El Año Ignaciano ha culminado con una Eucaristía Solemne este 31 de julio, fiesta de San Ignacio de Loyola, la cual ha sido celebrada en el Santuario de Loyola (España), presidida por el Arzobispo Francisco Pérez (Administrador Apostólico de San Sebastián) y con la presencia del Superior General de la Compañía de Jesús, P. Arturo Sosa SJ.

Luego de las lecturas correspondientes a la celebración, el Padre General ha compartido con los asistentes la homilía en donde nos invita a dirigir nuestra mirada hacia el futuro, adquiriendo el compromiso de mantener vivo el espíritu de Ignacio, ese don de nosotros mismos que es nos empuja para en todo amar y servir.

Al final de la celebración, el P. Sosa ha renovado la consagración de la Compañía Universal al Sagrado Corazón de Jesús, manifestando de esta manera (una vez más) el deseo de "pertenecer por completo al misterio de amor que nos revela Jesucristo y participar en su misión de reconciliación en el mundo de hoy, siempre bajo el estandarte de la Cruz". Para esta consagración, el P. General utilizó la misma fórmula que escribió el P. Pedro Arrupe SJ hace 50 años. 

A continuación, compartimos la homilía del Padre General en sus pasajes más importantes, y la consagración al Corazón de Jesús escrita por el Siervo de Dios P. Pedro Arrupe SJ.

 

Homilía del Padre General
31 de julio de 2022

Durante todo el año hemos pedido la gracia de ver nuevas todas las cosas en Cristo. Es la mirada del Crucificado-Resucitado que nos hace sensibles al sufrimiento injusto de tantas personas y pueblos enteros, al mismo tiempo que renueva nuestra esperanza en el cumplimiento de las promesas del Señor de la Vida. En esta emblemática Basílica de Loyola, queremos renovar nuestro deseo de seguir más de cerca al Jesús pobre y humilde de los evangelios y de contribuir a predicar la cercanía del Reino de Dios a todas las gentes. Como signo de la elección de continuar caminando con Ignacio, junto con todas las comunidades de la Compañía en el mundo, renovaremos la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, que nos abre a la acción misionera guiada por el Espíritu del mismo Señor que seguimos y anunciamos.

Las lecturas de la Escritura, propias de esta solemnidad, iluminan el camino que se abre poco a poco a nuestro compromiso de vida y apostólico. El profeta Jeremías vive un momento tenso en su vida. Sus palabras, pronunciadas desde su experiencia de Dios, resultan incómodas a los poderes religioso y político, por tanto, lo expulsan…, lo alejan de su casa. En medio de tantas dificultades y a pesar de ellas, Jeremías permanece fiel a su experiencia interior. Las circunstancias externas que vive, por tensas que sean, no pueden apagar la experiencia interior de amor que Dios ha depositado en su corazón. (…)

Iñigo, nos ofrece un testimonio semejante cuando aquí mismo, en la Santa Casa, va recuperando su salud física y reconoce que el amor de Dios en su vida es más fuerte y grande que todos sus sueños de gloria, de grandeza, de vida cortesana. (…)

Como recuerda San Pablo a la comunidad de Corinto, las diferencias culturales entre las personas pueden crear divisiones en la comunidad cristiana que parecen irreconciliables. Pablo propone romper la tendencia a la división cambiado la mirada, como él mismo ha experimentado. Propone volver la mirada a Jesús, el crucificado-resucitado, quien no pretendió otra cosa que la gloria de Dios. Siguiendo el ejemplo de Pablo, que busca actuar como Jesús, se nos propone buscar la gloria de Dios, en cualquier cosa que hagamos. También Ignacio de Loyola adquirió esa mirada que le permitió ver nuevas todas las cosas.

Toda la vida de Ignacio fue un buscar apasionadamente ese amor de Dios, ser su servidor en todo momento. Trató con perseverancia que ese aliento vital lo recogieran todas las personas, de todos los estratos sociales, a las que acompañó espiritualmente. Acompañó prostitutas a cambiar de vida, recogió huérfanos, denunció injusticias, ayudó a superar divisiones, abrió colegios, gobernó a sus compañeros… Y todo ello con la única finalidad de que la persona creciera en el amor a Dios y a los demás, con una vida digna, entregada y fecunda, es decir, a la mayor gloria de Dios. (…)

Cuando a Ignacio y los primeros compañeros se les esfumaron sus planes de viajar a Tierra Santa, para seguir a Jesús más de cerca, y cuando aún no sabían qué sería de sus vidas, decidieron ir a Roma y ponerse a disposición del Papa, para seguir al Señor al servicio de la Iglesia. Ignacio y quienes lo acompañaban se detuvieron en una pequeña y destartalada capilla a hacer un rato de oración antes de entrar en la Ciudad Santa. En la pequeña capilla de La Storta Ignacio experimenta internamente, con mucha fuerza, que el Padre lo pone con su Hijo que carga con la cruz. Recibe, pues, la confirmación del deseo que ha venido madurando desde su conversión en Loyola: seguir de cerca al Señor Jesús, colaborando en cargar la cruz de la redención del género humano. A su entrada a Roma no tiene idea de lo que lo espera, no tiene claro qué estilo de vida emprender ni que obstáculos deberá vencer. Se ha quedado con un único punto de apoyo: poner toda su confianza en el Dios Uno y Trino que lo lleva a abrazar la cruz junto a Jesús.

Enamorarse, construir fraternidad, acompañar a Jesús, cargando con la cruz… Son tres acentos que las lecturas de la liturgia de hoy nos ayudan a reconocer en la vida de San Ignacio. Son, también, tres desafíos para todos nosotros cuando hacemos memoria de Ignacio de Loyola. Memoria que se convierte en pregunta sobre el sentido y rumbo de la vida de cada uno de nosotros y en inspiración para responder según el deseo del corazón de Cristo.

El mundo de hoy necesita personas que se entreguen con totalidad a amar y servir a los demás. Basta asomarse a las situaciones de vida que conocemos para caer en la cuenta de la principal urgencia del momento presente: encontrar personas entregadas a su tarea diaria, al servicio a los demás, en totalidad, con alegría y esperanza. Hombres y mujeres que aceptan la invitación de cargar la cruz y se ponen al servicio de los más vulnerables, colaborando en la construcción de un mundo más justo y una fraternidad auténtica. (…)

Nuestro tiempo es tan complejo como lo fue el de Ignacio de Loyola. Si aquí en Loyola comenzó para él un nuevo itinerario de vida con su conversión, hoy, otra vez en Loyola, cada uno de nosotros recibe la invitación a comprometerse con generosidad en el servicio de los demás, con una entrega total. Ese ha sido el objetivo que nos ha acompañado a lo largo de este año ignaciano, que ahora concluimos renovando la consagración de la Compañía de Jesús al Sagrado Corazón de Jesús.

 

Consagración al Sagrado Corazón de Jesús
(escrita por el P. Pedro Arrupe SJ)

 

“Oh Padre Eterno:
Mientras oraba Ignacio en la capilla de La Storta, quisiste Tú con singular favor aceptar la petición que por mucho tiempo él te hiciera por intercesión de Nuestra Señora ‘de ser puesto con tu Hijo’. Le aseguraste también que serías su sostén al decirle: ‘Yo estaré con vosotros’. Llegaste a manifestar tu deseo de que Jesús, portador de la Cruz, lo admitiese como su servidor, lo que Jesús aceptó dirigiéndose a Ignacio con estas inolvidables palabras: ‘Quiero que tú nos sirvas’.
Nosotros, sucesores de aquel puñado de hombres que fueron los primeros ‘compañeros de Jesús’, repetimos a nuestra vez la misma súplica de ser puestos con tu Hijo y de servir ‘bajo la insignia de la Cruz’ en la que Jesús está clavado por obediencia, con el costado traspasado y el corazón abierto en señal de su amor a Ti y a toda la humanidad.
Renovamos la consagración de la Compañía al Corazón de Jesús y te prometemos la mayor fidelidad pidiendo tu gracia para continuar sirviéndote a Ti y a tu Hijo con el mismo espíritu y el mismo fervor de Ignacio y de sus compañeros.
Por intercesión de la Virgen María, que acogió la súplica de Ignacio, y delante de la Cruz en la que Jesús nos entrega los tesoros de su corazón abierto, decimos hoy, por medio de Él y en Él, desde lo más hondo de nuestro ser: ‘Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta’”.

 

 

Imágenes e información de jesuits.global