Las tradiciones bíblicas, teológicas, filosóficas o sociológicas que se reclaman a la inspiración del cristianismo no beatifican, sin más, a los pobres o a la clase social de los pobres por el hecho simple y llano de que lo sean. Pero tampoco ese horizonte de tradición proporciona un sentido de pobres espirituales y de pobreza espiritual con que termine negada la pobreza real y vaciados, espiritualizados y transmutados los sentidos literales y las semánticas reales del pobre y de la pobreza. “La tierra (en su sentido literal) tiene mucho de Dios”, dijo en San Salvador el arzobispo mártir monseñor Romero1 . Y la pobreza también.