El rector de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), Fernando Ponce, explica el papel de las universidades de la Iglesia en la protesta indígena. El jesuita destaca que la revisión de las medidas pudo tomarse antes de que provocaran un conflicto nacional.

 

En el despacho del rector, en el edificio administrativo de la PUCE, llaman la atención dos detalles. El primero, un gran crucifijo. El segundo, aunque no menos importante, un retrato de Francisco, el actual papa de la Iglesia Católica, el primer jesuita en ocupar la silla pontificia en toda la larga historia de la orden de San Ignacio, y, también, el primer latinoamericano. 

El rectorado está ocupado por Fernando Ponce, un jesuita de las nuevas generaciones de la orden, que sucedió a Manuel Corrales Pascual al frente de la PUCE. Los nuevos aires se notan en algunos aspectos en la universidad jesuita, en donde han cambiado la decoración de los espacios y hasta algunas formas de relacionarse con la política y la sociedad del país. 

El rector recibe al equipo de PLANV en su despacho, donde el mobiliario destaca por un blanco impoluto, y en donde la admiración por el pontífice argentino parece ser la marca distintitiva. La PUCE, junto con su vecina, la Universidad Politécnica Salesiana, se convirtieron en los refugios de los indígenas, en especial de Cotopaxi, que llegaron a la capital a sumarse a las protestas contra el incremento de los precios de los combustibles y los pasajes que, a la postre, obligaron al Gobierno de Lenin Moreno a dar marcha atrás. 

¿Cómo vio usted esta protesta en términos políticos? ¿Llegó a temer que hubiera algún tipo de salida antidemocrática a esta crisis?

Yo nunca llegué a imaginar los grados de violencia y de descontrol de esta protesta social. Pensé que iba a haber una protesta dentro de los límites normales de un paro o una marcha, pero nunca a estos niveles. Tuve dudas sobre que pudiera haber algún tipo de ruptura del orden constitucional, aunque no pensé que eso pudiera ocurrir realmente. Me quedé, como muchos, en la incertidumbre.

¿En qué momento las universidades, en especial las católicas, decidieron colaborar con la movilización indígena?

Los estudiantes y profesores de esta universidad hacemos vinculación con comunidades de Cotopaxi, y ellos nos pidieron alojamiento, desde la mañana del lunes 7, y nosotros recibimos el primer grupo ya por la tarde. La Salesiana también hizo algo parecido y entonces nos pusimos en contacto con la Escuela Politécnica Nacional y con la Universidad Central. Las dos universidades de la Iglesia, dado el valor de la acogida y la hospitalidad que es muy importante para la cosmovisión católica, nos planteamos ofrecer alojamiento. Creo que el mismo valor inspiró a las universidades públicas, la Escuela Politécnica ofreció un comedor y la Universidad Central un albergue. Entre todas las instituciones fuimos compartiendo ideas, como por ejemplo colocar el letrero que dice "Zona de paz y acogida" en todas las universidades, para marcar el territorio frente a las fuerzas en disputa.

¿Llegó a temer que la Policía irrumpiera en las universidades y hubiera un desalojo violento?

Algunas personas temían eso, pero yo nunca creí que eso pudiera pasar. Teníamos una buena comunicación tanto con el Ministerio de Gobierno cuanto con algunos dirigentes indígenas, y en ningún momento me pasó por la cabeza que pudieran tener una intención deliberada de invadir a las universidades. Lo que sí hubo fueron algunos excesos de la Policía, no sé si intencionales, pero el hecho fue que cayeron bombas lacrimógenas en ambas universidades. 

¿Cómo evalúa la solidaridad de la población de la ciudad de Quito? Eran visibles personas que llegaban a dejar en los albergues comida, agua, ropa o medicinas. 

Fue una movilización espontánea, fue increíble. Hicimos apenas un par de llamados en nuestras redes sociales y enseguida hubo respuesta, hubo mucha generosidad, mucha organización. Yo no hice como rector un llamado a los donativos, sino que fueron los estudiantes, y en las noches, cuando ya se podía circular, veíamos personas que llegaban en autos a dejar alimentos. Fue una solidaridad espontánea del pueblo quiteño y de muchas organizaciones, al punto de que nunca nos faltó comida o bebida, nunca llegó a faltar agua, ni ropa. Cuando el albergue se cerró, entregamos los sobrantes a organizaciones humanitarias y de acogida, como el Albergue San Juan de Dios y otros. 

¿Cómo se planificó este operativo de acogida en tan poco tiempo?

Fue una implementación espontánea, un fenómeno difícil de explicar. Nosotros tenemos una jerarquía interna, con un rector, un vicerrector, directores de áreas, pero esa jerarquía no se aplicó en este caso. Fueron los estudiantes los que se organizaron, los que conformaron comisiones de trabajo, de limpieza, de acopio, entre otros. La Universidad puso elementos como la infraestructura, la logística y la comunicación. Fue como un molusco, como un invertebrado que sin tener un esqueleto rígido siguió funcionando. Fue un trabajo de células con bastante autonomía.

Tengo entendido que hasta 740 jóvenes se sumaron a este esfuerzo. ¿Qué le pareció la reacción de los estudiantes?

Hubo un número alto de voluntarios, es verdad. Me sorprendió y me consoló mucho la reacción de los estudiantes, que vinieron de todas las carreras, también hubo ex alumnos, fue una generosidad límpida y pura, vi a los estudiantes con pureza de corazón, pues vinieron no solo a dar sino a darse, muchos se quedaron sin horas de sueño pero muy contentos. Creo que su respuesta contradice la crítica a la juventud aobre que está despreocupada. Hubo una reacción muy positiva. Llegamos a tener hasta 1500 huéspedes y los jóvenes tomaron decisiones sensatas en las comisiones en las que estaban encargados. Creo que fue muy útil la presencia de los sociólogos, pues nos ayudaron a entender la organización de las comunidades indígenas, por ejemplo, la presencia de mujeres y niños. Ellos no los usaban como escudos humanos, sino que es un concepto de resistencia comunitaria, muchos indígenas se sorprendían de que los jóvenes cocinen para ellos, cuando estaban acostumbrados a hacerlo todo en sus comunidades. 

Ciertos sectores dijeron que los indígenas eran un grupo violento que vino a agredir a Quito, y que las universidades facilitaron esa agresión. ¿Cómo tomaron ustedes esa crítica?

Críticas hubo y habrá siempre, es imposible que la gente piense de la misma manera sobre lo que es la acogida humanitaria. Aunque nosotros dijimos desde el principio que éramos polícamente neutrales, pues la Universidad nunca estuvo a favor o en contra del paro, sí tomamos un partido por la atención humanitaria. Los indígenas y todas las personas tenemos derecho a la protesta, a la manifestación pacífica, en ese sentido les dimos alojamiento. Fue por reciprocidad, pues las comunidades indígenas reciben a nuestros estudiantes cuando van a hacer prácticas, cuando nos llamaron nos pareció lo propio devolverles el favor, acogerles a ellos así como a nosotros nos acogen. La Iglesia tiene una posición muy clara para acompañar a los más vulnerables de la sociedad, a los que necesitan apoyo. 

Sin embargo, entiendo muy bien ese cuestionamiento. Algunos dicen que debimos dejarlos afuera a que se mueran de hambre, eso me parece cruel e inhumano. Nosotros apoyamos su derecho a protestar aunque no el contenido de sus protestas, institucionalmente. Porque son vulnerables, necesitan un lugar para pasar la noche y el Evangelio lo dice claramente. Podría ahondar en llamados del Evangelio sobre la solidaridad y la acogida, y es lo tenemos muy claro como Universidad católica. No nos podemos desmarcar de eso.

Hubo un momento en que pareció que no iba a haber diálogo, cuando en presencia de los rectores se entregó una carta a la ONU que luego fue desmentida por la Conaie. ¿Qué sintió en ese momento?

Fue un duro golpe. En esa reunión, de la que hay fotos, estuvimos tres de los cuatro rectores. Pensamos que la cosa se podía complicar, y fue un signo de que la dirigencia indígena no estaba del todo coordinada, de que había diferencias en la estrategia de negociación. Estábamos contentos con ese documento que se hizo, parecía que se iba a solucionar enseguida y lo que pasó nos golpeó duramente, nos hizo dudar de nuestra fe en el proceso de negociación, parecía que todo se iba abajo realmente.

Pero finalmente hubo un acuerdo. Se retiraron las medidas, por ahora, los indígenas se fueron. ¿Qué opina sobre esta salida?

Voy a decir una frase, no sé qué tan bien caiga. Pero creo que lo que pudo conseguirse con presión debió haberse conseguido antes, con convicción. No sé porqué no se dialogó y se hubiera podido llegar a la misma solución. Uno de los reclamos indígenas, en el cual yo creo que tienen razón, es que se han pasado dos años en el proceso de diálogo con el presidente Moreno, en un proceso que fue muy bien recibido por la ciudadanía porque se rompía con prácticas anteriores. Hubo esperanza sobre ese diálogo, pero los indígenas decían que les tuvieron dos años "tonteando". Se pudo haber evitado este estallido si se hubiera tomado con seriedad el diálogo, si se hubieran trabajado las medidas tomadas por decreto 883 con diálogo y consenso. ¿Por qué esperar la presión para llegar a algo que se pudo conseguir con convicción y con consenso?

¿Entonces este caos se evitaba dialogando antes?

Bueno, es cierto que todo el mundo es profeta después de los hechos, pero yo creo que pudo haberse sido una buena solución dialogar antes para evitar este estadillo social. 

¿Estamos frente a un punto de inflexión en la lucha indígena? ¿Qué diferencia este levantamiento de los anteriores?

Yo creo que en este levantamiento, el movimiento indígena sale fortalecido, pues su reivindicación era derogar el decreto y lo consiguieron. Hay que conseguir la parte de la propuesta, si bien el decreto 883 no era una solución, porque no consideró a los sectores sociales excluidos, hay que buscar una nueva solución que beneficie a todos. Eso es lo que nos falta. Fue una victoria a medias de los indígenas. 

La Iglesia Católica y la ONU se convirtieron en mediadores. ¿Cómo evalúa esa mediación?

Fue muy positiva y discreta. No fueron protagonistas en el proceso. Pero creo que hubo un error y ese fue televisar el debate. Entiendo la necesidad de transparencia, pero al final se convirtió en una especie de show, la gente la comparó con un partido, iban como contando goles. Se convirtió una cosa tan seria en un espectáculo, en algo para verse, y no olvidemos que cuando uno está ante las cámaras, sabe que debe hablar para su auditorio. En una negociación se avanza y se retrocede, en un diálogo privado uno puede corregirse y desdecirse, pero con las cámaras eso no fue posible. El éxito de un diálogo no está en la capacidad oratoria, sino en la razonabilidad de los argumentos. Fue bueno verlo, pero creo que no deberíamos repetirlo en casos de negociaciones tan delicadas. No podemos convertir la política en un show y quitarle el espacio de confianza a los que hablan. 

Veo que usted se identifica con el papa Francisco. ¿Diría que representa a una nueva generación de los jesuitas en el país?

(Sonríe) Sí me identifico plenamente con el papa Francisco y con la Doctrina Social de la Iglesia, pero no es una nueva generación. Los jesuitas siempre hemos estado en los límites, en donde entran en conflicto las exigencias del Evangelio y las necesidades del ser humano. Eso no es fácil de conciliar, pero en esa línea de frontera debemos estar. Los jesuitas hemos tenido la misma postura en otros lugares, por ejemplo, en la Universidad Andrés Bello en Venezuela, que es el lugar en donde han nacido las protestas contra Nicolás Maduro, o en Nicaragua, en la Universidad Centroamericana, llevada por los jesuitas, que fue el lugar donde se acogieron las manifestaciones contra Daniel Ortega. Es la postura del Evangelio.

 

Fuente: Plan V