para estudiar teología. Fue toda una alegría y una auténtica consolación ver que mi comunidad en la Residencia Internacional Arrupe en Manila se involucró en el vermicompostaje, la separación de residuos y el uso de compost como fertilizante para las plantas de flores que crecían en macetas. Me ofrecí voluntario para preparar otro hoyo de vermicompostaje y ampliar el huerto. Al cabo de unos meses teníamos un huerto magnífico y vivo, del que la comunidad podía recoger hortalizas de temporada ecológicas. Plantábamos sin cesar nuevas variedades de hortalizas y el huerto seguía creciendo. Durante mi cuarto curso en Manila pude pasar más tiempo en el huerto elaborando mi propia “teología de plantas y vidas”, notando como mis sentidos cobraban nueva vida en medio de brotes, renuevos, capullos, flores, fragancias, pájaros, orugas y mariposas coloreadas por los rayos del sol.

Pronto, unos cuantos escolásticos empezaron a acudir al huerto y se unieron a mí para plantar hortalizas. Eventualmente, el compostaje y el cultivo del huerto se convirtieron en parte oficial de las tareas de la casa y, por ende, del compromiso de la comunidad. También nos comprometimos a enviar todos los años a algunos de los miembros de la comunidad a Bendum, en Mindanao, para pasar allí unos cuantos días aprendiendo de la población autóctona y la naturaleza y dejándose inspirar por ellos.

Me siento hondamente consolado y también agradecido a mis superiores y formadores, así como a las comunidades de las que he formado parte, por todo el apoyo que me han ofrecido durante mis años de formación para aprender, hacer y llevar a la práctica acciones ecológicas. Ahora he regresado a Myanmar, y estoy deseando ser ordenado sacerdote y asignado a cualquier ministerio en el que puede contribuir a realizar el reino de Dios en la tierra para mayor gloria suya.

 

Fuente: Secretariado para la Justicia Social y Ecología de la Compañía de Jesús