“La caridad empieza donde termina la justicia”, decía San Alberto Hurtado. La caridad es tal solamente cuando ya se ha cumplido la justicia, pues este santo del Humanismo Social Cristiano sabía que: la “caridad sin justicia no salvará los abismos sociales, sino que creará un profundo resentimiento” y también sabía que “la injusticia causa enormemente más males de los que puede reparar la caridad”. Esos abismos sociales, esos resentimientos y esos males que ha dejado la injusticia los hemos sentido fuertemente en la Sierra Tarahumara.

Nuestra Parroquia de San Francisco Javier, que abarca casi todo el municipio de Urique, en el Estado de Chihuahua, experimentó una tremenda situación nunca antes vista. El día lunes 20 de junio del año pasado a la hora en que los niños y niñas salen de sus escuelas se escucharon los disparos dentro del templo. Terror e indefensión se apoderaron de nosotros, los padres que estábamos en casa salimos de donde estábamos, y nos abrazamos para llorar mientras una camioneta se llevaba sus cuerpos a no sabemos dónde. La gente del pueblo guardó silencio y después supo: nos han arrebatado a dos de nuestros sacerdotes jesuitas, a nuestros misioneros, a nuestros amigos y hermanos junto con las vidas de Pedro Palma y Paúl Berrelleza, y la de muchos y muchas más que aún seguimos buscando. La gente comentaba con mucha preocupación: “si eso les hicieron a los padres, qué será con nosotros.”

Los padres, Gallo y Joaquín, nos siguen haciendo falta, sentimos un vacío en nuestro pueblo y en nuestros corazones. Su presencia generosa, atenta, sencilla nunca será suplida con nada. Nos han dejado una profunda herida. Todo cambió desde ese día. Ya no se mira pasar al Joaquín con su sombrero, su bastón de madera y su mochila para llevar la comunión a un enfermo. Se ha dejado de escuchar el canto que el Gallo imitaba al llegar a la comunidad de San José para convocar a la gente. Algunas mujeres rarámuris han dejado de contar con aquél que les reparaba sus máquinas de coser y algunas casas ya no reciben al amigo que venía a tomar café y escuchar sus preocupaciones. En Mesa del Conejo y Basonaibo el Padre Joaquín ya no celebra misa para bendecir la siembra de la gente. Y algunas jóvenes han dejado de recibir un apoyo para estudiar y otras personas ya no reciben la visita junto con el medicamento que si no lo llevara el padre no podrían conseguirlo. Es impresionante la lista de personas que el Padre Gallo llevó para operarla de los ojos, de labio leporino o de alguna otra enfermedad. Y es que ellos llegaban a donde nadie más llega. Dentro del templo de Cerocahui solamente han quedado dos fotos de ellos y el recuerdo en el altar de que ellos vivieron en carne propia lo que celebraban en la misa: el sacrificio de Cristo que consistió en derramar su sangre por nosotros. Basta con ir a alguna de las comunidades y preguntar cómo se enteró de la muerte de los padres para darse cuenta de lo mucho que los quieren y lo que los extrañamos.

Mis hermanos jesuitas, Gallo y Joaco, eran cada uno a su modo sacerdotes cercanos y daban, con todas sus limitaciones, lo más valioso que tenían: su tiempo y su ayuda. Hay un bello poema de otro sacerdote chileno, Esteban Gumucio, que describe bien cómo los veía la gente. Este poema dice:

“Yo te digo eres mi hermano.
Tú porque supiste amar.
No es tiempo perdido tiempo que se da.
No es tiempo perdido tiempo que se da.”

Gallo era un jesuita que asumía responsabilidades y compromisos en la diócesis, en la vicaría y otras instancias eclesiales. Era párroco, Vicario de la Pastoral Indígena, Coordinador y Animador de las CEBs, Superior de la Comunidad de Jesuitas en Tarahumara, siempre poniendo el hombro y la creatividad para llevar adelante procesos pastorales y proyectos comunes. Saliendo al frente y dando la cara cuando las circunstancias lo requerían. Nuestros superiores, nuestros sacerdotes, nuestras hermanas religiosas sabían que contaban con él. Lo encontrábamos siempre en camino, siempre manejando yendo a alguna reunión, misa o visita. Por su parte, Joaquín, era más bien tímido y ofrecía otra forma más discreta, pero igual de profunda, una presencia humilde. Era callado y dispuesto a aprender. Cuando alguien conocía a Joaco descubría en su humildad y austeridad un testimonio tan fuerte de vida que daban ganas de averiguar más sobre lo qué le motivaba a vivir como vivía. Bastaba conocerlo y conversar un poco con él para descubrir un hombre espiritual con ganas de anunciar buenas noticias a la gente. Ellos iban a las comunidades manejando, y a pesar de su débil salud, nunca dejaron sus ganas de servir. Ambos eran contemplativos en la acción. ¿Cómo no los vamos a extrañar?

A este dolor del pueblo por sus padres tan queridos se suma el temor de las amenazas, las extorsiones aún presentes y nos preguntamos cómo siguen libres aquellos que hicieron tal acto inhumano. Nosotros sabemos que un mundo perfectamente justo es imposible de lograr aún con todos los esfuerzos humanos e institucionales. Pero como bien afirma Amartya Sen, un estudioso de la justicia social, lo que buscamos es que esas injusticias que son claramente remediables en nuestro entorno se reparen y sanen este mundo roto un poco.

Sin embargo, fuimos privilegiados con algo que la gente normalmente no puede tener cuando pasa por algo igual. Nos entregaron los cuerpos a pocos días de habérselos llevado y se respondió con un fuerte operativo de reacción. Es necesario reconocer que esto no hubiera sido posible si los padres no pertenecieran a la Compañía de Jesús y si no fueran quienes fueron. Siendo honestos, el acceso a la justicia no es el mismo para todos. Por esa razón, pedir las medidas cautelares para nosotros tiene un sentido más amplio. De nada sirve que solamente cuiden ahora a los padres y a las hermanas si no hay seguridad para el resto de la gente. No queremos ser los únicos que gocen de esos privilegios. En esta región todos estamos en riesgo y nadie estará seguro mientras la violencia y la impunidad sean lo normal, mientras la vida no sea respetada por encima de todo.

Como ya dijimos, hacer justicia es remediar las injusticias que si son reparables. Después de esto vendrá la verdadera caridad. Por esta razón, les recordamos a las autoridades que esperamos esta justicia y seguridad para la paz. Nosotros también nos comprometemos a construir la paz y a reconstruir el tejido social mediante actividades que generen convivencia, diálogo y acuerdos. La justicia y la paz es tarea de todos y hoy más que nunca la anhelamos. Seguiremos en la Sierra haciendo lo que Joaquín y Gallo nos dejaron de encargo: seguir queriendo y acompañando a la gente, visitando sus casas, celebrando la vida, aprendiendo de los pobres, descubriendo lo que los hace vivir, doliéndonos con lo que los hace llorar, porque aprendimos que “no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Jn. 15, 13)

Matétera ba!
Cheriera ba!
Muchas gracias.

 

Red Solidaridad y Apostolado Indígena
Por: Esteban de Jesús Cornejo Sánchez