“Tan cierto como que Dios es nuestro Padre, Dios es también nuestra Madre” Juliana de Norwich, religiosa, mística y escritora inglesa del s. XIV

Juana de Austria fue jesuita. Sí, se llamaba Juana y era mujer. Un extraño episodio en la historia de la Compañía de Jesús marcó a esta integrante de la realeza como la única mujer jesuita… jesuitisa, para ser estrictos con el género de la palabra. Contrario a todos los pronósticos y deseos de Ignacio de Loyola, Mateo Sánchez, seudónimo otorgado a Juana para mantener en secreto su situación, fue admitido en la Compañía por la conveniencia de su posición social y alta influencia política, condición que permitió diversos beneficios a la Orden en los años posteriores. Cinco siglos después y aún se percibe como extraño un caso así.

No es un secreto que la Iglesia Católica, y con esta la Compañía de Jesús, es una institución predominantemente masculina (en el ministerio sacerdotal). Y es justo ese paréntesis el que abre las puertas a una evolución contemporánea de nuestra Iglesia para que sea entendida como un fenómeno mucho más grande que solo la profesión sacerdotal. Solemos denominar a los templos católicos como iglesias, cuando la palabra iglesia se extiende generosamente a una riqueza de significados mayor a una edificación. La Iglesia, con mayúscula, es una comunidad. Es una forma de materializar el proyecto del Reino de Dios que nos mostró el Resucitado. Siendo así, la Compañía es, por extensión, una parte de esa gran comunidad. Hoy somos un sueño de cuerpo apostólico que reúne a jesuitas, colaboradores apostólicos, sacerdotes y religiosas de otras órdenes que se nutren de nuestra espiritualidad y nos nutren con la suya, así como laicos y laicas que extienden ese Proyecto a todos los rincones de sus realidades.

Laura Perdigón Clavijo, Administradora Logística de la Red Juvenil Ignaciana de Colombia, nos recuerda que “en la carta apostólica Evangelii Gaudium (nn. 103-104), el Papa Francisco menciona explícitamente la necesidad de ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”. Así pues, en nuestros contextos violentos, aún misóginos y machistas, ser mujer es ser frontera. Es un permanente estado de contracorriente. Es tratar de caminar hacia delante con una pesada cadena halando hacia atrás; una cadena formada por legados de siglos de tradiciones masculinizadas y masculinizantes. Esta situación de constante fuerza y determinación por ser hoy mujer no puede generarnos algo distinto a un profundo respeto y admiración.

En la Compañía no hemos sido ajenos a esta alabanza y agradecimiento a Dios por construir el Reino de Dios con hombres y mujeres en igualdad de condiciones. En Colombia estamos presentes en cientos de territorios con decenas de obras sociales, educativas y pastorales, y en todas contamos con mujeres que trabajan día a día en la materialización de este sueño apostólico. Para Gina Sánchez González, Coordinadora Regional de Suacha para el Servicio Jesuita a Refugiados en Colombia, hoy “nos seguimos encontrando con escenarios pensados y hechos por y para hombres” pero, por eso mismo, es la oportunidad de “lograr mayor sororidad entre nosotras, extender lazos de amistad y trabajo conjunto para vivir esa identidad ignaciana que nos interpela e invita a dejar de lado las fronteras que nos pone el pertenecer a una u otra obra”.

Trabajar por un Reino más igualitario en condiciones también implica la formación de nuestros más jóvenes quienes serán los que nos relevarán en esta noble lucha. “Aquí es una casa de formación y la mejor manera de aportar a la Misión es dando un ejemplo a los muchachos, tratándoles de enseñar a los jóvenes candidatos algunas cosas básicas de la vida que les sirvan más adelante”, reflexiona Allis Clemencia Agudelo, responsable de la alimentación y servicios prestados a los candidatos que viven en la Casa Vocacional Manresa. Para Beryeny Rodríguez Arévalo, rectora del Colegio Santa Luisa, desde su cargo ofrece un aporte significativo en la formación de personas de manera integral. “Niños, niñas, estudiantes comprometidos con la construcción y cuidado de nuestro planeta, competentes con los desafíos y capaces de asumir un compromiso social y personal. Ser colaboradora en la misión de la Compañía, en la misión de Jesús, en la misión de la Iglesia y, aún más, en esta obra apostólica, me invita a reflexionar a diario sobre esta gran labor que debo realizar con mi comunidad”.

Vivimos en un contexto retador y estamos siendo testigos de, ojalá, un punto de inflexión hacia otras maneras de proceder y percibir el cuerpo apostólico del que todos hacemos parte. “La mujer actualmente enfrenta el gran desafío de seguir acompañando a su familia, a la vez que se destaca en el campo laboral y profesional. En este contexto, la Compañía de Jesús ofrece a la mujer la oportunidad de ser colaboradora en la Misión, permitiéndole mostrar sus capacidades, ejercer diversos roles, asumir cargos de responsabilidad, confirmando su valor y liderazgo”, asegura Paola Mayerly Pimienta Rueda, Subdirectora de Básica Primaria en el Colegio San Pedro Claver de Bucaramanga. Falta camino por recorrer. Es una vía destapada, una trocha sin pavimentar que a veces duele atravezarla pero que, al menos, va en la dirección correcta.

 Por: Pablo G. Ivorra Peñafort

 

Fuente: Jesuitas Colombia